70 años de identidad, tradición y futuro del PAN
Gómez Morín:
“Pobre humanidad ensangrentada y
viviendo en el lodo”
ABRAHAM GARCÍA IBARRA
(Exclusivo para Voces del Periodista)
* No hay política, sino escatología*
* Monstruosos fenómenos colectivos
… un ciclotímico lleno de entrañables
miserias humanas, de una intimidad
torturada por el vaivén descomunal
entre el ansia desaforada de poderío y la
depresión autocensora y melancólica.
JUAN DE MARIANA
La diferencia entre la Divina Comedia -“los demonios, armados de arpones, acuden furiosos contra los Poetas: después, ante una orden de su jefe, les dejan el paso franco”, escribe Dante Alighieri- y la Nueva farsa mexicana, actuada por la sedicente “clase política”, es que la obra de Dante fue concebida por una inteligencia excepcional para alarmar a los espíritus mansos, narcotizados por los déspotas; y la representación doméstica está escrita con las patas, como toda una telenovela, y por eso despide un fétido humor de excremento.
La diferencia entre El Príncipe, confeccionado por Nicolás Maquiavelo -azote de los papas, entre otros atributos-, y Los lacayos, escenificada por la clase dominante en México, es que este otro florentino dictó su tratado sin falsos rubores para instruir al hombre de Estado sobre el arte de la corrupción y de las traiciones, y la interminable ópera bufa de nuestra nueva casta arribista y rapaz no tiene más sentido ni más propósito que los de esmerarse en el rudimentario oficio del saqueo de la renta de la obra ajena.
La coincidencia entre Tirano Banderas -“si consideramos la Revolución como personaje colectivo, vemos que su único significado es causar la muerte de Santos Banderas”, concluyó en la crítica de esa obra Maruxa Salgues de Cargill-, y la Corte de los Milagros, es que el autor de ambos libros, ingenio fuera de serie, Ramón María del Valle-Inclán, quiso advertir que el ejército jamás consentirá otra dictadura que la suya. “Si en Palacio han pensado cosa distinta, están ciegos en Palacio”.
Pero, a qué andar con mayores y retóricas búsquedas: Para ponernos en frecuencia con la estatura y la calidad de los políticos del “nuevo tiempo mexicano”, mejor recomendemos el Tartufo (El impostor), de Moliere, donde encontraremos el retrato hablado de nuestros impenitentes usurpadores que, si no se compadecen de la plebe, al menos fingen estar al servicio del dios de los cristianos, que dicen es el suyo. Así desfogaremos nuestra indignación con un poco de reparador divertimento.
Bienvenida, guayabera mía
Servidos los entremeses, empecemos: Concluida la gestión del priista Luis Echeverría, en el teatro de la representación vimos a conspicuos dirigentes y militantes del Partido Acción Nacional (PAN), entonces en rabiosa oposición, divirtiéndose como enanos con la comedia Adiós guayabera mía, en satírico homenaje al atuendo preferido por el ex presidente tercermundista. Ahora, casi siete lustros después, lo mismo en las “cumbres” de republicanos gobernantes en la paradisíaca Riviera Maya, que en exclusivos campos de golf en la riviera del otro litoral -la Nayarit-, vemos al primer panista neoliberal del país saludar entusiasta: Bienvenida, guayabera mía, si bien no la modela con el garboso, aunque sobrio estilo del ex mandatario satanizado por el panismo. Parafraseando a Roberto Michel (Los Partidos Políticos): Los pretendidos nuevos demócratas, una vez en el poder, se asimilan a las formas y hasta al modo de vestir de los “aristócratas” que con tanto furor combatieron antes.
Antes de que terminara su sexenio el priista José López Portillo, los panistas reían a mandíbula batiente con la ocurrencia del difunto José Ángel Conchello, que anatematizó los años de gobierno de los dos ex mandatarios nombrados como La docena trágica. Ahora, que no se han cumplido aún los primeros diez años de ocupación de Los Pinos por los presidentes del PAN, ha creado estado La decena horrorífica. Y los panistas siguen carcajeándose.
Como una táctica propagandística electorera, hasta finalizar el sexenio de Carlos Salinas de Gortari los panistas acusaron por sistema a los ex presidentes priistas de cargar hasta con los equipales y los huipiles al abandonar la residencia presidencial. Hace unos días, todavía en ejercicio de su mandato, el presidente designado de “las manos limpias”, recibió en Los Pinos la Copa de la FIFA que se entregará al terminar el Mundial de Sudáfrica 2010, después de que ésta fue presentada en un espectáculo de la trasnacional Coca Cola. Acariciando voluptuosamente el cáliz de alienación popular, el anfitrión pinolero, escoltado entre otros por su chivo en cristalería, Javier Lozano Alarcón, preguntó goloso: ¿Me llevo la Copa o qué? Los custodios de tan codiciado tesorito salieron de Los Pinos como alma que lleva el diablo. No fuera a ser…
Una semana antes de tan “simpático episodio”, por perversa consigna más que localizada, Javier El Vasco Aguirre, técnico de los ratoncitos verdes, fue objeto de linchamiento mediático por haber anunciado antipatrióticamente en estación española que, terminando el Mundial, abandonaría México por miedo a la violencia y a la inseguridad. De paso, pronosticó el modesto resultado que lograría el seleccionado mexicano en el Mundial del próximo verano. Casi se le acusa de ser agente encubierto de la ETA. Después de haber sido obligado a retractarse de su amátrida declaración, en Los Pinos Calderón le solicitó a la vocera de la FIFA, Renata Pereira, que le dijera a su jefe, Joseph Blatter, que “tenemos un gran equipo que, por supuesto, comanda Javier Aguirre, y que está haciendo un gran papel”. Ah, ¿verdad? Que es eso de andar amenazando con echarle a perder el negociazo al duopolio televisivo.
El de la gobernación:
“Oficio de tinieblas”
Desde don Adolfo El viejo Ruiz Cortines, hasta Manuel Bartlett Díaz, la titularidad de la Secretaría de Gobernación se caracterizó por su austeridad y, sobre todo, por su discreción. Oficio de tinieblas, se llegó a denominar la función de los encargados de instrumentar la política interior, según se conocía antes la responsabilidad del que también era considerado jefe del gabinete presidencial. No fue casual que ahí se incubaran no pocas candidaturas presidenciales. La obra de la Secretaría de Gobernación, expresó alguna vez el extrañado don Jesús Reyes Heroles -gestor y ejecutor de la última Reforma Política verdadera en México-: “no se ve, pero se siente”. Era, el ilustre tuxpeño, reacio a andar concediendo entrevistas banqueteras, distorsionadas a la hora de su difusión para convertirlas en soberanas idioteces. (“Usted tiene todo el derecho a preguntarme, y yo tengo todo el derecho a no responderle”. Punto y aparte.)
Para el anecdotario queda aquella empalagosa recomendación que algún encargado de Prensa hacía a los periodistas, a fin de que divulgaran temas de vital interés para el gobierno, cuando, sin embargo, se prefería sondear antes la reacción de la opinión pública: pero… “hazlo como cosa tuya, maestro”. Así funcionaba el viejo método de filtraciones, para explorar y sopesar antes de actuar.
Con el arribo -en 2000- de Vicente Fox a Los Pinos, y de Santiago Creel Miranda al viejo Palacio de Covián, la frivolidad y el escándalo empezaron a empañar la imagen de aquella casona, a la que unos llegaron en su momento a practicar la tenebra y otros para tratar de darle altura al ejercicio de la política, tan cargada de inmundo lastre. Creel Miranda, después involucrado en chismes de farándula, llegó incluso a provocar tensión diplomática gritando voz en cuello el descubrimiento de conspiraciones internacionales contra México, cuyas supuestas constancias reservó, por “razones de Seguridad Nacional” para después de ver consumado su sueño guajiro de pasar de Bucareli a la residencia de Molino del Rey. Vana ilusión que no pasó ni siquiera la aduana de las internas en el PAN, cuando antes había sido descalificado en el Congreso como interlocutor confiable.
Lo más estridente del paso de Creel por Bucareli, hasta por omisión impuesta, fue la ampliación de protección y privilegios al duopolio televisivo y, por comisión voluntaria, el encubrimiento de actos punibles con recursos del Fondo Nacional de Desastres, y el abundante obsequio de licencias y permisos para juegos de apuestas, sin lograr siquiera como contraprestación una invitación a La Cava, de aquellas que acostumbraba hacer el Tigre a políticos de su estima, con pródiga ración de carne que camina. Por decir lo menos.
El sucesor de Creel en el encargo, Carlos María Abascal Carranza, pretendió darle lustre beatífico a su tarea, decorando su despacho como si fuera una sacristía privada, y haciendo ostentación pública de su credo a la manera de un ministro de Estado teológico; simulación que, sin embargo, no le impidió guardar cómplice silencio ante el homicidio industrial en los socavones de Pasta de Conchos, Coahuila, que marcó el principio de una galopante era de terror contra la clase trabajadora organizada, que hasta la fecha continúa, potenciada a lo bestia.
Inestabilidad igual
a ingobernabilidad
Hubo época en que un secretario de Gobernación se atrevía a cuestionar al Presidente los caprichosos cambios en su gabinete, para investir a los desplazados como virreyes en los estados, habilitarlos como diplomáticos o asignarles caras asesorías en otros sectores de la Administración Pública: “Si tal personaje es tan capaz y eficiente en su encargo, que por esas capacidades le encomendaste, ¿por qué privar al Estado federal de sus valiosos servicios? Si no lo es, ¿por qué castigar a las entidades a las que se manda a gobernar a un incompetente? Si tal funcionario tiene dotes y lealtad hacia la República, ¿por qué mandarlo a un exilio no deseado, por muy dorado que éste sea? Si carece de esas virtudes, ¿por qué exponer la diplomacia mexicana al descrédito encarnado por un baquetón de poco fiar? Si el otro demostró honradez, responsabilidad y eficacia en su función, ¿por qué cesarlo? Si es ratero, irresponsable e ineficaz, ¿Por qué darle otra oportunidad para que siga medrando en otra institución?”.
Si esas juiciosas observaciones eran atendidas o no por el jefe del Ejecutivo en turno, sería asunto a discernir. En todo caso, había un sedicente contralor moral de tiempo completo sobre la actuación del supremo gobierno, el PAN, cazando la ocasión de exhibir públicamente a los licenciosos que convertían al Estado en libertina cueva de Alí Babá, y lo hacía sin contemplaciones, con enfermiza alegría. Ahora que el PAN está en el poder presidencial, aquella obscena práctica no sólo prevalece: Se desarrolla a escala geométrica. Se ve, se siente, en diferentes áreas de la administración, pero lo que interesa subrayar aquí es que, en poco menos de una década, por el segundo puesto en importancia política en el stablishment han desfilado cinco ocupantes panistas. Dos de ellos han muerto, pero dos sobrevivientes que no alcanzaron la talla requerida, el citado Creel Miranda y Francisco Ramírez Acuña, fueron reacomodados en el Congreso de la Unión, con tiempo y recursos económicos bastantes para cultivar su ambición de hacerse de la candidatura presidencial para el próximo sexenio. Si no lograron eficientar un relativamente pequeño equipo de colaboradores, ¿cómo esperar que puedan gobernar una nación tan multiforme, enorme y compleja? Pero, a todo esto: ¿Quién dice que quieren la Presidencia para gobernar?
El quinto puede no
ser malo, sino peor
Queda (con el beneficio de la duda entre corchetes) el quinto de la tarde en la faena panista: Fernando Gómez Mont, pero su perfil, consideramos, amerita una referencia obligada: secretario de Gobernación (1958-1963) fue Gustavo Díaz Ordaz. Ese periodo está marcado a sangre y fuego por una serie de estremecedores sucesos políticos, de entre los cuales, quizá uno de los más indignantes, es el secuestro y los asesinatos por tropa federal, en Xochicalco, el 23 de mayo de 1962, del guerrillero zapatista, pastor metodista, militante del Partido Comunista Mexicano y fundador del Partido Agrario Obrero Morelense (POAM), dos veces amnistiado, Rubén Jaramillo y, con él, el de su esposa Epifania Zúñiga, embarazada, y de tres de sus hijos. Todos con tiro de gracia.
Dos años antes -agosto de 1960-, fue encarcelado el célebre muralista mexicano, paisano de don Manuel Gómez Morín, David Alfaro Siqueiros, procesado por el delito de disolución social, etcétera. Entre sus abogados estuvo uno de los fundadores del PAN, Felipe Gómez Mont, padre del actual titular de la SG. Siqueiros fue liberado en julio de 1964, cuando en Gobernación despachaba ya Luis Echeverría. ¿Qué movió a don Felipe (¿sería pertinente aclarar que “el bueno”), reputado de derechista ultramontano, a actuar en defensa de un izquierdista activo, acusado por el gobierno de crimen contra el Estado? ¿Sería la oportunidad de enriquecer su cartera de clientes a costa de un indiciado de fama mundial? ¿El solo interés de los honorarios? ¿Una auténtica expresión de solidaridad humanista hacia un perseguido acaso injustamente, sólo por razones políticas? Algunos padres fundadores del PAN tenían esta “mala costumbre”. Difícil, pues, tratar de escudriñar en la mente y el corazón de un hombre que personalmente no es desconocido.
Lo que pretendemos subrayar es que, como en el periodo referido, que culminó con la matanza del 2 de octubre de 1968, en las circunstancias actuales se reproduce la política represiva antipopular, aduciendo razones de Estado, y en el ojo del huracán se encuentra Fernando Gómez Mont, cuyos antecedentes profesionales en el ejercicio privado son por lo menos desconcertantes. De ahí que en estas notas dejemos de lado -sin que ello sea excusa para no tener en remojo el asunto-, las andanzas del secretario de Gobernación en los caminos de la vida (de la vida política lodera) que “no son como yo esperaba”.
Gómez Mont, que renunció a su pertenencia al PAN por razones, dijo en principio, prefería mantener reservadas, se sostiene en su puesto, que es consustancial a su condición de coordinador de la estrategia de Seguridad Nacional, cuyos alcances van ahora más allá de la vieja posición de “jefe del gabinete presidencial”, reconocida al secretario de Gobernación.
¿Dormir con
el enemigo?
En esa grave y nada envidiable tesitura, el desafío ético-político para Gómez Mont, es jerarquizar el orden de sus prioridades como hombre de Estado y no como simple secretario encargado de despacho: Quema su escasa pólvora, ya mojada, en los bajos fondos del desgastante chisme entre partidos y sus representaciones parlamentarias, delirantes en el piso de remates del oportunismo electorero, o empieza por poner orden en casa, aunque pueda morir burocráticamente en el intento, riesgo que puede afrontar después de haber asegurado que no es cobarde. Lo diría Creel: Que sea hombrecito.
Y es que, si las fuerzas políticas opositoras -y aún las escindidas en el partido al que renunció- se ocupan de tratar de pescar a río revuelto, prerrogativa que, por lo demás, puede pasar como legítima en una democracia aunque sea fallida, allá ellas en su cochinero que le es legalmente propio. Cosa distinta es la percepción desde el exterior de que desde hace rato se gesta una conspiración en el propio aparato de gobierno contra su jefe. No es una actitud confiable y convincente a los ojos de los gobernados, que el Presidente oriente su incesante discurso en una dirección constructiva (o al menos lo aparenta), y sus colaboradores más cercanos, aun pasando por encima de las facultades y atribuciones específicas que la Ley Orgánica de la Administración Pública de la Federación les asigna, ejecuten sus acciones, con ánimo de provocación en algunos casos (como el del secretario del Trabajo, Javier Lozano Alarcón) en sentido contrario.
La gestión del Estado no es un juego de Juan Pirulero, así varios secretarios crean que sus aspiraciones sucesorias les autorizan a vulnerar la unidad de mando, como llegó a suceder en aciagos momentos entre la “familia revolucionaria”. Es cosa nomás, de recordar la suerte postrera que llevó al sepulcro a los generales Francisco Serrano y Álvaro Obregón. La que, entre la “familia tecnocrática”, dejó sembrado en el polvo precarista a Luis Donaldo Colosio. ¿La que alcanzó a Juan Camilo Mouriño?
“Enfangamiento de corrupción y
monstruosos fenómenos colectivos”
Nadie en su sano juicio desearía que el ánima en pena de don Manuel Gómez Morín se apareciera para revalidar derechos de autor sobre aquel diagnóstico dictado desde la brumosa Londres: “China y México son sitios remotos, fuera de la comunidad de iguales (…) pueblos extraños material y espiritualmente, de donde salen de vez en cuando notas de color, pero de donde llegan, sobre todo, espantosas noticias de una pobre humanidad ensangrentada y viviendo en el lodo. Países donde no hay política, sino escatología y teratología. No el noble entendimiento o la pugna de hombres por afanes humanos, sino enfangamiento de corrupción, de ignorancia y pasiones, o manifestación de monstruosos y disformes fenómenos colectivos”. ¿Cómo le hizo don Manuel para describir ocho décadas antes la situación del México de 2010, cuando el PAN “celebra” 70 años de IDENTIDAD/ TRADICIÓN/ FUTURO? Ya lo han escrito sus panegiristas: Era un visionario.
* Escatología: tratado de los excrementos.
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