Revolucionario recorrido familiar
(Los hermanos Zapata a horcajadas de maizal)
Emiliano y Eufemio Zapata Salazar compartieron más que la sangre. Su hermandad rebasaba las fronteras siempre efímeras y polvorientas de la carne. Afecto inmenso de carnales en todas las inferencias del término, amigos entre sí en la dual posesión del aprecio colectivo: la intimidad sin cicatriz de la tragedia y la calumnia escupida desde muchos arcos... que sólo empapan al Cupido, al escupido flechador.
Eufemio casi afantasmado
A diferencia de Miliano, posiblemente el mexicano más estudiado en varias y variadas universidades del mundo, y cuyos apelativos completitos en grande se rotulan en columnas y centros revolucionarios (en la Gran Marcha maoísta una sección llevó el grandioso nombre de Brigada Emiliano Zapata), a Ufemio no lo nombran ni lo ven en pintura. No hay un solo susurrito de tintantigua en la Enciclopedia de México que lo mencione, pese a sus pesados 13 tomotes más gordos que achatarratado mártir del Burguer Boy.
De Eufemio Zapata Salazar, el gran Ufemio tan nuestro, tan de nosotros que somos parte del nixtamal de la masa, en inventiva imagen lo sitúa Martín Luis Guzmán en El águila y la serpiente, en pocas líneas lo imagina supersticioso en la exhalación del chismorreo, al prevenir a Miliano, quien está en la Ciudad de México, a una arrellanadita de la sillota presidencial... que allí no se siente porque está embrujada. Y esa misma patraña sin chiste ni sorna, pero con sarna, otros la recogen como pepena de lo real, por ejemplo, Fernando Benítez en Lázaro Cárdenas y la Revolución Mexicana. O en el cine Anthony Quinn quien protagonizó una “ufemiada”, proyectándolo como irresponsable de pura pantalla, en la cinta ¡Viva Zapata!, de Elia Kazan, donde Marlon Brandon zapatea una especie de izamiento facial a lo Armendáriz y a lo Félix, levantando la cejas como puentes colgantes de alguna idea por caer.
Respecto a cinematografía, un duendecillo contrarretobador, anotó que la cinta Lucio Vázquez fue dirigida por Mario Hernández, cineasta casi de cabecera de Antonio Aguilar, cuando la dirección a dúo la ejercieron René Cardona y Tito Novaro; Carlos León representó el rol del “capitán Sánchez” (subordinado en el film y en la historia al coronel Guajardo), quien sin partituras ni proyector... dirigió a la oculta y nada musical banda de asesinos que desde ocultos “atrilitos” mataron a Miliano. El capitancito aquél -Rodolfo Sánchez Taboada- entre otros cargos sin descargo, sería presidente del PRI, amén de maestro e impulsor de Luis Echeverría Álvarez.
También de “irresponsable” Carlos Fuentes acusó al zapatismo y a villistas (lo que ya fue analizado en anterior retobada); Enrique Krauze, durante una emisión televisiva de Entre tres, dijo que Emiliano Zapata tenía un “instinto de justicia”, esto es, que Miliano no racionalizaba su justiciera actitud, pa’alueguito añadir que Hidalgo nos legó la independencia y “la intolerancia”, posteriormente el anfitrión -Carlos Elizondo-, coherente con su “zoon politikón” trepó a Porfirio Díaz a lo más altito de la heroicidá.
El buhonero no vende búhos
Eufemio terminó la educación elemental de la época, la primaria, lo que no es de poca cuantía puesto que en el porfirismo, con todo y Justo Sierra Méndez, el analfabetismo absoluto fluctuaba en un porcentaje de 80 y el analfabetismo funcional poseía su buena cauda porcentual. En carromato de madera jalado por mulitas, recorría ciudades y pueblitos, ejerciendo su oficio de buhonero, del comerciante que deambula por donde la vida teje sus senderos.
Ufemio poseía fluido discursear, tuvo tratos de compra-venta con ilustrados miembros de la aristocracia pulquera en desgracia que vendían desde íntimas chucherías hasta vasijas de plata, pinturas originales o de posterior pincelada, ajuares de toda clase y... libros que ya no tenían espacio ni fondo para las miradas.
No era pues iletrado Eufemio Zapata Salazar, tampoco introspectivo, menos aún feligrés de la superstición. Le gustaba vestir una especie de trajes de charro doradamente abotonados, acicalarse en extremo el bigotazo, para que las novias supieran a qué saben los breñales. Le agradaba la poesía, en especial, Sinfonía de combate, poema con decenas de versos del jarocho y magonista Santiago de la Hoz, obra también preferida de Miliano que, en encuentros culturales programados por el Ejército Libertador del Sur, se declamaba en repertorio que incluía bailables y piezas teatrales del gran Ricardo Flores Magón... en un rosario de etcéteras que en alud de abalorios lapidan a calumniadores de antaño y hogaño quienes, entre otras tartuferías, pretenden enceguecer a zapatistas en un oscurantismo, donde hasta las luciérnagas nacen apagadas.
Zapatista más allá del apellido
Hacia Ufemio la luz de la biografía casi no se difumina, los biógrafos apenitas a vuelapluma lo revolotean como “hermano del hermano”, pese a su zapatismo que rebasaba todo parentesco nominal; Miliano lo comisionó para dialogar con Madero, cuando las relaciones eran más tensas que serpiente izada por flautita de fakir. En 1915 estuvo a cargo de un ingenio, responsabilidad que requería conocimientos desde el corte de caña, a la producción industrial de derivados, venta e inventario.
A Eufemio Zapata Salazar lo asesinaron en 1917, varios lo rodearon dirigidos por el criminal Sidronio Camacho, a quien más de un historiador “justifica” porque en la víspera, dizque al padre de Sidronio lo golpeó Eufemio sin eufemismo. Revancha filial, apuntan redactores con lápiz a guisa de fusil.
1917 fue un año terrible para los revolucionarios del sur... y también del Norte. La legendaria División de Pancho Villa ya había sido desbaratada; en los debates que dieron origen a la Constitución... hasta en susurro se prohibió cualquier mención proclive al zapatismo y los villistas. Se les vetó la entrada, el conservador don Venustiano y el polaquísimo señor Obregón, motejaron ¡reaccionarios! a Villa y Zapata.
Terrible 1917: Pablo González recrudeció la represión en zona zapatista, quemó villorrios enteros, cometió genocidio, incluidos niños y mujeres, en táctica similar a lo que medio siglo después harían marines en Vietnam, y medio siglo antes -en Cuba- realizó el español y realista Valeriano Weyler, al que se le atribuye la patente de transformar comunidades en campos de concentración.
Trágico 1917, no sólo por el asesinato en perjuicio de Ufemio, cuyo asesino ipso facto se juntó a carranclanes, con exzapatistas que salieron a estampidas de traición. Lo del papá cacheteado, suena a pretexto, se lee a pre texto, a fin de mejor acomodar la mentira en un re-cuento.
Desastroso 1917. Además de la muerte del apreciadísimo fratelo del caudillo... las defecciones se incrementaban como roncha que no para ninguna rascadera. Y lo peor: el fusilamiento a Otilio Montaño, carnal lejos de la carne de Miliano, sacrificado por la grilla instaurada en cañaverales. Manuel Palafox y Antonio Díaz Soto y Gama, con quienes el profesor Montaño de otrora tenía diferencias... utilizaron una propuesta montañesca para entablar pláticas con el general Obregón (casi en paisaje se divisaban las crecientes diferencias entre don Álvaro y el señor Carranza), calificando de deslealtad tal hipótesis. (Algunos analistas sin pruebas sostienen que ya tenía preparada su égida rumbo al Ejército Constitucionalista). El juicio contra el maestro fue más exprés que café concentrado. Emiliano Zapata tenía facultades para impedir ese “ajusticiamiento”. Al cabo de unas cuantas semanas, el general Palafox, expulsado del zapatismo ¡por homosexual!, se levantaría en armas contra ¡Emiliano Zapata! por la recuperación de los ideales del ¡Plan de Ayala! Soto y Gama devendría adulador de Obregón más dulzón que un puñado de remolacha y, décadas posteriores, otra vez adulador... de ¡Hitler!
A Miliano hasta la rúbrica le quieren diluir
En un articulito firmado a trío, con el cabezal Emiliano Zapata, se deduce que éste, “debido a sus limitaciones educativas”, no pudo crear la fase “La tierra es de quien la trabaja”, tal reseñita, firmada por una nada santísima trinidá de “especialistas”, está en el número tres de la revista de la Aapaunam, sindicatito de académicos unamitas, más blanco que un tornillo de tlachique.
Otros asientan que, “por el mesmo causal”, para la redacción del Plan de Ayala, Ufemio y Miliano no aportaron ni su huella digital. La esposa de un diplomático estadounidense -Edith O’Shaugnessy- en un capítulo de sus memorias mexicanas, define cursi e ingenuo a Miliano por una misiva que éste envió Woodrow Wilson, jefe de la Casa Blanca. No captó la dama que en esa epístola, el gran Zapata, entre otros temas, le daba carácter nacional a la revolución que encabezaba. A míster Woodrow, en 1914, el haitiano Rosalvo Bobo (que ninguna similitud guardaba con su apellido) también le dirigió una carta, en la cual a la par externaba protesta y resistencia a la invasión yanqui contra Haití. Cacos era la denominación de los patriotas antiimperialistas, pero más cacos en mexicanísima inferencia resultaron los gringuísimos invasores que en Puerto Príncipe saquearon el Banco Central, hurtando medio millón de dólares en oro.
Si a Pancho Villa, un general USA lo calificó “socialista sin saberlo”, a Emiliano Zapata Salazar, alguien lo adjetivó marxista, quizá por el Manifiesto a la Ciudad, signado por Ejército Libertador del Sur en su entrada defeña tras la Convención de Aguascalientes, en que se hacía un llamado a la clase obrera a fin de combatir al lado de sus hermanos campesinos por la liberación. O porque encomendó a Genaro Amezcua difundir la revolución zapatista en La Habana, donde por diferentes circunstancias e intereses, se reunían políticos e ideólogos de diverso signo del orbe completito. (En la capital cubana, por cierto, nació un yerno de Carlos Marx: Paul Lafargue, quien al desposarse con Laura Marx, acordó con ella suicidarse mancomunadamente en los horarios de la vejez. Ambos cumplieron su convenio, inmolándose a los 69 abriles). O porque el enorme Miliano escribió al general Amezcua (en 1917, tras la triunfal revolución de octubre) transmitiese que “... la causa del México revolucionario y la causa de Rusia irredenta son y representan la causa de la humanidad...” O porque...
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