El ejército, última línea de defensa
CARLOS RAMÍREZ HERNÁNDEZ
Si algún indicio e corto plazo dejó el desfile militar del pasado 16 de septiembre, fue el apoyo popular al ejército en la lucha contra el crimen organizado. Por eso resultó aleccionador la relectura de la Oración Fúnebre de Pericles, en el año 430 A.C., en plena guerra del Peloponeso, a las viudas de los soldados muertos: la guerra era para defender la democracia ante el acoso externo.
Los incidentes recientes en materia de inseguridad ilustran el tamaño del desafío: la sociedad ha perdido libertad por la violencia del crimen organizado, los medios de comunicación son amenazados y la inversión productiva ha disminuido. Por tanto, el crimen organizado ha corroído los pilares de la democracia. Este punto es el que define la intervención de las fuerzas armadas en la lucha contra la inseguridad.
En el discurso de iniciación de cursos militares, el 14 de septiembre, el secretario de la Defensa Nacional, general Guillermo Galván Galván, definió cuando menos dos puntos clave en el contexto de la batalla contra las mafias:
1.- El papel de las fuerzas armadas. El ejército no se metió a funciones de seguridad interior sino en la medida en que ésta afectó la seguridad nacional. Lo dijo con claridad el general secretario: “Hoy, (la seguridad nacional), lamentablemente en su vertiente interna, está siendo afectada. Tendencias delictivas obstruyen el crecimiento y desarrollo plenos. Es inadmisible vivir y trabajar en un ambiente marcado por el estigma de la violencia. No sólo se trata ya de la que generan los narcotraficantes en su afán de conquistar y consolidar rutas, mercados y territorios. Ahora, en su pretensión de controlar estructuras fundamentales del Estado, la aplican indiscriminadamente contra autoridades y representantes de otros sectores de la población para exacerbar el miedo y la incertidumbre.
2.- El por qué el ejército. Uno de los principales problemas de la inseguridad radicó en la corrupción de las fuerzas policiacas. No de ahora sino desde finales de los setenta. Por tanto, la única fuerza capaz de contener la capacidad de corrupción del crimen or ganizado fue la militar. Su intervención será transitoria. Lo explicó también el general secretario: “No es nuestra intención buscar, ni tampoco encarnar actitudes protagónicas, mucho menos de injerencia en la esfera de lo civil (…) En el mediano plazo es inviable un retiro de tropas. Incluso, estimamos que resultaría contraproducente un repliegue o una disminución gradual de los efectivos participantes. Sería ceder tiempo y espacio vitales al crimen organizado y que éste -quien confronta y amenaza la estabilidad de las instituciones- lo interprete como signo de debilidad del Estado; pero es más riesgoso aún, que la sociedad quede en un completo estado de indefensión (…) Una vez que los cuerpos policiacos concluyan su depuración, adiestramiento y reorganización -a la orden del Mando Supremo- las tropas regresarán a sus cuarteles”. La descomposición social y política por el crimen organizado ha puesto en riesgo la democracia. Por eso es necesario releer las lecciones de la historia. Los militares entraron a suplir las deficiencias policías y contener a la delincuencia , no para suplir al poder civil. Eso lo saben y lo repiten los propios militares.
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