LA PANDEMIA ES PANDEMONIO más allá del diccionario, no satánica panadería ni panderos de Satán al son de sus hogueras... miedo colectivo a la muerte es, la proximidad de perecer por el disparo de un estornudo, o acribillado en ráfagas de carraspeo, el fin provocado en las tronantes artillerías de un beso y en asaltos azufrinos del saludo. Lo epidémico tampoco es episódico, semicubre rostros como si la palabra se amontonara en su trinchera. En el mundo México es noticia que desgarganta e intérpretes de mucha influenza en asonada vierten el tintero.
Intérprete uno: Influenza más chupacabras= a Salinas con tos
Hay analistas con público que sin Seúl los corea, redactan que todo es invención de don Jelipe, que los tapabocas son disfraz de mordazas paque las denuncias se ahoguen en atragantamientos de una gritería. Extraen de la historia inmediata el historial del chupacabras con que Carlos Salinas patentizó su mismísima fotografía. Desviar la atención es el propósito, aducen, que no haya voces ni manos en revoloteo contra el gobierno del señor Calderón, que nadie hable del desastre felipiano en área del narcotráfico, que las propuestas calderonianas en materia de seguridá -inspiradas en Pinochet- pasen y paseen en lo esencial por la lenguaza esparadrapada de los de la curul... Al respecto, lugares comunes copan la oratoria desde las interpretaciones de la señorita Polevnsky y el señor Monreal para quienes todo eso es una “Campaña de miedo con intereses oscuros”. O trasfondo sin brasier. O maquiavelismo con el petate del virus. O... La desconfianza hacia la administración federal es natural, un anticuerpo, ha ganado a pulso de equilibrista toda la incredulidad, han mentido tanto los del gabinete que por nariz lucen sacacorchos. Don Jelipe, empero, en el campo político es más débil que charamusca frente a un mordisco, a la oligarquía foránea e interna sirve sin un antifaz siquiera de “autonomía”, el señor Servitje lo Bimbolea, de regaño a regañiza más achaparra, sin el estímulo de un gansito. No tiene aquél posibilidades de envirular ni una computadora. Ni ser ventrílocuo de la Organización Mundial de la Salud. Ni de imponer a otras naciones referencias a la influenza porcina que en algún israelí denominó “mexicana” y luego la OMS “humana”. Ni conseguir que la calentura tumultuaria suba a más de 39 por más tangas que haga desfilar en los hornos de una pasarela. Ni...
Intérprete dos: Influenza en un preguntadero
Que la trágica situación intenten utilizarla bajo el neón de La Grilla don Jelipe, los Marcelos (el defeño y el de San Luis), Enriquito el de Arturote... es innegable, tan incuestionable como la existencia misma del virus que debutó sin reflectores. Sin embargo, hay interrogaciones del tamaño de alcayata que los titulares de Polakia silencian o no han respondido todavía ocultos tras el biombo de su Fémur. ¿Por qué el profeta de los catarritos no atendió, según reportó Noé Cruz de El universal el 5 de abril anterior, la recomendación y advertencia de Laboratorios Biológicos y Reactivos de México, “empresa de participación estatal mayoritaria” de una “amenaza de pandemia” y cuál es la causa del rechazo de don Agustín para “comprarle a laboratorios Sanofi Pasteur la planta farmacéutica en Cuatitlán Izcalli (...) con un valor de 244.4 millones de pesos, y confirmar una alianza estratégica para producir la vacuna”? ¿A qué se debe (o a quién se le debe) el mutismo gubernamental acerca de la declaración de la Casa Blanca, en el sentido de que Washington no podía afirmar ( o desmentir) que don Barack Hussein, el señor Calderón y subordinados ya sabían de la estancia aquí de la influenza H1 N1, pero se asilenciaron pa’no retardar la visita de quien a don Jelipe urgía muchísimo confiscarle algunos watitos de personalidá y al invitado aceptarle regalotes en secretito de soberanía al anfitrión? ¿Cuándo informarán los de Los Pinos la causa de su sometimiento al equipo de seguridad del presidente estadounidense, a la orden de reducir ¡dos tercios! el volumen de invitados (de 300 a 100) a la comelitona ofrecida al jefe de la White House? ¿Hay elementos para refutar a quienes aseguran que el virus descrito ya estaba aquí, por lo menos desde fines de marzo, en Perote Veracruz y que el gobernador Herrera Beltrán y Calderón Hinojosa acordaron ser más herméticos que una estatua? ¿En ese hipotético convenio se incluye el “secuestro” -metamorfoseado de “hospitalidad”- atribuido al mandatario estatal en perjuicio del niño y la mamá de éste, infante de quien se informa fue el primer paciente con influenza humana, escondidos para evitar más declaraciones a periodistas que no teclean ramilletes para los jarrones del virrey jarocho? ¿Cómo replicar, con bases, las denuncias respecto a que el silenciamiento frente a la posibilidad epidémica obedeció a no cancelar la escenificación de Semana Santa en Iztapalapa en la cual una regiomontana estuvo y tras regresar al terruño le detectaron tal virus? ¿En la danza contradictoria de las cifras de enfermos y decesos cuál es el número que no fue al carnaval? ¿...?
Intérprete tres: pandemoniaco historial
La guerra bacteriológica es tan añosa como la perversidad. Esa herramienta bélica ha sido prohibida tiempo ha, pero la “prohibición” varias veces transitó embozada de comillas. Hitler “estudiaba” en carne viva y ajena una re-creación de esta “fórmula militar”, aunque por cuestiones de costo y calendario dio prioridad a cámaras de gas, hornos crematorios y ahorcaderos. Los españoles del XVI en América tuvieron una alianza superior a la pólvora por acá desconocida. Y al caballo que ni mítico llegaba en el continente. Y a pueblos contrarios a los aztecas. Y a la profunda religiosidad mexica. Y... La gran aliada de los hispanos fue la viruela loca, la que se trajeron armada de terror y genocidio, la que ni en el delirio era vislumbrada en este suelo. ¡Con que prontitud diezmaba, amontonando anatomías desfiguradas y zurciendo el vendaval con los más escandalosos aromas, como si Ehecatl -Dios del Viento- gritara en remolino todas las condenas. La mera posibilidad epidémica causa miedo, enmascara, el gentío se individualiza, reinterpreta a Max Stirner en el Único y su propiedad en el egoísta entronizamiento de la introspección. El otro existe pero sólo para hacer daño, para el contagio que hace sudar una penitencia sin redención... Entre los primeros re-interpretadores bíblicos de América invadida en algún Retobos Emplumados se mencionó al clérigo Tomás Ortiz quien veía a los indios portadores del peor mal calificado así en España: la sodomía o macho con macho hurgándose la profundidad de los avernos. El sacratísimo Tomasito testificaba hombre con hombre indígenas fornicar en cualquier literal parada, en las playas haciendo más pecaminoso mar sobre la arena, en los fortuitos encuentros del esquinario dándole a la sombra atornilladoras escaramuzas de chamuco. Para resolver esa pandemia de masculino esculcadero posterior, no servía el verbo terminar, pero si el exterminar... Y de los caribes apenas quedó una salpicadita de leyenda. En lo que ahora es EU, los “peregrinos” acataron de sus “misioneros”, por vía de Dios, que la solución versus los autóctonos moradores del “reino del anticristo”, consistía en sustantivar la exterminación. John Smith, el que se “topó” con el “Libro de Mormón” y fundara la kilométrica “Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”, de plano dijo, en otros términos e idéntico sentido, que los cherokes eran entenados de Satanás. En un lapso tan cortito que ni Guiness hubiera imaginado, los nativos prácticamente desaparecieron piramidados en apretujamientos de mortandad. Aparte de cherokes y otras comunidades, cupo en aquel atestadero La triste suerte de los indios sioux, título de una reseña de Shana Alexander en la ¡revista Life! editorial consentida del imperio. Relata que “en los años anteriores a 1900 más de dos terceras partes de los indios de EE.UU. fueron exterminados”. Miss Shana, en ese texto publicado en junio del ’69, desmonta santidades de la estampita, v.gr., el presidente John Adams y ¡Benjamín Franklin! al que de nada sirvió su pararrayos frente al titipuchal de relámpagos lanzados por la señorita Alexander quien asevera que los descritos místers no eran proclives -en relación a los indios- al vocablo “exterminados”, lo cambiaron por la dulzura de “extirpados” en la mismita piramidal matanza. No hay digresión en el tema de “mucha influenza”, ni si siquiera una periferia que oxigene la gramática de la historia, pues Shana Alexander reseñó que lord Jeffrey Amherst (un “altruista” y “noble” inglés del dieciochesco -lo entreparentizado no lo asienta la autora sino el retobador- que descolló en diversas guerras europeas y Su Canija Majestá designara gobernador general de las provincias inglesas en Norteamérica) abrigó a un elevado número de indios, durante una estación de frío que roía hasta la médula, con frazadas en “caritativa distribución”, frazadas disfrazadas porque el “filántropo” ordenó que fueran las que en la víspera taparon a enfermos de viruela. Qué virulento repetir de quienes, en paráfrasis de Heráclito, no se bañaron en el mismo río, pero sí en la mismita peste.
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