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Edición 301
Escrito por Pino Páez   
Jueves, 21 de Marzo de 2013 21:22

RETOBOS EMPLUMADOS
PINO PÁEZ
(Exclusivo para Voces del Periodista)

Acerca del empistolado epistolar


LA DENOMINACIÓN DE LITERARIAS ramificaciones suele ser arbitraria, empero, resulta útil para análisis de frasquito…
de tinta solamente rebosante.

Samuel Richardson
Samuel Richardson

La novela epistolar, por caso sin cazo pero con aquel tintero, se le atribuye fundada a quien no tenía vocación, facultades o interés de tornarse literato, al que los encanijados imponderables del sino pusieron a escribir -en vez de un folleto “motivacional” flaquito de hojas y pretensiones- un libro de unas ¡800 páginas!, hecho a través de un diario, íntimo carteo anclado en la historia con todo y remitente.

No a la tentación ni al tentaleo

A mediados del dieciochesco, en Inglaterra, el impresor Samuel Richardson publicaba invitaciones a casorios, aniversarios y anuncios de diversa índole mercantil, a la par que imprimía trípticos y manuales nada obesos con temas de “superación personal”, consejitos tendientes a no desatender ni distender las “buenas costumbres”. Si los alcaldes de Ciudad Juárez, Ciudad Acuña, Guanajuato… leyeran, se podría deducir que sus decretos contra la impúdica ferocidad de la minifalda que muestra andanzas de torneada perdición, o su arcangeliano combatir ajustadísimos pantalones de varón que abultan impíos el volován de la maldá, y su anatema a escote de amazona, tan recortado, que en  jauría incita faunos a la sed… irrumpen de las “motivadoras” líneas del británico. Pero no, los munícipes no agarran un libro ni para abanicarse compaginados orejas y perfil durante el verano que achicharra. Es coincidencia, sólo y sola coincidencia, coincidencia pura, puritana, de pureza ignota.

Míster Richardson obtenía buenos ingresos con sus manualitos, inducía a los fieles anglicanos a que asistieran a los oficios sin entrometerse en la religiosa invención de Enrique VIII, ni en su autoviudez tan copiosa, ni el asesinato contra Tomás Moro, ni hacer socarronerías con su espléndida panzota, majestuosa de timbona majestá... A la juventud asesoraba en sus escritos, recomendaba a las chicas no mostrar ni un porito de las demoniacas pantorrillas, y a los muchachos no hacerse los descuidados con mañosas aperturas de zíper en que ciclópeo Satanás asoma.

Don Samuel quería producir un texto más directo al abordar cómo se deben portar las que trabajan en la servidumbre, época que agregaba fámulas y secretarias, cocineras y bibliotecarias, maquillistas y amas de llaves… Ideó que lo ideal en un pleonasmote sería redactarlo en primera persona, en un diario, luego pensó en un personaje, con un nombre que fuera muy común, y le salió Pamela y le añadió -sin ningún doble sentido- un premio largo y espectacular: Pamela o la virtud recompensada, una doncella -aquí sí en doble sentido, sirvienta y virginal- que se resiste a los mefistofélicos arrimones del patrón, quien ansioso de escuchar a dúo los rechinidos del colchón, se matrimonia con la mucama, la que pierde lo invicto pero gana una gran mayúscula: Señora, y aporta enorme moraleja: Mujeres: si queréis triunfar, impedid que un poderoso apague el pudiente ardor en el maravilloso crepúsculo de vuestra zanjita, ¡hacedlo que se chamusque!… hasta que un juez selle que vosotras ya sois de casa,  mucho más que hacedoras de limpieza u ocasionales elegidas que arrancáis alaridos sobre catres de postín.

Pureza parece pereza

La obra quedó de una gordura similar a la del señor Banxico, sin embargo, míster  Richardson rehusó tijeretear…y Pamela… salió gozosamente regordeta, vendiéndose a tutiplén cual suculenta torta cubana o sangüichote de tres pisos a rentar de una sola tarascada. Se vendió de inmediato al mayoreo. Pese a pesares de críticos que no vieron ni pizquita de calidad en el titipuchal de hojas… no pudieron empero negar el debut del carteo en la novelística, rubro y ramal del cual se desprenderían El diario de Ana Frank, Carta a mi padre de Franz Kafka, Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar… en una carretera de etcéteras.

De allí brotarían como ripiosas Decibles, Marías Isabeles antes y después de la señito Dulché con la “subliminal” misoginia escondida en sus comillas… de que ellas solamente trascienden si se acurrucan bien horizontales, bajo la jadeante protección de algún magante trascendido.

Samuel Richardson

Don Samuel se inició de novelista a los 51 abriles, ante su Pamela… tan exitosa pergeñó otros ejemplares con idéntica consejería: Clarissa, Sir Charles Grandison…, siempre “motivador”, incólume al recetar y recitar el recato. Quizá no fue primigenio en novelar epistolarios, aunque se afirma que sí en sistematizarlos. Un coterráneo y contemporáneo suyo, Henry Fielding, escritor ya afamado, creador de las celebérrimas Aventuras de Tom Jones, de plano se burló de su colega, incluso noveló a un ¡hermano de Pamela!: Joseph Andrews, tan virtuoso como su carnalita, tan virgencito como ella, tan protector de su doncellez al igual que la consanguínea; la diferencia estribaba en que él no tenía patrón, sino patrona, un súcubo, Luciferina en lugar de Lucifer, tramposamente amodorrada frente al criado, con el brasier puesto de visor y la crinolina izada en lujuriosa banderola, que entre impudorosos diminutivos -con voz hirviente- le ordenaba: Ven Josefito, vente conmigo, que te voy a enseñar unas cositas, ¡cuando en realidad le enseñaba unas cosotas!

Míster Fielding no cesó en su ironía: publicó luego ¡Shamela!, idéntica casi a Pamela, con el mismito apellidito, el mismo oficio, la misma ambientación… el casi consistió en que la sirvienta Shamela no sólo aceptaba el rimar-arrimar de su patrón apoltronado, sino que ella mismita se arrimaba a los rimares y arrimares de una legión de pecadores. Al igual que la patrona de Joseph Andrews, cuya traducción espiritual sería Cástulo Quintín, Shamela cachorrunamente teatralizaba sus modorras, pureza “soñolienta” que parece pereza, a fin -y afín- de que el rimador-arrimador versificara el arsenal de los pujidos.

Correo de tanta evocación

Hubo otro impresor que asimismo le entró a la novelada, a la no velada ficción que de una pluma se despluma en revoloteo y aterrizaje: Luis G. Inclán, poseedor de una imprentita que en similitud a míster Richardson, vislumbró de buen negocio crear y editar una novelita de aventuras. Así le nació Astucia, con un kilométrico agregado, referente a charros, rateros y tabaco que le resultó, tal y como lo previó, un cañonazo a consumir, aunque aquí también, o mejor dicho, aquí tampoco, los analistas vieron calidad. En su versión de pantalla, Luis Aguilar apantalló un buen número de cinéfilos.

El correo de evocación y de vocación halló también asidero y salidero en el taller de don Luis Gonzaga, hizo una edición de Diario de un testigo de la guerra en África, de Pedro Antonio de Alarcón, que trata de la invasión española a Marruecos, texto colonialista de un autor que estuvo allí en calidad de soldado y reportero, quien además entinta de incienso a Cortés, al que en otra cartita muy antecedida, dirigida al emperador hispano, Motolinía también espolvorea mirra al genocida don Hernán, tras tupirle a Bartolomé de las Casas ataques a la carta.

El francés Octave Mirbeau novelaría Diario de una camarera, libro también muy vendido con varios traslados al cine, incluida una cinta de Buñuel. Memorias que a punta de lápiz apunta la trabajadora, correo de tanta evocación que atrajo a descendientes de literatos, directores de filmes, actores, actrices… a volcar en papel lo que el recuerdo rebela, o se cree que revela. La hija del cineasta Francis Ford Coppola, o la del escritor William Styron, publicaron voluminosa biografía de sus ancestros, pero la vida que redactó la primogénita putativa de la famosísima estrella Joan Crawford -Christine- con el titulito de Mamita querida, ubica la biografiada en los escenarios del aquelarre: golpeadora de infantes y mitómana, golosamente tartufina con aperitivos de patraña, según la hija que para algunos se mutó en jija, con la intención de hacerse de parrafeadas regalías, incluida una película estelarizada por Faye Dunawey. En los proemios del ejemplar, la autora otorga el “perdón” por las inferidas y paradójicas hijadeces de la madre.

Otra hija adoptiva: Pilar Donoso -nacida en España- del novelista chileno José Donoso, en la ¿paternal? biografía Correr el tupido velo, encaja hacia el padre plumón y puntilla; lo define paranoico, bebedor, de no aportar recursos al hogar y de hacer, más bien deshacer, a la familia en geometrías de desdicha. Comentarios adversos respecto a que, como en la edición de Mamita querida, se pretendía ganar dinero… se disolvieron en el suicidio de la autora, 2011, dos años después del editado memorial.

Las voces aunque se graben suelen irse entre la espiral confiscada por noviembre, pero las palabras que se escriben merodean como el vaho que no quiso diluirse en el espejo ni asilarlo la neblina.

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