RETOBOS EMPLUMADOS PINO PÁEZ (Exclusivo para Voces del Periodista)
(LIBROS A COMPARTIR EN UN BRISDIS DE LECTURA)
Muñoz Cota: poeta nacido a los 80 abriles
EN LA COLONIA de Los Abedules (por donde Xochimilco casi finiquita su maravilloso tapiz de agua y la huella deja de zarpar)… está la librería de viejo Vejez de palabra desempolvada, un local pequeñito colmado con fotostáticas ampliadísimas de Miguel Hidalgo, Eleanora Carrington, Pablo Casals, Juana Belén, Mahatma Gandhi, Sara García, Karl Marx, Luisa Michel, Ángel Tavira, Dolores Jiménez Muro, Albert Maltz, Mimí Derba, y dentro de un arsenal de puntos suspensivos… José Muñoz Cota, éste, en un retrato a lápiz, con sus manos tupidas de tiempo, lunares y poemas.
La encargada (quizá dueña) de Vejez de palabra desempolvada, es una dama que luce un buen caudal de calendarios, amén de una hermosura apaciguada que dispara indulgencias desde unos ojazos marrones, como anocheceres bien juntitos que dispersan y dispensan un manantial de absoluciones.
Atiende, con tesitura maternal, a una jovencita que le inquiere, el porqué de tantas reproducciones de dibujos y fotografías, para ella -en buen número- de seres desconocidos. “Porque fueron y son personas que a pesar de una ‘matusalénica’ longevidad… no sólo persistieron en sus respectivos quehaceres, sino que en lo más copioso de la edad, hicieron de la revolución algo mucho más amplio que una avenida”, explicó la señora envolviendo a su interlocutora en el chal de su bellísima sonrisa.
La muchacha con su índice a lo alto fusila a Maltz en una interrogación: ¿Por qué, entonces, está ese hombre que no es anciano? “Ahhh, responde la librera con una sonora y paradójica vocal triplemente enmudecida, se trata de Albert Maltz, escritor y guionista de varias cintas en Hollywood, a quien el macartismo sumió en la lista negra de sus atarjeas. Está su retrato en los muros debido a que es autor de El hombre que no quería morir, una espléndida novela, cuyo papel protagónico es un senecto que -a partir de un asilo- realiza un periplo sin más recursos que su voluntad por continuar descubriéndole misterios a la existencia; un ideal es su búsqueda… y con su vagancia libertaria alfombra carreteras, banquetas, pedrerías, sin que lo detengan las reumas ni el peso de tanta vida enmochilada a sus dorsales que lo hace superior al mítico Atlas, puesto que no sólo carga el mundo, porta el legado de su mismísima humanidad, aún con rutas por construir…”.
Quien más atrae la curiosidad de la veinteañera es el trazo de Muñoz Cota, sus dorsos, a diestra y siniestra, con la constelación en magnifico desorden de abecedario, cual si las letras fueran guantes, y el universo la prodigalidad de un deletreo, pero lo que más parece fascinarle del personaje, es su vetustez reluciente y combativa. La responsable del negocito apalabrado, antes de ser cuestionada, con aquella envolvente y afable media luna de sus labios, “telepática” sacia el cuestionario: “Es un bardo nacido a los 80 abriles, un congénere que ejemplifica que mientras en el pecho aniden percusiones de tambor que no descorazonen… entre los breñales de la luz, hay nuevos resplandores a descubrir”.
La poesía es un empuñado manojo de relámpagos
La chica escucha -sacia más bien- con su boca semiabierta de sorpresa, las sedientas ganas de saber. “Octogenario, sí, brotó como poeta, haz de cuenta, mi pequeña, un ahuhuete que de súbito florece centenario con sus ramales maravillosamente atestados de juventud y de canciones, antes de que cualquier alado le herede sinfonías…”
La poética disquisición imanta, congrega un grupito de clientes que también anclan en alzada su curiosidad rumbo al retrato “enlapizado”. Un individuo, empero, de bigotísimas y fallidas imitaciones al gran Zapata, cargando sobre una hombrera un portafolios de trapo deshilachado, como si algún jaguar en él hubiese afilado la totalidad de su cuchillería, poseedor de pavorosas ojerotas, gordísimas y amoratadas, mayores que el Bolsón de Mapimí… interrumpió a la dama desde un vozarrón seco y agresivo: “¡José Muñoz Cota fue un priísta tlacuachianamente domiciliado al presupuesto, diputado con el dedo a la alza en la obediencia de la artritis, orador y maestro de oradores en grillísimas oraciones de santísima y calcificada laicidad, autor de un dizque ‘poema’ a Zapata, pa’recitar en gaznatitos primarios de primaria, sin más tonada que su aburrición!”.
Gandhi
El sujeto provocó una expectación desagradable, sobre todo, cuando con un pulgar se tallaba lagañotas y ojerísimas, reduciendo a puré todas las visiones despilfarradas. La encargada, sin virar la dulzura de su faz, dijo que en su charla referente a don José no emitió afinidades políticas con él, “aunque menos con usted”, apostilló clavando en el ojeroso su sonrisa y su mirar, “por cierto -añadió- el señor Muñoz Cota fue secretario particular del presidente Cárdenas y, situación rara, director de Literatura del INBA, lo que no redundó que su abundante obra poligráfica fuese editada y, por supuesto, tampoco puesta a circular, como se estila entre burócratas, favoritos y criadores de bardos etéreos que en el puro aire las componen…”.
Otra vez el interruptor de las superojeras, coló la audible fetidez de sus admiraciones: “¡Qué tiene que ver esa faraónica explicación de puro rollo! ¡Como si ser poeta ochentón convalidara los pretéritos! ¡Quién se atreve a definir la poes…”
Esta ocasión el interpelante sufrió la interpelación, la risueña librera, sin más admiraciones que su tesitura de cañaveral, afirmó que “La poesía es un empuñado manojo de relámpagos”.
“¡Que me muestren el relampaguear!”, replicó el antiestético bigotón, entre la sarna de su sorna, custodiado por la semblanteada reprobación de los compradores de antigüedad que se destila en Vejez de palabra desempolvada.
Cómo puede asir el sentimiento una cantata
La señora de los ojazos de tormenta quietecita, tras colocarse unas antiparras de oblicuos cristalitos, tomó de uno de los estantes, un poemario de un centenar de páginas, Variaciones, de José Muñoz Cota, con una portada azul y en el diseño un bellísimo eclipse artesanal. “La poesía debe leerse en la intimidad de los adentros, sin embargo, a fin de satisfacer cómo la poesía es un empuñado manojo de relámpagos, permítanme, más que recitarles, recetarles, un fragmento del poema Ochenta y cinco, edad en la que el bardo falleció: ‘Ochenta y cinco,/ ochenta y cinco escalones de palomas/ derrumbaron mis ansias/ por llegar no sé a dónde/ (…) No importa que los remos envejezcan/ ni que la sangre salga de su cauce/ y encienda su coraje./ La vida es una aurora/ con sus nervios inéditos/ (…) Estuve en el combate limpiando los fusiles./ Ahora soy polvo que vuelve a las andadas./ Nunca sabrá el crepúsculo que no le tengo miedo./ Sigo, para mi uso, falsificando las estrellas”.
Otro Ahhh, pero ahora colectivo (excepto el de las ojeras que se rascaba una especie de urticaria en aquel desperdiciado saco de miradas) se desparramó en el local como danza de abejorros. “¿Qué importa que este poema se lo haya dedicado a Celso H. Delgado, connotado miembro del PRI, y otros cantos se les diera a Jesús Aguilar o destinara a Heladio Ramírez Declaración de amor a Oaxaca, si en lo profundo del cantar se halla la vida en un brindis de lectura, vino atemporal que se degusta a sorbitos de alborada? Brindis de palabra que se transmuta en destello y torrencial. ¡Salud!”.
La jovencita, entusiasmadísima indaga cuándo se publicó Variaciones y quién lo editó. “Su fecha de impresión es 2002, esto es, nueve años después de la muerte de don José, es una edición de autor con el crédito dialécticamente anónimo de Siempre amigos Fundación 14, más de cien libros, de una extensión que apenitas rebasa las cien páginas, sin lucro, de regalo al azar de las retinas, labor en verdad que revoluciona el rescate de obras, que de otra manera acabarían aseándole el alma a los espíritus que operísticos revolotean en el retrete. Nosotros, los libreros de ocasión, adquirimos lotes y la palabra vuelve a fluir en pestañas que no han sido clausuradas”.
La dama indica que ese es el único ejemplar de Variaciones que tiene para vender e ilustra que otros libros de don José, que en idénticas circunstancias en Vejez de palabra desempolvada han arribado… la enorme mayoría en prosa son anécdotas y ensayos, opiniones de políticos y creadores con enfoques muy discutibles… Esa cantidad inmensa de impresiones en vida y post mortem de su escritura, deviene parte esencial de su todo creativo. Así ocurre en cuanto una producción, por caso Variaciones, alcanza registros de tal altura”. Libro que hizo a los 80 calendarios de prodigar resuellos, temporal en que nació el poeta José Muñoz Cota, si no, escuchen otro tramito del poemario, Quehacer del Insomnio, donde se dirige a Alicia, su esposa, la compañera de aliento y andanza: ‘Seguro doña Alicia/ que tatué las iniciales de su nombre/ en la canosa piel de la última esperanza/ (…)/ hemos sido compadres de la luna y del insomnio./ Y usted se encargará de no escribir la biografía del humo./ Los relámpagos propensos al suicido,/ se van quedando solos”.
Todos quieren el poemario, diez pesos señala un tenue dígito de grafito, todos coinciden que sí es posible empuñar un manojo de relámpagos. Casi todos acceden que el libro sea para la joven cuyo entusiasmo late un festivo campanario… casi todos, quitando al portador de las ojeras que en pujidísima subasta se desgañita “¡Doy cincuenta!”, empero en su “traportafolios” no cupieron Variaciones, sólo un zuumbadero de reojos que le aguijonean el interior más deshilachado aún que le picotea el verbo y las hombreras.
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