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¡Feliz Navidad, Voltaire!
JORGE GUILLERMO CANO
(Exclusivo para Voces del Periodista)
Que al navegar nos guíen las estrellas,
y no la luz de cada buque que pasa.
Omar Bradley
Cada año, y ya son muchos, a propósito de las fiestas decembrinas, le cuento al crítico lector que, en opinión de Francisco María Arouet (Voltaire), la fecha para la celebración de la Navidad ha variado a lo largo de la historia.
Hasta mediados del siglo XVIII no había acuerdo sobre el día y el mes precisos del natalicio de Jesús de Nazareth, así fuera para efectos conmemorativos.
En Chipre, alrededor del siglo XIV, la fiesta de la Navidad se celebraba el 6 de noviembre, correspondiente al calendario actual, y los siridianos la festejaban el 11 o el 15 de enero.
San Clemente de Alejandría, citado por Voltaire, dice que había quienes ubicaban la fecha exacta del nacimiento de Jesús el día 25 del mes que los egipcios llamaban "pachón" (que sería el 20 de mayo ahora) y otros el 24 o 25 del "pharmuti" (19 y 20 de abril.)
San León, de acuerdo a la misma fuente, afirma que en Roma la fiesta se relacionaba con el regreso o nuevo renacimiento del Sol, más que con la natividad del nazareno. En Oriente y en Egipto, el festejo era el 6 de enero. En Occidente se instituyó el 25 de diciembre y hasta ahora es la tradición vigente.
Voltaire.
El crítico Voltaire
Voltaire, como se sabe, fue un crítico acérrimo del clero de su tiempo (murió el 30 de mayo de 1778) y sus obras están marcadas por una fina ironía que, aunque por momentos despiadada, tiene rasgos de sonriente irreverencia, si es que cabe así decirlo.
Como sea, y bien o mal que les caiga Voltaire tanto a librepensadores como papistas acérrimos, las versiones que consigna (en su Diccionario Filosófico) resultan ilustrativas.
No es el caso entrar ahora a disquisiciones intelectuales, pero sí dejar apuntado que la internalización de las tradiciones es un fenómeno socio cultural mucho más complejo de lo que se piensa, dentro de su aparente sencillez.
La niñez eterna
Dicho sea no tan de paso, y retomando el hilo que se quiere escapar, cuando quien esto escribe era niño (¿alguna vez, de veras, se deja de ser niño?) la Nochebuena era el momento de la llegada del Niño Dios y las respectivas peticiones se dirigían a él no a Santa Klaus (Santaclós) como ahora se hace.
El nacimiento de Jesús.
Ello, desde luego, también se relaciona con las modas, usos y costumbres (y la pérdida de identidad que no es motivo de estos comentarios, digo).
Al acercarse la fecha, nuestros padres daban indispensable y muy comprensible asesoría recomendando qué pedir y qué no pedir, preocupados. Ya intuíamos las razones pero ello no quitaba la magia. Que tampoco la quite esta vez y que lo terrenal ceda ante la esperanza. Que sea ésta la que marque distancia.
Difícil, en momentos de crisis nacional, y estatal, por más que la retórica barata quiera sustituir a la realidad lacerante.
Del recuerdo y la esperanza
De mis lecturas juveniles recuerdo dos relatos conmovedores. Uno: soldados enemigos se declaran ellos solos la paz en la víspera de la Navidad y, desobedeciendo a sus mandos, salen de sus trincheras, se encuentran en medio del campo de batalla y se abrazan como hermanos.
El otro: en la Nochebuena, un cuerpo de ejército que cuida su bastión de guerra entona bellas canciones. De pronto, al otro lado de la línea, alguien pide una pieza de su tierra y los enemigos se invitan y pasan la noche cantando, entre risas y abrazos.
Los desenlaces son lastimosos y en ambos casos, por designios que ellos no decidieron, al día siguiente se vuelven a matar entre sí.
Que nos perdone la poesía
Pero también en nuestra terrenal existencia, en nuestros pueblos y ciudades, sufrimos las contradicciones del mundo.
La miseria, la material y la humana, se exhiben en la turbiedad de su onmipresencia, mientras la estulticia colectiva es alimentada por los mercaderes del espíritu.
No se puede, sencillamente, desterrar el dolor por el dolor que no es ajeno y menos cuando, en el tráfago de estas noches que esgrimen una felicidad que se debe compartir casi por decreto, nos enfrentamos a la sinrazón de un mundo injusto y terriblemente obtuso para procesar la solidaridad.
La de cierto, la que no requiere de cámaras ni pancartas con cifras esquivas.
Que nos perdone, pues, la poesía (con la promesa de volver).
De Zorba y Scrooge
Quizás sería más pertinente referirme a la transformación de Scrooge, el avaro perseguido por los fantasmas de la Navidad; relato de Dickens que simboliza el triunfo del espíritu de la buena voluntad.
Pero Scrooge resurge cada vez y por uno redimido brotan decenas. Y a la mente vienen los bancos y sus engaños para que la avaricia pase por iniciativa empresarial.
Mejor recordar a Alexis Zorba, el griego de Niko Kazantzakis, cuando ríe a tambor batiente al caerse los andamios de su empresa que no alcanzó la inauguración.
Los monjes ortodoxos corren desaforados ante la hecatombe y Zorba, filosófico en el gran saber de su ignorancia relativa, de lo docto, dice: "es el mejor derrumbe que hayamos visto" y luego se pone a bailar.
No se puede soslayar la música de Teodorakis y el vuelo de un hermano que tuve, que bailaba con un dejo de lejanía, absorto en la soledad de su arte no pedido.
Los mejores deseos
La Nochebuena, con toda la diversidad de sus alcances anímicos, sigue siendo el lugar de la conciliación, la compartición de anhelos y de los deseos encomiables. Con ello creo, hasta Voltaire estaría de acuerdo así esbozara una sonrisa irreverente.
Es cierto que la felicidad, que son destellos nada más, no se puede dar por decreto pero que tampoco, bajo circunstancia alguna, es dable cancelar la esperanza.
Total, si hoy no brilla el Sol como quisiéramos todos sabemos que está por ahí, refulgente igual que siempre.
Así que, para todos, lectores y amigos de “Voces del Periodista”, Feliz Navidad y que el barco de cada cual encuentre rumbo seguro, con timón firme y sereno. (
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