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Primer comesytevás de corridito literal
En la librería de viejo Entenados de la posterior estrofa, el diálogo entre el encargado y una clienta asciende paulatino a tesituras de polémica: “El primer comesytevás es creación absoluta del señor Fox, gran erudito literario, experto en la obra de Borgues y junto a su cónyuge, biógrafo expertísimo de Rabinita Tagorita y de don Memín Pingüín”, ilustra el librero rascándose filosóficamente la barbilla.
Plagio tras la hora de yantar
La compradora, una jovencita que parece no llegar aún a la veintena, contrae el entrecejo en conato de enojo, a su interlocutor muestra la portada de un ejemplar recién comprado: AUTOBIOGRAFÍA RUBÉN DIARIO, en mayúsculas kilométricas, con un dibujo del vate al centro, inmerso en líneas perpendiculares, especie de hagiografía que a trazos intercambia madrigal por estampita . “Debería usted leer por lo menos La solapa apolillada de sus mercancías, en este libro que le acabo de adquirir el mismo bardo nicaragüense anota el episodio acaecido en México en septiembre 1910, el porfiriato lo invitó oficialmente en calidad de representante de su país, a los actos del centenario de la independencia, y luego-luego lo “desoficializaron” los “anfitriones” al ocurrir la invasión gringa contra Nicaragua que devino en defenestración”, arguyó con húmedo temblorcito en el labio superior.
El responsable de Entenados de la posterior estrofa sintió un fuetazo de lumbre por las críticas aquéllas: “¡He leído mucho más de lo que usted se imagina y ha vivido, muchachita! La desafío a que me diga qué menú le ofrecieron a don Rubén y quién le solicitó su salida en gatunas puntitas sin cascabel... al concluir la supuesta comelitona. Yo sí le desmenuzo memorioso el ambigú que don Vicente brindó al señor Castro: Güevitos rancheros rociados de piquín, frijolazos de la olla que nos han convertido en los mejores artilleros del orbe y, de postre, pura piña, en rebanadita de perfecto redondel... con la súplica de irse antes de la digestión, pues míster Bush es muy delicado de compartir la mesa, con quienes no huelan a güisqui y a lavanda”, replicó el hombre, rascándose ahora unas ideas atoradas en la nuca.
La mujer dulcifica el tono: “No se irrite, por favor, lejos estoy de pretender ofenderlo; usted quizás admire a don Vicente y don Jelipe, pero el hecho es que el señor Fox (junto a su canciller Jorgito) quedó exhibido ante los ojos del mundo, cual Tartufo sin tramoya, el presidente de un país que a ráfagas de insistencia miente, sometido al imperio en abismal ignominia, sin embargo, más allá de cartitas al comensal, en términos nada simbólicos, hizo un plagio tras la hora de yantar”, asentó con la voz ya bajita y melodiosa, mientras otros hurgadores de libros usados, como si rogaran aretes, enfilan sus orejas en los andurriales de la tertulia y la disputa.
Vates, muchos vates sin ortografía pero con béisbol
La chica, con evidente entusiasmo ante el calorífico rodeo humano, sin perder el matiz amable de su timbre, re-alza la voz, explica que antes de mercar la obra viejita y desencuadernada... mas íntegra, hojeó algunos pasajes, de esa publicación mexicana de 1960, de Editora Latinoamericana, S.A., y da lectura a unos párrafos con sus iris de grisura deslumbrante vigilando semblantes y renglones: “Escuche usted, escuchen ustedes, lo que Rubén Darío escribió: ‘Al llegar a Veracruz, el introductor de diplomáticos, señor Nervo, me comunicaba que no sería recibido oficialmente”. Un anciano de afilada expresión, interrumpe y expresa “Ah, don Amado Nervo, tan porfirista, tan maderista, tan huertista, tan carrancista. Ah, don Amado Nervo”.
El responsable de Entenados de la posterior estrofa entrecierra los de apipizca rumbo al vetusto antiamadista como si de una miradita quisiera triturarlo: “Nervo fue un gran poeta, un devoro del verso y la oración, ¡por algo cuando su cadáver llego a oleajes veracruzanos procedente de Uruguay... multitudes y multitudes atestaron muelles en una recepción sin más acarreo que una colosal tristeza...”.
Más filo pone el viejecito al rictus, e interviene nuevamente: “Ah, don Amado Nervo, el que dijera que los indios sólo sirven para beber pulque y jalar carros. Ah, don Amado Nervo”.
Una matrona con un mandil repleto de libros a revender, señala que la mayoría de los vates de la época se reclinaban sedientos a los polvorientos pechos del porfirismo, eran parte de la condimentación con que Carmelita Romero Rubio de Díaz Mori sazonaba sus reuniones: “López Velarde y su venidero antizapatismo, Tablada y sus odas de melcocha a Huerta, Jesús Valenzuela y sus curules sin soneto pero con calcio, Díaz Mirón y sus olfateadas de gloria para don Victoriano... Vates y más vates sin ortografía pero con béisbol, que a vatazos y batazos tlacuachianamente sin error jonrones le tundían al presupuesto”, comenta la señito, en tanto el librero le regatea una añosa colección de modernistas, preñada de didácticos escolios.
Un treintañero de cabellera abundante y abdomen más abundante todavía, tercia -en el coloquio ya colectivo-: “La fama convoca, congrega gentíos, aunque no se conozca nada del oficio del afamado; la muchedumbre que siguió el féretro del poeta nayarita no conocía su obra, porque más del 80 por ciento de los mexicanos no sabían leer ni escribir. Algo similar pasó con las exequias de Víctor Hugo. De veras que la fama atrae procesiones en cardumen. Por eso Eróstrato tatemó el templo de Artemisa, con tal de que una briznita de inmortalidá le abrigara el canijo trascender”, sentenció, reanudándose sin repetición pero con nudo, un empantalonado cordel que se le deshizo de una risotada.
Intempestivo menú de la salida
El atendedor de Entenados de la posterior estrofa, una vez finiquitado el pagaré con la matrona, en cuanto coloca los textos en un anaquelito, retorna al duelo verbal del cual es centralísimo protagonista: “Usted habla en demasía y explica en poquedad, se lo externo cortésmente -indica reocupando su sitial frente a la jovencita, entornados ambos de más personas-, déjeme aclararle que don Porfirio se enfrentó al jefe de la Casa Blanca al brindar asilo al presidente de Nicaragua removido, en la invasión de marines contra el mandatario José Santos Zelaya, quien después de tres lustros en el cargo cedió el puesto a José Madriz. Mi general Díaz envió la fragata Vicente Guerrero y al escritor Federico Gamboa a supervisar el asilo, pese al berrinche de Washington y los intimidatorios carraspeos del Capitolio”, apostrofó el hombre recuperando su dialéctica comezón en la barbilla.
Es claro, señor, -ripostó la joven- que usted es proclive, se lo digo con la misma cortesía, a don Porfirio, don Vicente, don Jelipe y sus etcéteras, pero que sea el mismísimo Darío quien aclare... si se me permite continuar con la lectura, el gobernador jarocho informó a don Rubén que ‘... podía permanecer en territorio mexicano unos cuantos días, esperando que partiese la delegación de los Estados Unidos para su país, y que entonces yo podría ir a la capital”, leyó la muchacha con sus iris de bellísimo atardecer sombrío orbitando en parágrafo y audiencia. Prosiguió : “... El enviado del Ministerio de Instrucción Pública, llegó con una carta del ministro, mi buen amigo, don Justo Sierra, en que en nombre del Presidente de la República y de mis amigos del gabinete me rogaban que pospusiese mi viaje a la capital”, la lectora con su vista en faro desparramada, a guisa de colofón peroró “Mucha amistá, mucha amistá, empero, el poeta no aceptó el menú de niebla, y, más rápido que un pestañeo salió de México, donde por cierto el propio bardo apunta que el pueblo veracruzano entonó vivas a Nicaragua y mueras al invasor”.
Menú de niebla... y de marea sin brisa, intercala la matrona aquélla que se quedó en Entenados de la posterior estrofa, aun cuando su transacción fue muy de antemano consumada. El viejecito aquél, con manoteos en mímica de palomar, expresa “Ah qué re-nombrados nombres sin renombre Chamorro y Debayle, que tratos de diferente índole tuvieron con Darío. Ah qué apellidos Somoza acólitos de más gringas invasiones y asesinos de Sandino. Ah qué Anastasio primigenio a quien Rossevelt definiese, con otras palabras pero igualito acento, como hijo de canino alumbramiento... pero también jijo de imperial entraña. Ah qué Tacho senior ajusticiado por el poeta Rigoberto López Pérez. Ah qué Tacho junior ajusticiado por Enrique Gorriarán Merlo, ensayista y revolucionario argentino. Ah qué ajusticiamientos de prosa y de poesía.
El solazo anuncia la continuación del mediodía. Entenados de la posterior estrofa con su cuidador permanece a solas. Casi nadie tiene hambre, temerosos del comesytevás salen todos hacia el distinto azar de sus destinos, casi todos se encuentran inapetentes... excepto el librero que mordisquea un oloroso bultito de chipotles en el umbral de sus bostezos e invita a su sombra un manojo de aquella niebla, para desterrarla de inmediato en el limbo de una siesta.
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