Las caras de la violencia
Jorge Guillermo Cano
El riesgo es: la pérdida del Pacto Social, indispensable para convivir en paz
LA violencia no se ha ido. Pero no sólo la de la metralla. La cuestión es mucho más compleja y atiende a expresiones que suelen no verse o son marginadas.
Está la de clase, la de posición en la estratificación social, la que se disfraza de aséptica “competencia” y “capacidad” en los terrenos de lo económico.
Pero como los dados están cargados en ese como en otros campos, lo que hay es una vulgar arena donde campea el abuso de los ricos y poderosos.
También, aunque pretendan no verlo, la de los kakistocráticos políticos que se visten de redentores y traicionan sin recato sus palabras, que mienten y se disfrazan sin rubor de lo que sea.
Véase si no los discursos de las alianzas antes impensadas, en lo formal, pero naturales y de facto hace mucho tiempo, entre el PRI, el PAN y el PRD.
Ese trío, que antes se odiaba a muerte, lengua afuera (los referentes son múltiples) ha hecho una campaña basada en la violencia verbal, la calumnia, la mentira y no deja de alimentar conductas de riesgo entre sus seguidores.
La ideología ausente
No es nuevo, el interés particular tiene mucho privando sobre principios, ideologías y valores. Lo vemos un día sí y otro también en las cámaras y en la arena electorera. Los cantos de lo inocuo mientras tejen a trasmano sus componendas.
En la indiscreción plena se negocian futuras prebendas, como se constata en las reuniones y comelitonas donde departen verdes, azules y amarillos.
Aparte está la violencia subliminal de las reseñas “sociales” que restriegan la “diferencia” entre la gente “bonita” y la fea, pobre y desvalida. No es casual que el candidato prianredista a la gubernatura de Sinaloa haya hecho de la burla a la vejez parte de su campaña.
En otro orden de ideas, hay también violencia de la burocracia insensible que condena a la ciudadanía, que acude por sus “servicios”, a la indignidad de la espera, que hace del derecho de audiencia cuestión de suerte y excepción.
Igual sucede cuando los funcionarios sólo miran hacia arriba y desatienden al pueblo que los mantiene.
La violencia, pues, tiene muchas caras.
Ven lo que conviene
Pero si de poses se trata, se mira sólo la evidente y plástica violencia, marginando en la práctica la complejidad aquella cuya dimensión requiere, para enfrentarla, de otras dotes y de la necesaria inteligencia.
Mucho pedir, desde luego, a la vista de los declarantes nuestros de cada día.
Las autoridades del aparato de justicia, a nivel federal y estatal, últimamente parece que reconocen esa complejidad, pero no debe ser usada como pretexto de su ineficiencia y limitaciones.
Un aparato cómplice
Hay violencia, y oficial, en las agencias del ministerio público y juzgados que solapan y protegen a delincuentes en el ámbito de lo familiar, sin descargo de los otros.
De los jueces que “sentencian” a padres irresponsables a pagar pensiones de cinco pesos diarios, o de un poco más a privilegiados del erario.
Se convierte, así, el tal “aparato”, en cómplice de futuras distorsiones y propiciador del deterioro social que, ya se sabe, deriva al vicio y la delincuencia.
Oficial también la embozada violencia que propician magistrados que dicen ignorar la debacle en su propio ámbito “justiciero” y nada efectivo hacen para corregir las cosas.
Abuso y violencia es la negación sistemática de los derechos humanos en las dependencias y cuevas policiacas.
La que no se quiere ver
Violencia hay en la publicidad que rebaja a las mujeres, a niños, jóvenes y ancianos, para ganar con la venta indiscriminada de lo que sea; en las “redes” que promueven el morbo y hacen uso común de tonterías y desviaciones.
En el restringido acceso a las oportunidades educativas, la corrupción sindical en el gremio magisterial, las prebendas y la patente de corso para no cumplir la función designada.
Y todo eso es campo fértil para el deterioro social que propicia la violencia, la directa y la colateral. Lo entiendan o no.
Con esos caminos…
Cuando la corrupción, el influyentismo, la intermediación y la violencia se convierten en vías para la “solución” de problemas, el orden jurídico se debilita y se perturban las relaciones sociales.
Es un hecho que la ineficiencia del aparato de justicia se ha acelerado y se está ante una estructura en la que operan facultades discrecionales, que se aplican al libre arbitrio de los funcionarios, por más que se hable de un nuevo orden en ese terreno.
La certeza jurídica, indispensable para una convivencia civilizada, es cada vez más difícil de encontrar y el pueblo, sencillamente, no confía en jueces, magistrados, corporaciones y demás. Lamentablemente, con sobrada razón.
Corrupción implica violencia
Si el orden jurídico se debilita y cae en el descrédito, la corrupción campea, sin sombra de duda; las reglas se pervierten y la comunidad se desvía de sus fines generales. De esa manera es que se abre la puerta a la violencia y se relaja, sin remedio a la vista, el pacto social.
De entrada, es claro que las probables medidas para enfrentar la violencia, en todos los órdenes, se complican cada vez más debido a las grandes inequidades sociales, la injusticia y la criminal concentración de la riqueza en unas cuantas manos.
En el fondo, el riesgo latente es la pérdida del Pacto Social, el acuerdo indispensable para que una nación pueda convivir en paz.
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