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Sin Dante ni Virgilio pero con otros Tres Poetas
(Tercia de canciones a un trío de Creadores)
La creación poética es un manojo de haz que se empuña en ramillete; abundan los poetas que dividen del canto su mismísima existencia: Uno es el artista que reparte resplandores anidados en una mano… y otro el claudicante sometido a contraluz de su propia empuñadura.
Versos que hasta sin escribir son leídos
Empero y por fortuna, hay mayúsculos poetas que sin redactar (o anotando) versifican la vida, la de ellos y la del prójimo tumultuario: Susana Chávez, Marisela Escobedo y Santiago de la Hoz, na’más por señalar una tríada del tamaño de obelisco… hicieron del soneto música pura en sincopada separación: Son neto, brisa enhebrando solfas en cabelleras de mujer.
Susana, asesinada recientemente en Ciudad Juárez, escribía versos desde el temporal del balbuceo; de Marisela -también ultimada en el mismo sitial- no sabe el retobador si caligrafió poemas, pero está completamente seguro que ella es poesía; Santiago legó un cancionero sobre el río en que la muerte lo envolvió, tumba de agua, tumbagua, con el poemario a flote en la declamación de tantos labios.
Canto primerito a una gran versificadora
Susana Chávez se quitó el paterno Díaz, le bastó un solo apellido y una sola herencia para alumbrar poemas y poner su verbo y sus latidos junto a las obreras de las maquiladoras fronterizas, al múltiplo explotadas, hasta la última sangre y la última piel el sacrificio, sin bálsamo ni refugio de parábola ninguna.
El retobador nunca conoció físicamente a Susana, sin embargo, supo de ella a mitad de los 90, cuando Raúl Coltongo (fenecido ya, gran activista, limpiecito de comillas) en el Foro Obrero de Tlalnepantla leyó un poema de Susana, informando a continuación que se trataba de una jovencita, casi niña, que denunciaba atrocidades contra las trabajadoras de las maquilas.
Susana Chávez Castillo.
Qué poema tan estupendo dio lectura emocionadísimo Raúl Coltongo. A través de él muchos conocimos a Susana Chávez, la reconocimos de inmediato; si ella fue masacrada a los 32 años, debió tener por aquella época unos 15 ó 16 abriles. Además de versos, creó la consigna y el movimiento de Ni una muerta más, es autora de Sangre, poema estremecedor que fluye a cántaros desde la carne abierta del fulgor. Señaló a gobiernos, empresarios y sicarios que en macabro trío de complicidades y subordinación conjugaron expoliar y matar, contra jóvenes proletarias. Entre esos patrones se halla Kamel Nazif, quien obtuviera mundialísima connotación en sus quehaceres de cosmetólogo, al dejar precioso a un virrey.
Contra eso combatió toda su vida Susana Chávez, contra ésos combatió toda su vida Susana Chávez, tronchado su existir con una crueldad que rebasa cualquier literatura, calumniada por la autoridá, vía Carlos Manuel Salas procurador de “Justicia” juarense. Creyeron los verdugos, armados de fuego y escritorio… diluir al verso y la protesta, pero el eco cintila y es sonoro:
Marisela Escobedo.
Tu poesía/ Susana Chávez/
Se desprende de la quietecita herida de la luz
Tu poemario flota en el laurel desde un follaje de relámpagos
se te lee
Susana
más allá de las palabras
más allá de la incandescencia misma que te bosqueja forestal
en el ramal de una centella
Tu poema pesa un resplandor
Susana Chávez
y en la carga de tus lunas
tan ansiosas de anidarse en la retina
se te lee y se te sopesa
con la milagrosa laicidad de saberte iluminada
en el inapagable trajín de tu cantata
Susana
Segundo canto a una mujer-poesía
En arribeños parrafitos se indica el desconocimiento de si Marisela Escobedo Ortiz es autora o no de décimas, silvas o endechitas… En efecto, ella, pese a la puntería de su asesino, es poesía, mujer-poesía de mano y puertas abiertas para quien tocara en busca de albergue y de consuelo. A su portón y a su palma siempre extendida tocó un veinteañero, Sergio Barraza, sin nada y sin nadie, quien allí encontró alimento, trabajo y amistad.
Los hechos son tan actuales que aún salpican lo descomunal de la tragedia: Barraza se vinculó sentimentalmente con la hija de Marisela, Rubí, a la cual mató y arrojó el cuerpo mutilado a un porcino basurero. La mujer-poesía descubrió al criminal sin más apoyo que su entereza, tuvo que enfrentar la torturante y soez maraña leguleya. Y a tres jueces que ya hieden memoriales (Catalina Ochoa, Rafael Boudib y Nezahualcóyotl Zúñiga). La mujer-poesía, la trabajadora de siempre con pobreza de siempre, en las pesquisas que emprendió fincada solamente en su soledad inmensa… terminó más pobre todavía, todos sus ahorros los consumió la investigación, el rastreo efectuado en solitaria inmensidad.
El final de una madre.
Luegoluego exoneraron al criminal. Luegoluego el plantón de la gigantesca mujer-poesía en la casa de gobierno chihuahuense. Luegoluego el matón que tuvo toda la tranquilidad de perseguir, disparar y huir… literalmente ejecutada frente a las narices constipadas de la autoridá en algo que suena más que a negligencia. Qué pequeñín gobernadorcito que promueve la leva. Qué liliputiense munícipe de Ciudad Juárez que vetó saludables besos de saludo a la burocracia. Qué microscópicos seres de la grilla ante la dimensión colosal de una mujer-poesía. Qué diminutos los que la dejamos sola con el pleonasmo de una solitaria soledad. Qué altura de mujer-poesía evocada siempre en superlativa y literal GRANDEZA:
¿Cómo abarcar tu inmensidad, Marisela Escobedo Ortiz?
¿Cómo describir
Marisela
el menguante hecho cimitarra y suciedad
preso y percudido
en la diestra de un cercenador
que te multiplicó en cubismo todas las ausencias?
¿Cómo medir la desesperación de tu vacío
Marisela Escobedo
si en el horizonte que sangra la eternidad de una lejanía
se amontonó el espíritu a gritos de parvada?
¿Cómo empuñar
Marisela Escobedo Ortiz
tu monumental legado
con estas manos tan pequeñitas que apenas desembolsé
a escondidas del espanto?
¿Cómo mirarte a plenitud
mujer de Juárez con Ciudad y muerte
cuando esta mirada mía oculta en sus ojeras
no logra completar el recorrido de tu mayúscula GRANDEZA?
Canto terciario a De la Hoz que sin cegar siega
Al igual que Susana y Marisela, Santiago de la Hoz fue calumniado, con la fútil estratagema del vituperio: Anegar el sol a escupitajos. Bardo y revolucionario magonista fue Santiago, cuyo poema Sinfonía de combate era el preferido del gran Zapata, lo que ya se detalló en precedente Retobos Emplumados; es autor también de los versos de la Oda negra, labor poética que combinaba con el oficio periodístico bajo el pseudónimo de Lobo Gris.
De la Hoz falleció a inicios del siglo anterior en las taimadas corrientes del Río Bravo, hay dos versiones al respecto: Un accidente en esas aguas que a ratos simulan ser un enorme cristal apaciguado y cantarino, y a ratos se yergue con la fatal escandalera de los añicos. La otra hipótesis es que murió a dos fuegos, a dos fuegos no entre dos fuegos: A ráfagas de la Border Patrol y soldados porfiristas que contra él destinaron la jauría de su plomo.
Santiago de la Hoz, el versificador que entretejió su actuar revolucionario a su poesía, elevó su canto y su existencia a la cresta misma de una cordillera. Hacia él, el vocerío individual irrumpe rumbo a una serranía:
Vocerrón no vozarrón
La voz se catapulta y en pos del eco irrumpe
tras la humedad de una flor
a punto de ser parida entre las grietas de la bruma
Suele crecer alguna voz
en la íntima colectividad de una cordillera
se multiplica lejos de cualquier vozarrón
A murmullitos de montaña en vocerrón embarnece
en tímpanos que saben asir una gladiola
y en solapas que huelen a poema y a tambor
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