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Edición 262

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Sintético cronicario de los cuñaos

Los parentescos políticos no necesariamente provienen de la prolífica matriz de La Grilla y su titipuchal de fértiles sucursales; suegros y cuñaos son nuevos y repentinos habitantes del álbum familiar: fotogénicas sonrisotas acaparan los recuadros en estoicas y jubilosas poses, de quienes babeantes y sin pestañear, mantienen preso el jolgorio en una mueca... en lo que el artífice de la cámara los ajusila con la eternizante puntería de un flashazo.

 

El cibernético cuñao de don Jelipe

Hildebrando Zavala, carnalito de la cónyuge de don Jelipe, se arropó en el cuñadismo sustantivo, desde que el esposo de doña Margarita era candidato a la grandota bajo el azufrino amparo de oligarcas... de cuñado devino nepote sin tíos pero con harto nepotismo y a la familia la extendió en famiglia, fue contratado en acaecidas elecciones pa’computar  votos en la eficiente contabilidá de un re-cuento; conteo en íntima reunión de parentela a la que Pompín Iglesias hubiese destinado su afamada exclamación.

 

A don Hildebrando se lo trajo casi en antilúdicas escondidillas Luis Carlos Ugalde, quien a su vez fue traído por la señito Gordillo -su madrinota- en otra jugarreta de escondrijos. A la exesposa del entonces titular del IFE, Lya Limón (ahora asambleísta y cuadro sin marquito de Acción “Nacional”), también le fueron requeridos sus servicios contables y, en un ambiente familiar de enternecedora modernidá, reanudó un pitagórico romance junto a su exmaridito, con el cual contaba y re-contaba cuentotas y cuentotes del gran capitán.

 

Doña Lya (cuya silueta sus admiradores definen más buena que el PAN) es hija de Miguel Limón Rojas, ex cabeza de la SEP en la grisura zedillista, encargado por don Ernesto para hilar lazos de diabólica hermandá con doña Elbota con la que su patrón, en su etapa salinera de secretario de Educación Pública, tuvo algunas desavenencias que no pasaron más allá de las aduanas del berrinche y los pucheros.

 

pinopaez

El cuñadazo de don Jelipe, don Luis Carlos, la seño Limón y, sobre todo, la elegantísima madame Gordillo, a fondo desempeñaron plutocráticos ordenamientos, de suma y resta en provechosa aritmética de Mandrake y, especialmente, cubrir, llenar sin metáforas ni ripios las ánforas de todos los espacios del sufragar, en cualquier esquinario y cuarteadura del país ¡de todo el país sufriente y sufragante por aquella parentela copado!, completamente tomado, por los magisteriales pupilos y centinelas de doña Estherzota; el SNTE ratificó que el corporativismo funciona para más de un charrazo. Cuñao, exconsortes, hermanos amamantados, en paráfrasis de Rómulo y Remo, con leche, no de loba, pero sí en las escurrientes ubres de las arcas públicas. Qué exacto filosofar el de don Pompín: ¡Qué bonita familia, qué bonita famiglia!

 

Acuñado breviario del cuñadero

De Octavio a los Borgia Salinas de Gortari hay una distancia milenaria, empero, la esencia se acuña en los cuñaos, del que sería emperador romano y su hermanísima Octavia, esposa de Marco Antonio quienes organizaron un cachorrísimo triangulito con doña Cleopatrita. Los cuñadazos, nada más por un imperio, dieron fin al parentesco y la amistá.

 

Los Borgia siguieron puntuales las enseñanzas de su papaíto: don Rodrigo, el Papa Alejandro VI, del que dicen copulaba hasta con las sombras estampadas en las paredes; sus críos, en particular Lucrecita y Cesarito, del colchón hicieron asimismo coloquial y pujante filosofía, remarcadamente ella, que testamentó oro y poderío a los suyos, entre tostaditas claves de jadeo. Qué de cuñados pudientes sucumbieron en el prodigioso catre de Lucrezota. Hasta Alejandro VI, según el chismorreo de alfileres, se convirtió en su Papa-papá- papazote de incestísimos pujidotes, quien a su vez hizo a don Cesar hijo-jijo-cuñadazo. Qué familiaridad tan redundante en el camastro. Qué sabrosa y mirífica pornografía medieval.

 

En la genealogía saliniana los cuñaos, y otras parentelas, incansables mecanografiaron sus mismísimos obituarios.

 

El ex cuñado José Francisco, ex de la temible Adrianita, halló una misiva de balas sin remitente, pero con sospechosos rúbrica y jeroglífico carlistas. Al hermano Enrique lo ahorcaron a lo Corleone, cuando la Interpol a teclazos exigía su presencia, para que explicara cositas y cosotas de él y sus fratelos, en especial, de CGS de siglas tan necrófilas.

 

En la borgiana infancia de los salinitas, los mefistofélicos querubines fusilaron a la sirvienta de la casa, ¡una niña de once abriles!, crimen, no accidente, puesto que fue baleada por los luciferinos Carlitos, Raulín y un amiguito de la famiglia, conformados en trío y pelotón. El asesinato se apoderó de las de ocho en escurriente nota roja, hasta una película protagonizada por Clavillazo y Celia Viveros, hizo referencia del hecho en la escenificación de una barandilla. “¿Cómo lograron los chicuelos de Satán, de cinco y siete años, salir ilesos de la retrocarga de una escopeta, la “patada” en el hombro tras el disparo, si hasta a los adultos sin práctica lastima? Porque los serafines del chamuquín fueron ex profeso entrenados. ¿Y para qué la práctica de oprimir gatillos que no maúllan? Porque el pater fusilatus, Raúl Salinas Lozano, había violado y tenido un hijo de la infante doméstica, y si eso fuera revelado, su aspiración de presidenciable, expiraría de una sola resollada”. Tales interrogaciones e hipótesis respondidas, se desplegaban en sociales murmullitos de cascada. Décadas después, un magnate televisivamente inferiría que el semicarnal oculto de los Borgia Salinas de Gortari es Raúl González, sí, el doble medallista olímpico.

 

Ni los cuacos se salvaban de la disparadora vocación: el joven Charlytos (acerca del tema de medallas, ganó una de plata en equitación en Panamericanos), a un caballito que rehusó saltar un obstáculo en unos ejercicios… lo mató a balazos paque brincara las trancas del mas allá. Cómo salineramente tiemblan jamelgos y aborgiados cuñaditos.

 

Al azar y azahar ramillete de cuñaos

 

Recomiendan los sapientes en quehaceres de Polakia y sentimientos… que la forma más adecuada de calcificarse en los rondines de Su Majestá El Hueso, es a través del cuñadismo. Eso lo captó a la perfección Fernando Torreblanca al matrimoniarse con Hortensia Elías Calles, hija predilecta de don Plutarco; no tardó el carnalito de la esposa -Rodolfo- en acomodarlo opíparamente en uno de los gabinetes del maximato. Cada uno tenía su propia Secretaría de Estado, en las que se daban pantagruélicos festines con los ubrosos manjares del erario.

 

Empero, uno de los cuñaos más alcantarilladamente célebres era Antonio López de Santa  Anna, maese de maeses en la ciencia del acuñadarse. Cortejó a la hermana de Agustín de Iturbide, Nicolasita, cuando éste se encontraba en el pináculo de la tlacuachiana gloria presupuestal.

 

En cuanto don Agustín ascendió a su imperio chocolate al estilo barra Calos V… a la hermana Nicolosa la volvió princesa, cargo y título que de súbito la hizo sensualmente comestible. Ya no padecía lo que en la víspera sus detractores definían de “poquísimo agraciada”, eufemismo que intenta dulcificar la física ferocidad: adiós papada, con todo y la huida del pelícano; fin de cachetes cantoyanos que expandían las mejillas como si realizara buches de manantial; cese de la barbilla a lo Hermelinda Linda y pródiga obesidad en todo, excepto en los pechitos de caniquita que no resaltaban ni con los artilugios del hule espuma.

 

De la jauría de pretendientes, la princesa Nicolasa eligió a Toñito que no tardaría en devenir exitoso vendedor de terrenos. Nicolasita quedó más prendada del joven Antonio, que cualquier sediento enamorado entre gárgaras de rendidor toloache.

 

Pero en cuanto Iturbide cayó del trono con la misma tragedia que un borrachales del retrete, la crueldad de López de Santa Anna se cernió contra la exprincesa: le recriminó la eólica frondosidad de aquellos cachetes y los senitos de cuiria donde la sed jamás se podría aposentar, y los oleajes de recluido mar en la cintura, y…

 

Porfirio Díaz, por su lado cuñaderil, poseía una enorme capacidad de convencimiento para los cuñaos rejegos en asumir responsabilidades tras las festividades del zangoloteo. Su cuñado casi ignoto, Marco Antonio Ortega, botánico y especialista en cartografía, tuvo una hija con Victoria Díaz, hermana del Porfis tan añorado de la antigua y moderna burguesía. Delfina Díaz, sobrina del dictador, sólo tenía un apellido a causa de que el padre, ya casado y con otros hijos, se negó a prestarle el canijo apelativo.

 

En realidad a Porfirio esa negativa nominal le valía una reverenda rociada de catsup, pero cuando Delfinita creció en Delfinota y el tío se enamoró de la sobrinísima que le correspondió con un SÍ monumental de apasionado incesto… aquél empezó a preocuparse por el faltante del apellido, sobre todo, cuando había que redactar las amonestaciones en las inminencias de la esposa-sobrina-tío-marido todo en el amoroso fervor de una parejita, le apareció terrible eso de Delfina Díaz, hija de Victoria Díaz, próxima consorte de Porfirio Díaz… ¡puros Díaz, Díaz y Díaz con amargor de última consonante!

 

Para entonces Porfis ya no era Porfis, sino don Porfirio a punto de agenciarse una dictadura. Con el diplomático culatear de sus rurales… mandó llamar a Marco Antonio Ortega y, con la sutileza del poderío, fingió (enfrente de la boca de aquél) limpiarse el pistolón (su arma de fuego, desde luego) y, con una sonrisa macabra y admonitoria, le propuso, a cambió de orteguizar a Delfinita, encaramarlo al Senado… o, en lenguaje silente y entendible, hacer que se atragantara con una bocanada de balas. El ex cuñao aceptó gimoteador el curulero obsequio, dio nombre a la descendiente que jamás frecuentó y -más gozoso todavía- se fue con la garganta limpiecita de disparos, aunque las amígdalas se le treparon hasta desalojar al grito y la manzanota.

 

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