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Edición 307
Escrito por Pino Páez   
Jueves, 18 de Julio de 2013 15:03

Libro librado

 

HAY LIBROS HECHOS en metafórica rapidez de meteorito, librados al peregrinaje editorial, a la pesquisa de iris que sobre las páginas recuesten sin arco un farol. Acerca de instantaneidad creativa, Ray Bradbury y Ernst Hemingway declararon concluir cuentos al vapor, sin buque, prisas ni sauna… pero con musa y catapulta.

Expresión exprés 

Wilhelm Goethe terminó su afamadísima Werther novelado en laico santiamén, obra que en amén de santo inspiró suicidios. Fedor Dostoyevski, con velocidad de tahúr en la retórica… sacó de la manga El jugador, bajo presión-opresión del editor que con mañoso contrato le aplico sin retórica el dos de bastos.



Ray Bradbury.

José Martí dio relampagueante finiquito a su Amistad funesta, única novela de su poligrafía, similar inmediatez le ocurrió con Un adulterio, obra teatral en travesía de colchones, mismo título por cierto de un texto de Ciro B. Ceballos, integrante de la Revista Moderna, porfiadamente porfiriana, que fundase Bernardo Couto Castillo, quien a plumadas alucinantes pergeñara cuentos de crudo y tremendísimo Delirium

Honorat de Balzac “descubrió” La comedia humana con la pluma en astral revoloteo, hidratándose de intensas negruras con un tinaco de cargadísimo café, a fin de soportar el equipaje del desvelo; en ese peso de alada altura, sistematizó que en una vida caben muchas vidas, que cada ser es muchas novelas sin anacoluto: aparece de protagonista para de inmediato reaparecer de actor secundario, o de extra en los sudores de la existencia que chorrean un caudal de naufragio tan variable, cual océano caprichoso y quietecito como espejo, o izado en berrinche de marejada.

Letras en caliente

Hojas y hojas se llenan y rellenan exentas de otoño, aunque con el invierno previsto sin augurios en la terminal de la vida; dos “autores”, entre sí disímbolos de ideas, origen y almanaque, coincidieron en distinto temporal en manuscribir más de un centenar de páginas ¡en menos de dos semanas!, con la sentencia y el cadalso columpiándose al son de sus resuellos, tal vez con la sola pretensión de trascender…o de evadir el marfileño símbolo de la guadaña que, sin ser ciega, siega.

En las antelaciones de la horca, el nazi Rudolf Hoess y el chino Li Hsin-cheng, general Taiping, sin ningún antecedente redactor, sin tránsito curricular de asentar frases ni siquiera en una postalita… a mano y tinta, a corazón tamborilero a punto emitir el póstumo gong, redondearon un volumen completito, pueque con la sola e íntima obligación de transpirar un reflejo apalabrado en los umbrales del adiós. 

Nadie los forzó a empuñar el verbo, ellos mismos solicitaron y obtuvieron anuencia carcelaria para escribir, no había idea, menos certeza, del destino de lo anotado, ¿futuro barquito de papel a la dervia de charquitos?, ¿encajoso encajonamiento de gaveta que polillas aprovecharán en manjar?, ¿se limpiarían el alma de gramática los custodios?...

Un genocida evocativo garabatea

Rudolf Hoess (no confundirlo con su casi homónimo Rudolf Hess, amanuense de Hitler que copioso copió Mi lucha, en reclusión de terciopelo) fue mandamás del campo de concentración de Auschwitz, donde los genocidas de la cruz gamada diseminaron por primera vez el gas prúsico o Cyclon B, en asesinatos constantes,  tumultuarios e instantáneos.

El señor Hoess manuscribió su autobiografía, El comandante de Auschwitz, con la velocidad que le impuso saber que en los juicios de Núremberg, la horca lo encorbataría sin requerir de vaticinios; en una edición prologada por Bertand Russel, éste apuntó que a don Rudolf los vertederos de la historia… y de la vida, lo situaron tras el neón de una macabra marquesina, pues sin lo circunstancial que asenderea, su mediocridad hubiese permanecido aherrojada del flash y de la imprenta.

Un personaje colateral en La Amazona, novela del parisino muy conservador, Paul Bourget, perora que algo oculto habita entre los meandros de la existencia. Tesis similar, en ensayo, delinearon el italiano Mario Marini y el español Eugenio D’Ors, aquél refiriéndose a Julio César y Napoleón, a los cuales -dijo- lo intempestivo de la tempestad: el azaroso azar, estiró en obelisco sus achaparradas medianías; el otro, más generalizador todavía, hizo recaer no en el ocaso sino al acaso la sorpresa de lo más inesperado; ambos concordantes en el clásico estar ahí, en la cita sin citatorio, a la canija suerte, que, a  resoplidos de incógnita, empuja.

Rudolf Hoess rememora su parentela, la infancia que casi le auguraba un oficio sacerdotal… hasta que testimonió una simonía y a  un cura que no le guardó secretitos de confesionario. Añade que intervino en la primera guerra mundial, donde mató a un enemigo, muerte que no descontó de los ¡dos millones! que revela haber victimado en Auschwitz…. Escribía y describía su gaseoso quehacer en crematorios, los incesantes montículos de columbario, cenizas en erial. Sí: hojas y más hojas, vidas y más vidas en dunas consumidas, multihomicida “justificación” en inacabables cementerios de comillas.

General chino memoriza la GRANDEZA derruida   

Otro autobiografiado -de Hoess distinto, distante y contrastante-, el general Li Hsin-cheng, preso y condenado a muerte luego de la derrota de los Taiping, doblegados por el poliimperialismo que a China desgarró a tarascadas… en vísperas de su ejecución, en menos de siete días, terminó sus memorias, el pueblo emergido en obelisco desde su mismísimo grito, la dignidad que aflora en sembradío.

Taiping, El Reino Celestial, paradójico misticismo sin mistificación, movimiento de cristianos heterodoxos, chinos contra el racismo de plutócratas, aventureros, imperialistas, colados cual gastritis en su propia entraña: británicos, estadounidenses, alemanes, de Francia, Portugal, Rusia, Austria, Bélgica… aterrizados en vil retortijón.



Ernst Hemingway

Inicios de 1850, poquito más de un decenio de ocurrir la inglesa ocurrencia de la Guerra del opio, de su güera y huera Majestá, los Taiping, encabezados por Hung Hsiu-chüan, de propia voz llamado “hijo de Dios” y “hermano menor de Jesucristo”… fuera de edénicas promulgaciones, muy terrenales ejercieron una actividad antiimperialista y revolucionaria: la mujer, de muñequita de pies tortuosamente pequeñitos, dejó de ser sumida para ser asumida en su completa humanidad, a la par del hombre, con su ontológico trascender recuperado. Fin al matrimonio impuesto, a venderlas en casorios o burdeles, a sus depredadores se les aplicaría la testa-destetada, la decapitación para que sentaran cabeza exiliados del tronco y la arboleda.

Li Hsin-cheng en una semana finiquitó un libro, evocación de GRANDEZA derruida, talada -otra vez- por el racismo expoliador colado; tras tres lustros de Taiping en una porción de China inmensa, el olvido del principio y los principios por Hung Hsiu-chüan y otros dirigentes del Taiping y soldados y mercenarios de Albión y otros imperios… orquestaron sin atriles la matanza, millones de autóctonos asesinados, uno de los genocidas, fue el gringo Frederick Townsend Ward, sicario internacional, quien antes estuvo en México junto al pirata William Walker, autoproclamado “presidente” de Baja California y Sonora. De a mares cruzaban ídem, salpicando oceánicos cementerios. 

De multitud a multitud la herencia 

Los Taiping legaron fórmulas de pueblo a otros pueblos y a revoluciones venideras: los ascensos militares serían otorgados por la la misma tropa, la pública discusión y los públicos merecimientos, la democracia sin “lobys” ni lobos de aullante pedigrí; cancelaron los ritos de sumisión, v.gr., el saludo forzoso de un “inferior” al “superior”, herencia recogida por Mao Tse-tung en la Larga Marcha, y, antes, por los soviets ¡dentro del ejército que rezumaba aristocráticos tufillos! y en pleno génesis de la primera guerra mundial; el gran Lenin, desde el sitial de su deportación, vio en los soviets la revolución, por ello, una vez al terruño retornado la consigna de Todo el poder a los soviets, a los consejos obreros, campesinos, militares, al tumulto de osadía e inteligencia entretejido.

De multitud a multitud la herencia, se desprende del memorioso y memorial texto del general Taiping, cuyo generalato provino del tumulto que pondera y analiza, le era necesario manuscribir la vida con la premura que impone la inminencia del cadalso, que otras generaciones, otros pueblos, otro gentío, pudiese oír y leer el testamento que le aporta la historia en colectividad.

En efecto: hay textos que se acaban rápido en su redacción y perduran más allá de la retina.

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