Libro librado
HAY LIBROS HECHOS en metafórica rapidez de
meteorito, librados al peregrinaje editorial, a la pesquisa de iris que sobre
las páginas recuesten sin arco un farol. Acerca de instantaneidad creativa, Ray
Bradbury y Ernst Hemingway declararon concluir cuentos al vapor, sin buque,
prisas ni sauna… pero con musa y catapulta.
Expresión
exprés
Wilhelm Goethe terminó su afamadísima Werther novelado en laico santiamén,
obra que en amén de santo inspiró suicidios. Fedor Dostoyevski, con velocidad
de tahúr en la retórica… sacó de la manga El
jugador, bajo presión-opresión del editor que con mañoso contrato le aplico
sin retórica el dos de bastos.
Ray Bradbury.
José Martí dio relampagueante finiquito a su Amistad funesta, única novela de su
poligrafía, similar inmediatez le ocurrió con Un adulterio, obra teatral en travesía de colchones, mismo título
por cierto de un texto de Ciro B. Ceballos, integrante de la Revista Moderna, porfiadamente
porfiriana, que fundase Bernardo Couto Castillo, quien a plumadas alucinantes
pergeñara cuentos de crudo y tremendísimo
Delirium…
Honorat de Balzac “descubrió” La comedia humana con la pluma en astral revoloteo, hidratándose
de intensas negruras con un tinaco de cargadísimo café, a fin de soportar el equipaje
del desvelo; en ese peso de alada altura, sistematizó que en una vida caben
muchas vidas, que cada ser es muchas novelas sin anacoluto: aparece de
protagonista para de inmediato reaparecer de actor secundario, o de extra en
los sudores de la existencia que chorrean un caudal de naufragio tan variable,
cual océano caprichoso y quietecito como espejo, o izado en berrinche de
marejada.
Letras en caliente
Hojas y hojas se llenan y rellenan exentas de otoño,
aunque con el invierno previsto sin augurios en la terminal de la vida; dos
“autores”, entre sí disímbolos de ideas, origen y almanaque, coincidieron en
distinto temporal en manuscribir más de un centenar de páginas ¡en menos de dos
semanas!, con la sentencia y el cadalso columpiándose al son de sus resuellos,
tal vez con la sola pretensión de trascender…o de evadir el marfileño símbolo
de la guadaña que, sin ser ciega, siega.
En las antelaciones de la horca, el nazi Rudolf
Hoess y el chino Li Hsin-cheng, general Taiping, sin ningún antecedente redactor,
sin tránsito curricular de asentar frases ni siquiera en una postalita… a mano
y tinta, a corazón tamborilero a punto emitir el póstumo gong, redondearon un
volumen completito, pueque con la
sola e íntima obligación de transpirar un reflejo apalabrado en los umbrales
del adiós.
Nadie los forzó a empuñar el verbo, ellos mismos
solicitaron y obtuvieron anuencia carcelaria para escribir, no había idea,
menos certeza, del destino de lo anotado, ¿futuro barquito de papel a la dervia
de charquitos?, ¿encajoso encajonamiento de gaveta que polillas aprovecharán en
manjar?, ¿se limpiarían el alma de gramática los custodios?...
Un genocida evocativo garabatea
Rudolf Hoess (no confundirlo con su casi homónimo
Rudolf Hess, amanuense de Hitler que copioso copió Mi lucha, en reclusión de terciopelo) fue mandamás del campo de
concentración de Auschwitz, donde los genocidas de la cruz gamada diseminaron
por primera vez el gas prúsico o Cyclon B, en asesinatos constantes, tumultuarios e instantáneos.
El señor Hoess manuscribió su autobiografía, El comandante de Auschwitz, con la
velocidad que le impuso saber que en los juicios de Núremberg, la horca lo
encorbataría sin requerir de vaticinios; en una edición prologada por Bertand
Russel, éste apuntó que a don Rudolf los vertederos de la historia… y de la
vida, lo situaron tras el neón de una macabra marquesina, pues sin lo
circunstancial que asenderea, su mediocridad hubiese permanecido aherrojada del
flash y de la imprenta.
Un personaje colateral en La Amazona, novela del parisino muy conservador, Paul Bourget,
perora que algo oculto habita entre los meandros de la existencia. Tesis
similar, en ensayo, delinearon el italiano Mario Marini y el español Eugenio
D’Ors, aquél refiriéndose a Julio César y Napoleón, a los cuales -dijo- lo
intempestivo de la tempestad: el azaroso azar, estiró en obelisco sus
achaparradas medianías; el otro, más generalizador todavía, hizo recaer no en
el ocaso sino al acaso la sorpresa de lo más inesperado; ambos concordantes en
el clásico estar ahí, en la cita sin
citatorio, a la canija suerte, que, a
resoplidos de incógnita, empuja.
Rudolf Hoess rememora su parentela, la infancia que
casi le auguraba un oficio sacerdotal… hasta que testimonió una simonía y
a un cura que no le guardó secretitos de
confesionario. Añade que intervino en la primera guerra mundial, donde mató a
un enemigo, muerte que no descontó de los ¡dos millones! que revela haber
victimado en Auschwitz…. Escribía y describía su gaseoso quehacer en
crematorios, los incesantes montículos de columbario, cenizas en erial. Sí:
hojas y más hojas, vidas y más vidas en dunas consumidas, multihomicida
“justificación” en inacabables cementerios de comillas.
General chino memoriza la GRANDEZA derruida
Otro autobiografiado -de Hoess distinto, distante y
contrastante-, el general Li Hsin-cheng, preso y condenado a muerte luego de la
derrota de los Taiping, doblegados por el poliimperialismo que a China desgarró
a tarascadas… en vísperas de su ejecución, en menos de siete días, terminó sus
memorias, el pueblo emergido en obelisco desde su mismísimo grito, la dignidad
que aflora en sembradío.
Taiping, El Reino Celestial, paradójico misticismo
sin mistificación, movimiento de cristianos heterodoxos, chinos contra el
racismo de plutócratas, aventureros, imperialistas, colados cual gastritis en
su propia entraña: británicos, estadounidenses, alemanes, de Francia, Portugal,
Rusia, Austria, Bélgica… aterrizados en vil retortijón.
Ernst Hemingway
Inicios de 1850, poquito más de un decenio de
ocurrir la inglesa ocurrencia de la Guerra del opio, de su güera y huera Majestá, los Taiping, encabezados por
Hung Hsiu-chüan, de propia voz llamado “hijo de Dios” y “hermano menor de
Jesucristo”… fuera de edénicas promulgaciones, muy terrenales ejercieron una
actividad antiimperialista y revolucionaria: la mujer, de muñequita de pies
tortuosamente pequeñitos, dejó de ser sumida para ser asumida en su completa
humanidad, a la par del hombre, con su ontológico trascender recuperado. Fin al
matrimonio impuesto, a venderlas en casorios o burdeles, a sus depredadores se
les aplicaría la testa-destetada, la decapitación para que sentaran cabeza
exiliados del tronco y la arboleda.
Li Hsin-cheng en una semana finiquitó un libro,
evocación de GRANDEZA derruida, talada -otra vez- por el racismo expoliador
colado; tras tres lustros de Taiping en una porción de China inmensa, el olvido
del principio y los principios por Hung Hsiu-chüan y otros dirigentes del
Taiping y soldados y mercenarios de Albión y otros imperios… orquestaron sin
atriles la matanza, millones de autóctonos asesinados, uno de los genocidas,
fue el gringo Frederick Townsend Ward, sicario internacional, quien antes
estuvo en México junto al pirata William Walker, autoproclamado “presidente” de
Baja California y Sonora. De a mares cruzaban ídem, salpicando oceánicos
cementerios.
De multitud a multitud la herencia
Los Taiping legaron fórmulas de pueblo a otros
pueblos y a revoluciones venideras: los ascensos militares serían otorgados por
la la misma tropa, la pública discusión y los públicos merecimientos, la
democracia sin “lobys” ni lobos de aullante pedigrí; cancelaron los ritos de
sumisión, v.gr., el saludo forzoso de un “inferior” al “superior”, herencia
recogida por Mao Tse-tung en la Larga Marcha, y, antes, por los soviets ¡dentro
del ejército que rezumaba aristocráticos tufillos! y en pleno génesis de la
primera guerra mundial; el gran Lenin, desde el sitial de su deportación, vio
en los soviets la revolución, por ello, una vez al terruño retornado la
consigna de Todo el poder a los soviets, a los consejos obreros, campesinos,
militares, al tumulto de osadía e inteligencia entretejido.
De multitud a multitud la herencia, se desprende del
memorioso y memorial texto del general Taiping, cuyo generalato provino del
tumulto que pondera y analiza, le era necesario manuscribir la vida con la
premura que impone la inminencia del cadalso, que otras generaciones, otros
pueblos, otro gentío, pudiese oír y leer el testamento que le aporta la
historia en colectividad.
En efecto: hay textos que se acaban rápido en su
redacción y perduran más allá de la retina.
pinopa
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