  
  ¿Peña Nieto? ¿Fidel? ¡El Chapulín Colorado!    “En ausencia del Estado, las  delincuencias (…) se apoderan de instituciones, de regiones  territoriales y de sectores económicos”.  Pedro Miguel      I  En el epígrafe de la entrega de hoy, el señor Miguel alude a las  delincuencias y, en un texto de su autoría del cual fue tomado el  aforismo, identifica a éstas como “la callejera, la de las drogas, la  empresarial, la electoral, la financiera, la patronal”.    ¿Y la delincuencia política? Ésta, pensaríase, es incontrovertible  y, por lo mismo, insoslayable. La delincuencia política está  organizada y sus actuaciones ocurren fedetariamente en un contexto ventajoso, alevoso, premeditado…    Actúa de esa guisa bajo el manto protector de las condiciones  contextuales, pues siendo delincuencial y, a la vez, elemento  constitutivo del Estado aun en el caso de la ausencia orgánica de  éste, dispone de privilegios criminógenos para depredar.    El papel del poder político como ente delincuencial es axial; es  decir, se desempeña pivotalmente con respecto a las demás  delincuencias, incluyendo la financiera y la de las drogas y,  acusadamente, una insospechada: la delincuencia societal.    ¿Delincuencia societal? Sí, la de la sociedad o, a fuer de  específicos, la que se refiere a la que prevalece en los estratos  dominantes de las capas sociales improductivas, pero que se alimentan de las que sí producen y crean riqueza material y plusvalía social.    II  Ese es el caso en México, escuetamente dicho. A ésta descripción  aséptica, incolora, inodora e incluso insípida podríale agregarle el  caro leyente cualesquier eufemismos, pero ello no ocultaría en lo  absoluto su crudeza. El Estado se ha colapsado.    O, por mejor decir, el poder político del Estado ha llevado a éste  al colapso en virtualmente todos sus ámbitos, incluyendo el mismísimo confín histórico. La historia de México tal cual la relata el poder político del Estado antójase falsificada.    En el colapso -éste crea su propia idiosincrasia y su acervo  experiencial, ergo, cultural-, la gobernabilidad cede potestades a la  ingobernabilidad, manifestada con dramática espectacularidad en el  caos y la anarquía, así como en la confusión.    Y como bien lo afirma el señor Miguel, sin el Estado -como en  México- la delincuencia general y particular prevalece bajo su propia  dialéctica y sus contradicciones y equilibrios y sacatamiento a leyes  universales del desarrollo histórico.    Por supuesto, los personeros de esas delincuencias callejera, de la  droga, empresarial, electoral, financiera, patronal y de la política  ignoran las leyes del desarrollo histórico y las de la dialéctica, y  se conducen con arreglo a su naturaleza y al contexto.    III  En ese yermo, la delincuencia política -la del poder político  del Estado- piensa en Enrique Peña Nieto, gobernador mexiquense como su abanderado presunto en la liza electoral por la Presidencia de México. ¿Les causa ello escalofrío? ¿O les da risa?    Si eso le causa espeluzno o le provoca carcajadas, hágase a la idea  de que don Enrique sí sea el elegido por la vertiente priísta de la  Mafia en el Poder, la que enfrenta a la otra vertiente, la panista,  cuya caballada carece de untos.    La vertiente panista de la Mafia en el Poder opondría a la priísta  un abanderado sacado de la manga -¿el glamoroso Marcelo Ebrard?- para enfrentarlo a otro de igual hechizo, el señor Peña Nieto. ¿No sería mejor El Chavo del Ocho?    Más la vertiente priísta tiene un establo de potenciales  sustitutos de don Enrique, entre los cuales se ha asignado Fidel  Herrera Beltrán a sí mismo el papel de contendiente. No pocos piensan que El Chapulín Colorado sería mejor opción.    O, quizá, La Chimoltrufia -una mujer Presidente- y hasta Doña  Márgara Francisca podrían ser mejores candidatos que don Enrique y don Fidel, pues su mérito mayor es el de que no pretenden ser serios ni estar preocupados por el bienestar de los demás.    Esas con manifestaciones de un Estado en colapso y, por ello,  ausente, propiciador por omisión -o por “default”- de la existencia de  las delincuencias que han llenado la oquedad abisal creada por un  poder político sin contrato social y, por tanto, delincuente.  
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