Sangre y cocaína
TEO LUNA
LA SEMANA PASADA fue difícil para mi
salud. Tuve mucho dolor de tabique, resequedad, sangrados constantes e
incontrolables; acumulaba una gran cantidad de mucosidad, tapones secos que,
junto con la resequedad de mi garganta, paladar y lengua, me impedían respirar
con libertad.
REGISTRÉ UNA DOLOROSA sensación de
ardor en todo el sistema; tenía ardor, dolor de cabeza, cuerpo débil y mucho
malestar corporal y nasal. Sangré mucho durante casi una semana. Apenas
terminaba de hacer la limpieza de las fosas nasales, cuando el chorro de sangre
se venía incontrolable.
Los síntomas se repitieron en vivo y
a todo color. Después de más de 14 años y medio de haber dejado de inhalar
cocaína percibo los olores tóxicos del polvo blanco cuando alguien me da el
tufo del cigarro cerca de mi nariz, cuando entro a un hospital o destapan un
frasco de acetona, huelo algunas veces a las personas que andan consumiendo. Mi
olfato es altamente sensible.
Los daños de la
cocaína son irreversibles
En mi actividad, muchas noches manchaba el piso de sangre, las sábanas y la
alfombra; me lastimaba continuamente las fosas nasales para descongestionarlas
y poder dejarlas en libertad para inhalar con más profundidad. Cada jalón de
cocaína, entraba por mi nariz impactando de inmediato a mi cerebro, pero entre
jalón y jalón el daño fue muy duro y el impacto al cerebro, más.
Una madruga, después del alto consumo con cocaína, después de haberme
echado la botella de vodka, de mis arponazos con morfina, y de mi buena dosis
de pastillas antidepresivas, después de no poder respirar e intentar
descongestionarme con Vick Vaporub y nada, con vaselina y nada, con gotas para
los ojos, gotas para la nariz y nada, después de haberme maltratado metiéndome
tapones de papel y trapos para descongestionar, nada fue posible.
Hacerse pedazos.
Drogado, cansado, mi cuerpo como muchas otras veces más, caigo boca abajo
en la cama, ahí puedes ver esa foto, de esa recámara, los ceniceros hasta el
tope de colillas de cigarros y cenizas, los vasos medios llenos, medios vacíos,
ropa sucia por todos lados, zapatos, pantuflas, las fundas apestosas y sucias,
yo las usaba para sonarme cuando la pereza me dominaba y el moquillo me ganaba.
El baño, propiamente era un campo de batalla, mi maldita enfermedad contra el orden
y la limpieza.
Mi mente enferma y obsesionada, deprimido, muerto en vida, atrapado sin
salida, la cocaína, era mi todo, mi amiga, mi esposa, mi amante, era mi vida,
me drogaba para vivir y vivía para drogarme y así me fue, me volví loco.
Esa noche, como muchas otras, caí muy agotado, de repente, tengo una amarga
pesadilla, veo en un túnel luminoso dos caras mías, acercándose una a una,
rápidamente, una sensación como si mis dos rostros chocaran uno a uno, muy
rápido, muy intenso, de pronto, ¡puf! se va la luz, registro en ese instante la
oscuridad absoluta y ligado a ello, el silencio completo, nada de ruido, el
silencio total y me doy cuenta de que estoy muerto, muerto en ese instante y le
grito a Dios, muy desesperado: ¡No Dios, no quiero morir, Dios no quiero morir
!
Hemorragia.
Me levanto sudando, asustando, temblando, me voy al baño, veo mi rostro
triste, seco, inexpresivo, ojeroso, sucio, mi mirada cabizbaja. Al verme a
detalle, lloro de decepción, lloro al verme flaquísimo, amarillento -llegué a
pesar menos de 50 kilos-, estoy temblorino, lloro por estar viviendo esa
maldita adicción, y por el sufrimiento que tenía.
Me echo agua en la cara, me meto agua a mis fosas nasales, y de inmediato comienzo a sangrar, me pongo un tapón de papel
higiénico, dejo que la sangre se detenga y poco después, como si el paro
respiratorio no haya sido un fondo suficiente,
busco un pase de cocaína, me lo
chuto de un solo jalón; ligado a ello, me inyecto tres miligramos de morfina, prendo un cigarro y cómodamente,
como si nada hubiera pasado me siento en la tasa del escusado a fumar plácidamente.
Ahora que Dios me manda éste regalo,
al recordar cómo me hundí en la adicción a la cocaína, no tengo más que mostrar
mi más sincera gratitud a Dios, a mi esposa, a mí mismo, y todos los que me han
ayudado por todo lo que he recuperado, porque ahora soy feliz y vivo la vida en
armonía, libre de adicciones y de dolor.
Borracho tirado en el piso en casa.
Tengo que acordarme que la droga
provocaba en mi delirios de persecución, sentía pasitos en la azotea, escuchaba
voces, veía personas, sentí la presencia de supuestos asesinos que me querían
matar y que caminaban dentro de los ductos de los aires acondicionados en el
techo.
No morí de sobredosis porque Dios es
muy grande, conocí adictos y adictas que no pudieron con la droga, murieron de
paros cardiacos, paros respiratorios, otros se quedaron arriba con parálisis
cerebral, muertos en vida, y otros, son enfermos al 100 por ciento porque
siguen ahí atrapados en el mundo de las adicciones, atrapados sin salida, sin,
vida, ni presente ni futuro: Muertos vivos.
Los tiempos son de Dios. Hoy no
tengo todo lo que quiero, pero quiero todo lo que tengo.-
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