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Edición 216 | ||||
Escrito por Mouris Salloum George | ||||
Miércoles, 12 de Agosto de 2009 16:17 | ||||
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El buen juez... por su casa empieza
No es de escaso valor simbólico, que el presidente Felipe Calderón haya saludado a su homólogo hondureño, Manuel Zelaya, a la sombra del monumento erigido frente a la residencia de Los Pinos a la memoria de don Francisco I. Madero, reconocido por los mexicanos como El apóstol de la democracia o El profeta desarmado, blasón doblemente merecido habida cuenta su vil asesinato en 1913 por manos de la sanguinaria usurpación huertista. El acontecimiento se agiganta como testimonio -esperemos que propio y duradero- de la voluntad del gobierno mexicano de relanzar una diplomacia activa y solidaria que, en uno de sus momentos más enaltecidos, le mereció a México el Premio Nobel de La poderosa fuerza de los hechos ha obligado al jefe del Ejecutivo a retomar el imperativo de la dignidad soberana, precisamente cuando, estando en nuestro país el mandatario vejado, el golpista jefe del comando conjunto de las Fuerzas Armadas de Honduras, general Miguel Ángel García Padgett, tratando de granjearse el apoyo imperial, proclamó a la rosa de los vientos que la acción de los sublevados salvó no sólo a
Es cierto que, aun frente a la sospechosa ambigüedad de Washington, la comunidad internacional se ha pronunciado colectivamente en condena a los golpista hondureños, contra los que se han perfilado estrategias de aislamiento a fin de que se restituya el orden constitucional en aquel país, pero esa abrumadora y generosa coincidencia no resta mérito a la posición de México. En estricto rigor, el presidente Calderón no hace más que observar el mandato constitucional que da soporte jurídico y doctrinario a la política exterior del régimen mexicano, pero en una densa atmósfera sobre la que revolotean los insaciables halcones estadunidenses, no es acto de congruencia de poca monta. Dícese -y no sin razón-, que los estados independientes y progresistas hacen de su diplomacia espejo fiel de su política interior, de suerte que su presencia en el concierto de las naciones esté revestida de una autoridad política y ética indisputable. En este sentido, es de subrayarse una expresión del presidente Calderón, quien postuló que, en situaciones como la de Honduras, es menester que prevalezca la fuerza del derecho y no el derecho de la fuerza. Ese es el quid del reposicionamiento mexicano en el ámbito internacional. Lo es, porque Calderón no puede exponerse al riesgo de que los compatriotas lo señalen como candil de la calle y oscuridad en su casa. Si el relanzamiento de una diplomacia primada por el derecho de gentes es sincero, lo menos que puede esperarse del Presidente es que acometa una radical rectificación de su política interior, en la que pululan aquellos que privilegian el monopolio “legitimo” de la violencia del Estado para tratar de restablecer la paz pública por la vía de las tanquetas y los arbitrarios allanamientos en los hogares, los palacios de gobierno y aun en los templos. Si Felipe Calderón -en el conflicto de Honduras- propone a las partes beligerantes encontrar la fórmula que permita superar la crisis, es imperativo categórico que, en un audaz y honesto esfuerzo de introspección, ponga a caballo en el ámbito doméstico el mismo principio, que no es otro que el juarista: Entre los hombres, como entre las naciones, el derecho ajeno es la paz. Conocidos y reconocidos los resultados de las elecciones del pasado 5 de julio -que no favorecieron a su partido-, el mandatario convocó a las fuerzas políticas y sociales todas, y a los otros poderes de Se cree, con cierta poltrona o interesada ingenuidad, que la solución mágica radica en decidir nuevos cambios en el gabinete presidencial, como si los anteriores hubieran sido exitosos. Pero al mandatario, al menos en su círculo amistoso y partidista, no le queda mucha tela de dónde cortar. Dicho como una concesión al realismo, En estos días, establecida una nueva correlación de fuerzas en el Congreso de More articles by this author
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