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Edición 315

 

Economía de guerra

 

Para sedicentes politólogos nativos, el febril proceso legislativo desarrollado por el Congreso de la Unión en sus tres últimos periodos de sesiones, constituye -en estricto rigor- un cambio de régimen, con el que culmina la Reforma del Estado iniciada a partir de 1990. 



Desde el observatorio exterior, las reformas estructurales, producto de una estrategia intensiva y exhaustiva que va desde la revisión constitucional, pasando por las legislaciones secundarias y sus reglamentos, hasta la emisión reglas de operación y nuevas normas administrativas, dan soporte a lo que denominan El momento mexicano. 

Por “momento mexicano”, ha de entenderse la hora en que, venciendo resistencias, la nueva clase implanta con todos sus alcances y consecuencias el modelo neoliberal, que coloca a México en aptitud de competir en la economía globalizada, según lo ha dictaminado hace unos días el Foro Económico Mundial. 

Las medidas “dolorosas, pero necesarias” 

El tortuoso proceso asomó desde diciembre 1982, en que el presidente Miguel de la Madrid declaró que su mandato asumiría una economía de guerra, que implicaría la adopción de medidas “dolorosas, pero necesarias” para reencauzar la economía -mixta-, colapsada en los dos sexenios anteriores. 



De la Madrid:economía de guerra


Si la forma es fondo, lo que en el fondo estaba anunciando De la Madrid, era que las medidas “dolorosas, pero necesarias”, no eran otras que las políticas de choque dictadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), inspiradas en las recetas de los padres del neoliberalismo, en aquel momento interpretadas en México por los Chicago boys de Milton Friedman. 

Quién sabe si los Chicago boys carguen con un injusto sambenito y -decantada la leyenda negra- resulte que el verdadero padre del neoliberalismo mexicano es para todos los efectos Rudiger Dornbush -reputado de neonazi-, mentor ideológico del secretario de Hacienda de Carlos Salinas de Gortari, Pedro Aspe Armella, desde que éste pasó por el Instituto Tecnológico de Massachusetts (ITM), y sigue siendo factotum en la concepción e instrumentación de las reformas estructurales. 

Novo Estado… ¿Y el nuevo gobierno? 

Como sea, del viejo Estado mexicano -ayer maravilla fui, y sombra mía aún no soy…- sólo quedan algunas piezas de museo. Asunto que nos remite a otras circunstancias de suyo graves y grávidas: Embarazadas y embarazosas. 



Salinas, la solución final


Verbigracia: Al Estado revolucionario y al Estado posrevolucionario correspondió en su turno un gobierno que, mal que bien, acreditó en México lo que observadores extranjeros vieron como un “sistema sui géneris” que dio al país un largo periodo de estabilidad política y económica. 

El intríngulis radica en que -por elemental lógica-, a un nuevo Estado debe de corresponder un nuevo tipo de gobierno. De los dos primeros sexenios tecnocráticos, sus exegetas se presentaron como la generación del cambio, que se columpió entre la arrogancia y la infalibilidad. Los saldos de su gestión dejaron a la República y a la sociedad para el arrastre. No por otra cosa, se habla cada vez con más insistencia de Estado fallido. 



De las Constituciones del 57 y del 17, sólo quedan jirones impregnados de nostalgia. Promulgada lo que de cierto es una nueva Constitución, la gran cuestión es: qué hará con ella un gobierno que permanece anclado en la antigua praxis: El autoritarismo rayano en el despotismo; la transa como método de concertacesión. La “alianza estratégica” saliniana devenida Pacto por México, ya en plenos estertores. 

Si la reciente,  nocturna y desvelada revisión constitucional se toma como un fin en si mismo, y no como un medio para la salvación nacional, transitaremos por el atajo de Guatemala a Guatepeor. 

Esa es la tenebrosa incógnita que queda abierta ahora que el Congreso de la Unión -desde esta semana- tendrá que procesar unas 80 leyes secundarias de la nueva Constitución en el próximo y corto periodo ordinario de sesiones. Medidas necesarias sí; ¿dolorosas? No es posible que el infalizaje las pueda seguir resistiendo. (Abraham García Ibarra).  



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