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XL Certamen Nacional de Periodismo Justicia, imperativo categórico
Parafraseando al revés al clásico Cicerón: Exceso de injusticia es barbarie. Tal es el perverso signo que prima la atemorizada convivencia humana en México, donde la ausencia de Estado de derecho es caldo de cultivo en el que florece, como yerba mala, la ley de la selva. Es ésta una superlativa y monstruosa anomalía, cuando la conducción de la República es detentada por una facción emanada de la antes ameritada Escuela Libre de Derecho.
En tiempos no lejanos, la recurrencia del crimen -como excepción-, parecía privativa de determinadas actividades, aun cuando éstas, si bien controvertidas, se realizaran al amparo de la legalidad. En la actualidad, no hay quehacer humano que no esté sujeto a la amenaza homicida, convertida ya en regla del sálvese quien pueda.
Como en descampado jurídico, ese es el agreste y cruel escenario en el que, desde la inauguración de la era neoliberal, se desenvuelve el ejercicio periodístico en nuestro país. Voces del Periodista ha mantenido sistemáticamente el registro de los agravios cometidos contra la Libertad de Expresión y el Derecho a la Información. No es, por supuesto, una tarea grata, pero la ejercemos como única opción frente al permanente amago de silenciamiento.
Hacia finales de 2010, la Comisión Nacional de Derechos Humanos difundió un informe que, resumido, reporta que, de 2000 a la fecha, periodo de presidencias panistas, ha recibido 608 quejas por delitos contra periodistas; el recuento de homicidios ha llegado a 66, cifra a la que se agregan doce desapariciones forzadas. En los cinco años recientes se han ejecutado 18 ataques armados contra instalaciones de medios de comunicación. No existe antecedente más odioso en la historia de México. Si este macabro sumario es de suyo atroz, la calamidad es potenciada por la impunidad, solapada por omisión o por comisión deliberada de la propia autoridad gubernamental.
El pasado 3 de diciembre, a iniciativa de la Secretaría de Gobernación, se anunció la formación de un Comité de Defensa de Periodistas. Mientras este organismo deshoja la margarita -un mes después de abierta esa instancia no se acreditaba aún representación alguna del gremio afectado-, se han registrado otros 10 nuevos casos de periodistas agredidos o amenazados. Pero, como en muchos otros casos de atentados contra civiles, aquí no pasa nada.
Si el fenómeno ya es de por sí devastador, el riesgo de que alcance su institución plena se agiganta a la vista de la pugna por la nación con motivo de la próxima sucesión presidencial, una causa legal y legítima en toda sociedad pacífica que, sin embargo, en México carece de cauce civilizado, ahí donde las autoridades de competencia electoral han sido rebasadas por la incontrolable animosidad de beligerantes legales o fácticos que no paran mientes en la transgresión de la normatividad correspondiente.
Es frustrante reconocer que, como evangelistas desarmados, carecemos de poder de coacción para cambiar ese detestable estado de cosas. Pero no es la solución sentarnos a lamernos las llagas. Nos queda la palabra que, como incesante gota de agua, un día penetra la dura roca. Confiamos en que ese día no llegará demasiado tarde. No hay mal que dure cien años, ni paciente que lo resista pasivamente. Lo afirmamos a título de fe, porque todavía creemos que la justicia es un imperativo categórico al que no puede renunciar la democracia sin riesgo de suicidio.
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