*El auge de los charlatanes
*La reflexión ausente
*Sociedad corresponsable
*La manipulada opinión pública
*Redes: estupidización colectiva
Culiacán del caos vial, los baches y los topes, Sinaloa. ¿De dónde salieron? Nos preguntamos un día de estos, entre sorprendidos y confusos, rebasados por un estado de cosas que rehúye toda lógica ¿Cuáles son sus méritos probados y dónde están los referentes de su brillantez?
Sepa, los accidentes, imprevistos y paradojas, construyen caminos disímbolos y desenlaces imprevisibles. Se suponía, y ahí la tragedia, que deberían ser los mejores en el sustento del interés general, del progreso y la superación humana.
No lo son, en la gran mayoría de los casos, y dígase sin descargo de lo fundamental que lo mismo sucede en casi todas partes, por no decir todas.
La kakistocracia alza su tea. Hay excepciones, pero son eso y el común de los casos es decepcionante. En el extremo, los relevos se piensan ubicados por encima de su matriz generadora. En lo cotidiano y terrenal: el auge de los charlatanes.
Y que no se muevan
La opinión pública se relativiza sin remedio; la reflexión está casi ausente y no hay vocación analítica. Así, las directrices de pasillo, el mitote del “feis”, qué le vamos a hacer, se convierten en divisa de las decisiones colectivas.
Todo se presenta como hecho consumado y de común así opera porque los receptores, incluyendo a los que de nada se enteran y luego “deciden”, no son partícipes ni actores democráticos.
Se sigue y se reacciona ante el rumor y la escala del ruido finca las preferencias. Los ecos que llegan marcan la diferencia mientras se apuesta, en el fondo y a contrapelo del discurso, a la inmovilidad, la pasividad, el alejamiento de la cosa pública y del verdadero sentido humano.
Seguirán llegando, mientras el pueblo no se mueva, mientras se apueste a la ingenuidad cómplice y la tranquilidad de “soluciones” ficticias, que se aceptan por irresponsabilidad y negligencia.
Y en momentos de lucidez regresa la pregunta: ¿De dónde salieron? ¿Qué justifica, de veras, esas presencias? ¿Qué pasa?
El poder por el poder
Cuando se va en caballo de hacienda a lo que sea, que aún es el caso en México, por los designios del poder establecido, lo menos que aconseja la prudencia es no exhibirlo. Cierto es que la real politik obliga al protagonismo, pero incluso ante esos imperativos un bajo perfil relativo siempre es conveniente.
Los apoyos, aún con las certezas que se piensen, se buscan, literalmente; no se presentan como parte de un ritual consabido; las adhesiones se tejen fino, o burdo, las que de veras hacen falta y las que se dejan correr.
En los tiempos de la cargada unilateral, las seguridades del poder hacían decir cosas como “llegó la hora” de esto o de aquello, de tal zona del país o del estado, de tal sector.
¿Será un regreso así lo que se está prefigurando?
¿Y tanto trabajo con esta democracia que ves?
Una parte del todo
Los partidos representan a una parte, precisamente, de la sociedad. Su existencia se justifica cuando defienden principios y presentan una oferta política diferenciada a la ciudadanía, para que ésta decida entre partes diversas, para que el electorado pueda discernir entre opciones distintas.
Si las diferencias no se expresan, si las controversias están limitadas a la forma, sin pasar de la superficie; si en la práctica se conducen como gobierno casi de la misma manera, entonces la función social de los partidos se relativiza, cuando no se difumina.
Sucede, entonces, que la ciudadanía cubre onerosos costos de una democracia formal, sosteniendo a partes indiferenciadas en lo fundamental y, por derivación, manteniendo a una clase política burocrática que hace modus vivendi del mero discurso y la pose declarativa.
Y lo que en México tenemos son partes, ciertamente, pero de un todo donde las discrepancias no afectan al estatus.
Por eso unos pierden credibilidad de manera acelerada y otros, de plano, nunca la han tenido.
Corresponsabilidad social
La cuestión, así las cosas, es: ¿qué hace posible esa situación, sin opciones reales de cambio, sin diferencias de fondo y sin voluntades emergentes ante lo establecido?
Una explicación tiene qué ver con los decenios de control político, con la pérdida de actoría ciudadana y con el alejamiento de la interlocución democrática.
Otra vertiente apunta a las prácticas rufianescas, las formas perversas de la llamada “real politik”, es decir, la política al margen de la ética, que caracteriza al quehacer partidario hoy por hoy.
Hay más razones, pero desde luego, la corresponsabilidad ciudadana frente al problema en ningún caso se puede marginar.
Elecciones muy caras van y vienen y todo sigue igual, cuando no peor.
¿Qué se puede esperar de esos procesos? Si las cosas siguen como hasta ahora, por drástico que parezca, la respuesta es casi nada, por no decir nada.
En obvio, descontando el gran negocio en que se han convertido las elecciones para algunos. Y después, en los gobiernos.
Estamos rodeados
La frivolidad nos rodea y la televisión mexicana, además del “feisbuk” y otras yerbas adláteres, los medios, prácticamente todos, en medio del amarillismo y la superficialidad. Los recuentos, la evaluación responsable, no se hacen cuando debe hacerse y las voces realmente críticas se pierden sin remedio.
Los índices de fuego que nunca se atrevieron a levantarse, se tornan, así, en banderas de lo inocuo.
Ya se sabe, un mitote necesita de dos, cuando menos. Los charlatanes lo saben y hasta inventan terapias sin más base que sus ocurrencias que, una desgracia, sorprenden a incautas e incautos que, por cierto, no son inocentes.
Los alcances de la política, y las expectativas que en ella pueda depositar la ciudadanía, también se ilustran con sus dinámicas, sus formas de hacer y sus rituales que, cada vez con mayor frecuencia, hacen perder de vista los referentes válidos, las capacidades y los valores.
Es por ello que la medianía ha sido el signo en competidores que no lo son, pues proceden como meras comparsas en el montaje. En los movimientos se advierten actorías, desde luego, pero no son de la base, de la militancia, del compromiso, así sea escaso.
Los límites de la actuación tienen igualmente su explicación y su lógica. Nada es gratuito en donde todo puede estar a la venta y, si bien su responsabilidad no es total, se puede decir: dime con que se conforma un pueblo y te diré lo que se merece.
La opinión manipulada
En una sociedad como la nuestra, inmersa en la mercadotecnia en todos los órdenes, la relevancia de la cosa pública, lejos del interés legítimo y primigenio que distinguía la política en sus orígenes, se fabrica y acomoda en función del interés privado y grupuscular, dependiendo del mercado a donde van dirigidos los mensajes.
Es lo mismo que sucede con la razón, con la lógica, con el sentido común.
Bien lo saben los vendedores de todo tipo, incluida aquí la llamada “clase política”, cuyas formas de operación en casi nada se diferencian ya de la venta indiscriminada de lo que sea, aunque en su caso se trate de promesas, esperanzas y expectativas. En estricto, nada nuevo bajo el sol.
De Goebbels a la primera plana
El llamado marketing político no comenzó aquí ni lo descubrió la cauda de declarantes que, a diario, aparecen ocupando espacios dignos de mejor destino.
Joseph Goebbels, el ministro de propaganda de Adolfo Hitler, acuñó la frase, infeliz pero cierta, de que una mentira repetida mil veces se vuelve verdad para los destinatarios del bombardeo publicitario.
Mucho antes, en lo que estudiosos del tema ubican como un referente histórico de lo que hoy es el periodismo, los senadores romanos enviaban a sus esclavos griegos, bastante más cultos que sus amos, a recoger las impresiones del pueblo y luego les pedían revertir las inconformidades con versiones de parte.
Eso se ha hecho a lo largo de la historia con las naturales diferencias de matiz y estrategia. El caso alemán es de suyo ilustrativo: no es posible ocultar que Hitler llegó a concentrar preferencias ciudadanas casi sin parangón, con los nefastos resultados de sobra conocidos.
El nazismo en Alemania y el fascismo de Benito Mussolini en Italia, se nutrieron de esas prácticas. Ahora Trump asoma la cabeza.
En la actualidad, el apoyo popular a poderes ilegítimos en su esencia pero “democráticos” en el sustento formal, como Berlusconi, en Italia; Hayder, en Austria y otros más (Trump, el más reciente) la manipulación de la pública opinión es una constante.
El marketing, primero
En esta sociedad donde nos ha tocado vivir, parafraseando a Cristina Pacheco, las estrategias del marketing se han logrado imponer con éxito singular.
Sus tácticas permiten que lo malo se vuelva bueno y viceversa; en el mercado de las apariencias, que lo feo se mire bello; las virtudes como defectos y al revés, si así conviene; el incapaz se torna capaz y el político repelente adquiere de pronto simpatía y talento.
Y, todo, según convenga al interés de quien tenga los recursos suficientes para proyectar su particular interés.
En un mundo donde al poder le interesa que se vea sin mirar, que no se piense y la reflexión desaparezca, se tejen con facilidad las figuras “aceptables”, y hasta admiradas, para el común. El particular, hemos afirmado, se convierte arbitrariamente en “universal”.
Y en esta sociedad del “libre mercado”, donde no hay empleo digno y suficiente y el pan se aleja de las mesas, se insertan a la perfección y sin mayor problema figuras con base de oropel en la vorágine de la irreflexión. Y les va bien.
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