Un neurótico como yo
TEO LUNA
YO NO SABÍA cómo era, aunque estaba lleno de defectos de
carácter que no veía, ni reconocía. Tenía un cúmulo de patrones de conducta
llenos de arrogancia, de soberbia sobrada. No sabía realmente como era y ahora
sé que fui neurótico.
Tengo que hablar de mí, de mi personalidad y de esa
manera de ser que me hizo dañar y dañarme. Un neurótico como yo, es un tipo
raro, inestable emocionalmente, aislado; serio, muy serio, rígido, inexpresivo.
El neurótico y la neurótica son de temperamento
impredecible; nunca se sabe cómo van a reaccionar, casi siempre están mal y de
malas.
Todos tenemos neurosis. Esto es como los tinacos. Aquí
hay niveles, unos medios llenos, otros medios vacíos y otros derraman el tinaco
de tanta carga negativa. Lo grave es que no aceptas, no reconoces que tienes un
serio problema de identidad.
Un neurótico como yo se siente el dueño de la verdad y
aunque no la tenga, la defiende a muerte. Lo quiere todo al mínimo detalle, a
tiempo, sin retrasos, sin errores. No permite fallas, explota, es violento,
sarcástico, burlón, sutil, no tiene la más mínima tolerancia.
Qué fácil es destilar veneno por la lengua; decir a las
personas hasta de qué se van a morir. Soy especialista en poner mal a los
demás, a veces en broma o sutilmente, también directamente. El lenguaje facial
de un neurótico es agresivo.
El neurótico se adueña de las personas en su totalidad. Quiere
controlar la manera de pensar, de actuar, de hablar, de ser y de vestirse. Siempre
se mete en lo que no le importa, critica sin saber, habla sin conocimiento de
causa; es mentiroso.
Una madre, por ejemplo, se la pasa gritando y amenazando
a sus hijos adolescentes. Llega el momento en que ya no la toman en cuenta; en
que se le revelan, la retan y le sale el tiro por la culata. Quiere decir que
su neurosis ya no es suficiente, que ahora gobierna la neurosis del clan, de la
tribu y ella no hizo otra cosa más que sembrar cizaña. El que siembra vientos,
cosecha tempestades.
Los hijos de los padres neuróticos, son inseguros, llenos
de miedos y acomplejados. Tienen todo el estuche para caer en cualquier tipo de
adicciones. Son candidatos seguros a las relaciones enfermizas y destructivas.
Tienen toda la característica para fracasar en todos los sentidos.
Una gran mayoría de los matrimonios que fracasan lo deben
a la neurosis, al mal manejo emocional de uno de los conyugues o de ambos. Los
errores de comunicación son garrafales; ella se siente la mamá de su esposo y
él se la cree, asume el papel de hijo y permite los regaños, los insultos, el
hostigamiento, al revés.
Todo ello lesiona, porque se aferran a querer cambiar a
la otra persona y ésta se resiste; resiste tanto hasta que se rompe el hilo por
lo más delgado. Quedan tan dañados que después de divorciados se siguen dañando.
Parejas de novios próximos a casarse deberían tomar un
curso de capacitación emocional, porque después, el príncipe se convierte en
sapo y la princesita en rana.
La inmadurez
La palabra inmadurez,
designa muchas actitudes de las personas; a veces tantas, que ya casi cualquier
respuesta humana es calificada como "inmadura". Se dice de alguien
que es inmaduro porque se comporta como niño, porque hace berrinches, porque no
ha logrado alcanzar metas que se trazó en su vida; porque se "desvió"
de su camino, o porque se intoxica con alcohol, usa mariguana, o porque,
sencillamente, "no quiere crecer".
Todo eso
es cierto, pero no aclara completamente la pregunta; más bien habla de los
resultados o efectos de la inmadurez. ¿Podemos decir que alguien es inmaduro
porque no ha terminado su carrera, no quiere o no ha podido titularse?
El bebé por nacer acapara
-aún sin saberlo-, atención, sueños, esperanzas, deseos. Los padres esperan que
nazca bien, saludable. Sueñan que llegue a ser un hombre o una gran mujer.
Desean lo mejor para ella o para él y al hacerlo, se olvidan de sí mismos en un
acto de entrega casi absoluta.
Sin embargo, la protección
va a continuar. Y no es nada más protección, es sobreprotección, ya que el niño
no puede hacer nada por sí mismo. Va a seguir existiendo la ternura de la
madre, los cariños, las canciones de cuna y todo lo que acompaña al recién
nacido.
A medida que crezca va a
aprender que sus necesidades no pueden ser satisfechas en el momento que
quiera, ni en el lugar que quiera, ni con la persona que él desee. Va a ir
aprendiendo que hay lugares en los que encontrará satisfacción a ciertas
necesidades; que hay momentos para hacerlo y que existen algunas personas que
pueden satisfacer muchas de ellas, pero no todas y no siempre, y no cualquier
persona.
Así va a aprender que, por
ejemplo, los alimentos se toman en la cocina o en el comedor, que hay lugares
en la casa donde la gente duerme, que en la habitación de los padres no puede
entrar con facilidad, que la casa de los vecinos no es suya.
Después puede aprender que
hay normas que debemos respetar, que hay un Dios, que hay ciertas cosas que no
se "deben" hacer porque son malas y que hay otras buenas que atraen
beneficios a los que las hacen. El rey de la casa, el bebé, empieza a perder
privilegios y a ganar madurez; pierde dependencia, gana autonomía, pierde
omnipotencia, gana humildad.
Todo esto es la madurez:
perder privilegios, comodidad, perder la oportunidad de que otros hagan todo
por nosotros y ganar capacidad de decisión, seguridad, autoestima y valor para
enfrentar el mundo.
Gracias por leerme y más por escribirme,
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