CULIACÁN DE LOS RETENES Y LOS TOPES, SINALOA. Desde que llegó EPN a la presidencia, y antes, advertimos a los ingenuos e interesados que lo que parecía casi idílico retorno al Jurásico priista, el de la tranquilidad prometida, se desfondaba a fuerza de realidad.
NO PODÍA ser de otra manera, mientras las bases y los vicios del sistema que padecemos permanezcan inalterables.
Pronto se sumaron una cauda de errores, despropósitos, tonterías y, más grave aún, los crímenes y violaciones a los derechos humanos que el gobierno federal no ve y que en realidad, solapa y encubre, actuando como el socio de las tinieblas en la plena complicidad.
En lo otro, económico, social, educativo, lo que está detrás de la miseria galopante, era, y es, una soberana estupidez, por decir lo menos, esperar cambios sustantivos. Esas opiniones a no pocos les parecieron exageradas. Las figuraciones obnubilaban y el “beneficio de la duda”, al menos, lo consideraban obligado.
A la deriva
El país todo se les está yendo de las manos a los gobiernos de los “tres niveles”, escribimos. No era novedad radical, pues desde el foxiato y el calderonato (y antes, desde luego) la inestabilidad ha sido el signo recurrente, reiteramos.
Muy pronto, las características particulares de los acontecimientos, y su magnitud, en estricto, evidenciaron de manera plástica la ya irrebatible incapacidad oficial para dar al menos un margen razonable de seguridad al país y de implementar políticas de beneficio colectivo.
Se recrudecieron los enfrentamientos entre bandas, los asesinatos de periodistas en Veracruz, las matanzas en Nuevo León, Tamaulipas, Sinaloa y en el Distrito Federal. Siguió el recuento perverso hasta la fecha, sin solución, ni siquiera paliativos, a la vista.
En la continuidad del retorno, las medidas circunstanciales, las cacareadas reformas, mal planeadas, verticales y autoritarias, como la educativa, han demostrado su ineficacia, por no decir su completa inutilidad.
Lo que conviene al poder
Ante la ausencia de autocrítica y análisis razonado, se persiste en el error de manera sospechosa, por decir lo menos. Todo indica que, en realidad, no interesa tener éxito, ni avanzar en la búsqueda de correctivos, sino que el deterioro social, económico y cultural, el caos, continúe. Eso es lo que conviene, se ha visto, a los dueños del dinero y sus cómplices de la “clase política”.
Ya soplan los vientos de la siguiente sucesión presidencial y, aunque todavía sin tanto alboroto ni ánimo encendido, la especie de que con uno u otro de esa “clase” puede haber alternativas de solución, comienza a ser estandarte de quienes razonan como recién llegados.
Y así va el país, en la tanda de los espejismos. A ver hasta cuándo.
De la calle a la casa y al revés
En otro orden de ideas (ni tan lejos) es un hecho que en los tiempos que corren el deterioro social acarrea desequilibrios psicosociales. La inestabilidad se proyecta en todas partes, en todos los ámbitos del tejido social, y puede derivar de manera imprevista, y trágica.
Ante eso los gobiernos son incapaces de atender, y entender, la problemática. Por lo demás, no hay voluntad política para hacerlo porque sus intereses están en otra parte.
También participan los medios, sobre todo electrónicos, y las llamadas “redes sociales”, donde se distorsiona constantemente la realidad y se trivializa todo tipo de excesos.
Es difícil fijar límites y mientras el sistema social derive cada vez más a la descomposición, por su propia naturaleza, contraria a principios de solidaridad, convivencia y civilidad, las consecuencias pueden ser todavía peores de lo que se ha visto hasta ahora.
Derivaciones patológicas
En ese ámbito, el problema es fundamentalmente social con derivaciones psicológicas, psicosociales y, en su expresión más plástica, patológicas. Pero sería demasiado simplista hacer del efecto una causa. La raíz es el sistema que padecemos, basado en la inequidad y la explotación de los débiles.
Por otra parte, es cierto que ubicar la mayor responsabilidad en quienes tienen la obligación, y el mandato, de conducir positivamente al conjunto social, no descarga la de muchos jefes, y jefas, de familia que se remiten a encontrar culpables fuera de su entorno inmediato y, de esa manera, terminan solapando conductas antisociales y claras desviaciones en el seno de su hogar. Esto nos remite a la idea de corresponsabilidad social, que podríamos abordar en otra oportunidad. En tanto, el campo es abierto para la charlatanería que, a tono con las “tendencias”, hace su agosto todo el año.
La infumable burocracia
La modernidad, ya se sabe, es ante todo una actitud mental. Se pueden tener mil artefactos y adelantos tecnológicos pero si la mentalidad sigue siendo retrógrada, de nada sirven. Es lo que sucede con la burocracia en prácticamente todos los espacios públicos, incluyendo instituciones y organismos donde, se supone, debe haber mayor apertura y preparación para el trato civilizado.
El síndrome de la antesala afecta a muchos ciudadanos que se ven obligados a acudir a las oficinas de funcionarios que, para empezar, rara vez están en sus espacios para cumplir con la obligación de atender al público que paga sus muy altos salarios.
Lo común es que esos funcionarios públicos anden, en casi todo momento, a la cola de sus jefes, haciendo de porristas y perdiendo miserablemente el tiempo que debieran dedicar a atender los asuntos propios de su función.
La culpa es compartida: de la punta de lambiscones que se montan en el cabuz de lo que sea y de sus jefes, que requieren del aplauso fácil, de la alabanza inane. También de quienes dejan hacer y pasar esos vicios sin reclamo alguno.
Debería prohibirse esa práctica y obligar a los “funcionarios” a la atención ciudadana, como lo mandata la Constitución General de la República. Acabar con el cortesanismo ramplón que raya en la vulgaridad y es un atentado a la civilidad.
Y los ¿servicios?
Hasta pagar “servicios” es una calamidad en nuestro país, no se diga recibirlos. De los bancos, la atención es de muy baja calidad, rayando en la irresponsabilidad. Cuestiones que la inefable Profeco no atiende y pide a quejosos que emprendan una cruzada legal que ya se sabe en qué termina.
En las oficinas del gobierno “de los tres niveles”, pero también en las instituciones educativas, el desmadre, sin eufemismos. Mala atención, empleados impreparados, altaneros y abusivos, es la constante.
Teléfonos que nadie atiende y ponen en espera por decenas de minutos; secretarias que de nada informan y miran con desdén, incluso desprecio, a quienes requieren la información.
Ventanillas que abren una hora después de lo indicado y que cierran en cualquier momento porque la empleada está desayunando, o comiendo, o fue por el niño a la escuela, o lo que sea.
Funcionarios sin más agenda que la ocurrencia del jefe o la propia, que hacen compromisos a sabiendas que no cumplirán y con la mayor desfachatez ni siquiera se disculpan por su evidente grosería.
En suma, el desmadre internalizado como “normal” en un contexto que raya en la demencia, ante la impotencia colectiva.
Tamborazos
-Con datos del Inegi o sin ellos, la realidad de Sinaloa no deja lugar a dudas. En materia de seguridad pública es un desastre, con mandos incompetentes y de ganada sospecha de nexos con la llamada delincuencia organizada. Los hechos recientes no admiten réplica.
-Nadie está seguro y el reciente asesinato de cinco militares (antes han sido muchos otros) lo ilustra de manera plástica. En tanto, el gobierno de Mario López, que no acaba de irse, sigue ocultando una realidad ominosa.
-Simplemente les vale… En Sinaloa, y desatados en Culiacán, siguen los retenes violando la Constitución, realizando detenciones, que eso son, de ciudadanos que transitan pacíficamente; los abusos, la ausencia de criterio, el pleno desmadre en la desprotección de los derechos humanos. Así estamos y a ver hasta cuándo.
-En tanto, la delincuencia y los crímenes a la alza, viento en popa y a toda vela.
-En la feria del libro “Mar del Plata, Puerto de Lectura”, Argentina, se presentó mi novela “Venir de tan lejos”, el 20 de este octubre.
“Por el Foro de Trajano” se presentó ahí mismo en el 2014 y fuimos invitados de nuevo.
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