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¿Res o no res?
(¡Aja, toro, no te hagas güey!)
En burdísimo hamletismo en palindroma, polemistas en torno a corridas de toros al ¿ser o no ser?, lo trasmutan en ¿res o no res?; argumentos de aquéllos y éstos, en buena medida irrumpen de falsas premisas, unos se nimban un titipuchal de auras en redondel, otros reducen a moronas tanta santidá, apedreándolos con el fulgor de otras virtudes de a lengüita también ensombreradas.
Sinóptico controvertir
Hay protaurinos que engolan, la voz, alzan la ceja y, con el estereotipo de los doctos a fotografiar, encajan su mentón en sus pulgares para despaciosamente ilustrar que la “fiesta brava” es arte e historia arraigada en los estéticos capotazos, que arrancan ¡oooles! de gaznates privilegiados.
Hay contrataurinos que, fusilándose el rictus de signore Lombroso, a bocanadas de diván aseveran que quienes asisten a tal espectáculo, sin falla devendrán cuchilleros a hurgar el mondongo ajeno, más sádicos que cualquier novela de mesié Sade, sin duda alguna -sostienen- serán la perversidad personificada.
En términos festivos Sergio Golwarz, en Un niño bueno y los toros, texto incluido en Cuentos para idiotas, aborda lo anterior en un fondo de crítica seria versus la práctica del capotear el calcio de otras sienes.
Más de un admirador de las incomestibles banderillas, “filosofa” al son de los neocartesianos, los que se asumían “discípulos” de René Descartes, sin entender del “Pienso luego existo” o Cogito ergo sum, cosa distinta al antiortográfico rengueo o al albur en diminutivo.
Si don René adujo que el alma se hallaba en la silla turca, en la hipófisis cerebral, casi en el centro exacto de la nuca, los neocartesianos interpretaron que si en tal asiento el ánima anidaba solamente en humanas chirimoyas, el espíritu asentado significaba que sólo tal especie poseía sensibilidad, emociones, dolor… y, por ende, los animales al carecer del símbolo revoloteador, exentos también se encontraban de sensibilidad, emociones, dolor… y a tirones desalaban en vida gallinitas, explicando a los circunstantes que el avícola chilladero nada tenía que ver con el sufrimiento, que se trataba únicamente de una literal expresión desanimada, similar a la nieve copiosa que al derretirse simula una melodía en lo que culmina su transmutación en agua. Entuertaban perritos y gatitos, afirmando y re-afirmando que el operístico ladrar y los maullidos, eran pura inercia irracional, igualito a bufidos de vendaval al chiflarle sinfonías a los ramales.
Algo parecido en su debatir plantean los encapotados taurófilos, dizque el toribio de lidia nació pa’gozar el arsenal de los rejones, los lancetazos sin Lancelot pero con un cabalgante Sancho extemporáneo que le garibolea un suplicio en el morrillo, los descabelles que en torturantes abonitos a la mismísima muerte dejan calvarienta. Sin embargo, a diferencia de los neocartesianos, respecto a la “irracionalidad” animal… aficionados a la lidia, aseguran que estos toros quieren trascender, a bufidos descifrados anhelan que su testa decapitada luzca más que un perchero.
César Lombroso
En redundancia corrida corrida en cornamental despido
Seguidores del toreo reiteran enfáticos la estética taurina; nombran y re-nombran pinturas referentes al “arte de Cúchares” (en honor al segundo apellido de un torero decimonónico); señalan al cante jondo, a la voz estupendamente ronca que gime a la lluvia desde lo más acuático de una lira; hablan de las bailarinas que en el tablado siembran a los dioses; y al poema, a la poesía sobre todo, a Lorca, muy en especial, recetan y re-citan, y a los crepúsculos desmenuzan a fin de que un atardecer quepa completito en la plaza, cual inamovible fogatita que acaba de perpetuar el viento.
El cante jondo, empero, la danza, sin embargo, la voz y la lira no obstante, son pese a que la “fiesta brava” no sea, lo mismo que lo poético y el dibujo. No importa que ya no haya corridas, las gitanas prosiguen almacenando paisajes desde el haz de sus miradas.
Los que ya no estarán son los picadores, ni el matador, ni los borrachales que con su bota de vino a zancadas se beben espejismos, ni el banderillero que verá oxidados sus fileros. La poesía continúa pese a que de las astas sólo resten las banderas.
Correlaciones en barata
Un periodista español -Pizarroso- amante ripiosamente fervoroso de la tauromaquia expresó en un programa televiso su peculiar entendimiento de la correlatividad en una especie de baratísimo silogismo: Si Himler estaba en contra de la corrida de toros, se correlaciona que todos los detractores de la misma son nazis, arguyó en gris correlación sin materia. Tal aserto resulta tan elemental como eslabonar que si al dictador Franco le gustaban en demasía los toros, los taurófilos son franquistas.
En México, no hace mucho EL UNIVERSAL publicó declaraciones referentes al tema de miembros de la farándula. Gonzalo Vega, muy a lo Pizarroso aquél, acerca de la prohibición de la “fiesta brava” en Cataluña, elucubró que “… fue causada por un montón de mujeres insatisfechas y frígidas”, en un monumento a la misoginia que al instante convocó iconoclastas.
Cuando el argüir de la genética taurina nacida para ser acuchillada evapora sus arrestos, los aficionados recurren al ardid de las equiparaciones: Que el boxeo es mucho más cruel y a plazos de rectos y derechazos dejan a la masa encefálica lista para ser servida en una sesuda quesadilla. O, verbigracia el exjoven Murrieta, arremete contra los que aprueban el aborto y próvido muy a lo “Provida”, muy Serrano a lo Limón, se manifiesta santón y compungido por la natalidá.
El obispo Onésimo Cepeda, quien de manera tripartita combina grilla, farándula y altar... es otro amantísimo de la “fiesta brava”, la defiende a ultranza con la claridad mortal de sus decires. ¿Cómo olvidar del prelado su peculiarísimo anhelo pastoral de que con 500 muertitos Aeropuertam habemus? ¡Cómo enfadó al clérigo taurino no ascender con alotas de metal sobre medio millar de silenciamientos!
Marqués de Sade
En ese renglón de box y toros, Luis Spota tuvo mucho que decir y más todavía que callar. De plano el escritor se manifestó acérrimo contrario al pugilato y acendradísimo fan de la tauromaquia. De temática torera escribió varias obras, y de pugilismo ni una coma, para no promover, dijo -en otros términos más idéntica terminal-, la barbárica penitencia de dos hombres ensogados.
El señor Spota, pese a su rechazo al boxeo, jamás utilizó su enorme fama ni sus múltiples tribunas, a fin de seguir la consecuencia lógica de su antiboxístico pensar, al contrario, duró unos 20 abriles al frente de la Comisión de Box y Lucha del D.F. y hasta por un ratito obtuvo la titularidad del Consejo Mundial de Boxeo. Fue animador bien voluntario del oficio de la tunda, no porque hubiese desistido de su razonar en contra, le desagradaba el ring, pero más le agradaba estar en la nómina y en la más redituable cercanía con regentes e inquilinos de Los Pinos, muy afectos al ceremonial de los moquetes.
Federico García Lorca
Otras taurófilas tesituras
Cuando el asambleísta lumpeniano, Cristián Vargas, del Partido “Revolucionario” Institucional, llevó a la defeña Legislatura una iniciativa para prohibir el espectáculo referido, los comentarios en su contra por los amantes de las corridas se desgajaban en alud, al unísono que hacia los “ecologistas” del Verde, que lo único que les verdea es la dolariza por el negocito partidario y familiar.
Pero una vez que el señor Vargas en una sentada nada alburera, fue convencido por Rafael Herrerías de la importancia de mantener la “fiesta” y retirar la iniciativa, don Cristián, cuya homofobia y misoginia expele con gran estereofonía, dejó de ser para los taurófilos lumpen y dipuhooligan, convirtiéndolo en defensor del arte y la historia, aun con el evidente analfabetismo funcional del legislador; su convencedor y convertidor tan catalítico, el señor Herrerías, es un empresario de macabros antecedentes y, según lenguazas de corte agudísimo, cuando fue dueño del equipo futbolero Veracruz, en plena sociedá con un virrey jarocho, se especula que era para lavar todo menos la conciencia.
Personas hay situadas en similar geometría política que coinciden en todo, excepto en el dilema aquel de res o no res, virreyes aguascalentenses de siglas diversas, han hecho oratoria cornamental respecto a la local “fiesta brava” y, en una treta de alta legalidá la decretaron “patrimonio cultural”, previendo por si las moscas, o por si los toros, se llegase a aprobar el fin de las corridas, no tocase al estado ni al astado, lo único tocable seguirá siendo el lomo claveteado de los bureles.
Un expresidente del PRI, Adolfo Lugo Verduzco, que por vía de copiosas gubernaturas él y varios de sus parientes hicieron de Hidalgo su año permanente, aparte del virreinato se dedicó a la también lucrativa ganadería. El exgobernador ha diseminado rollos faraónicos en defensa de la torera continuidad, con todo el bagaje discursivo de la grilla, en que después con cuernos ajenos prosiguió.
El quid del debate está en la tortura de los astados. Sólo alguien con las neuronas en conflicto podría festinar las cornadas contra toreros, subalternos o público, atribuirlas a una “revancha divina”. No se trata tampoco de creer la máxima incredulidad del cornamentado trascender, de la electiva inmortalidad del toro, que más de un fanático estipula, ya que de creencias se trata, creyéndose con más pedigrí que un Toribio indultado.
El tema exige posiciones exentas de eufemismo y huidas al burladero: No a la “fiesta brava”, que lo único bravío sea el fin sin ruedos ni artilugios de la espectacular vesania en perjuicio de un ser viviente:
¿Res o no res?
¿Ser o no ser?
¿No son o son?
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