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Edición 431
Escrito por Gastón Pardo   
Lunes, 30 de Mayo de 2022 13:30

 43114

Hambruna e inflación

en curso revelan la mano de

sus diseñadores

Gastón Pardo


No se puede ganar sin detener la guerra imperialista que drena el genio tecnológico y el poderío industrial de la humanidad, dirigiéndolo hacia la muerte y la destrucción.

Por iniciativa del gobierno de Joe Biden, los políticos capitalistas, directores ejecutivos y periodistas comprados de todo el mundo, han derramado lágrimas de cocodrilo por la crisis alimentaria global, alegando que fue diseñada por Vladímir Putin. Pero los diseñadores son otros.

ASÍ LO EXPRESARON hace poco más de un año, ante la televisión japonesa, los pensadores al servicio del Sistema social y financiero y especialistas en situaciones crísicas: Jacques Attali, Ian Bremmer y Yuval Noah Harari.

Frente a una audiencia bien alimentada y reunida en el World Economic Forum en Davos, Suiza, el lunes, la presidente de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen manifestó una nueva preocupación por “los países frágiles y las poblaciones vulnerables” que “sufrirán más” por el aumento en los precios de los alimentos.

Los milmillonarios aplaudieron con aires farisaicos cuando la también exministra de Defensa alemana culpó a Rusia de lucrar “desvergonzadamente” con el hambre. Asintieron enérgicamente con la cabeza cuando les urgió a entregarle “al Programa Mundial de Alimentos los suministros que necesita urgentemente” para aliviar la amenaza de una hambruna masiva.

Hipocresía absoluta. Hace seis meses, el presidente del Programa Mundial de Alimentos de la ONU, David Beasley, hizo “una solicitud a los millonarios para que ayuden a combatir la hambruna”, explicando que si las personas más ricas del mundo donarían meramente $6,6 mil millones de su riqueza colectiva de $13,1 billones (o bien 0,04 por ciento del total), se podría eliminar el hambre mundial en 2022 y salvar millones de vidas.

Este llamado llegó a oídos sordos. En los próximos seis meses, en un mundo moderno con un progreso tecnológico increíble, 4,5 millones de seres humanos morirán por hambre. Si bien cada año, nueve millones de personas mueren de falta de alimentación y son ignoradas por la prensa capitalista, que sólo los menciona como propaganda de guerra.

El verdadero motor de la inanición masiva y el hambre a nivel global es el capitalismo. Esta semana, Oxfam emitió un reporte que detalla el aumento masivo de la desigualdad social a lo largo de la pandemia de coronavirus, que se cobró 20 millones de vidas. Oxfam reportó que ha emergido un nuevo milmillonario “cada 30 horas en promedio durante la pandemia”, incluyendo a 62 individuos que lucraron del aumento en los precios de los alimentos en la agricultura. “Las corporaciones y las dinastías de milmillonarios que controlan una parte tan grande de nuestro sistema alimentario disfrutan aumentos en sus ganancias”, indicó el informe.

Por ejemplo, cuando Von der Leyen denunció a Vladímir Putin de “usar el hambre y los granos para ejercer poder”, dos hombres presentes —el director ejecutivo de la empresa de alimentos Cargill, David MacLennan, y Brian Sikes, el director operativo— que quizás aplaudieron. Pero, según el reporte de Oxfam, la riqueza combinada de la familia Cargill aumentó $14,4 mil millones desde el comienzo de la pandemia, lo suficiente para alimentar a los hambrientos del mundo dos veces y tener aún miles de millones de sobra.

Guerra, prolongada y dolorosa

Como lo ha demostrado la pandemia de COVID-19, no existe un límite en la cifra de vidas que la burguesía sacrificará antes de perder incluso la fracción más pequeña de su riqueza. Los arquitectos de la guerra por la delegación de EEUU y la OTAN contra Rusia están igual de preparados para sacrificar las vidas de miles de millones, tanto a través del hambre como una catástrofe nuclear, con tal de subyugar a Rusia y conquistar sus recursos.

En cuanto al alza actual de los alimentos, el gobierno de Biden y sus aliados imperialistas son los principales responsables. Joe Biden ha declarado repetidamente que el objetivo del Gobierno de EEUU es garantizar una “guerra prolongada y dolorosa”. El aumento en los precios de alimentos se debe en gran medida a las sanciones encabezadas por EEUU. Como resultado de la prolongación de la guerra, el canciller de Egipto le dijo al Financial Times, “morirán millones”.

Un experto de la industria le indicó al Consejo de Seguridad de la ONU la semana pasada, “Esto es sísmico. Nos enfrentamos al peligro de una cantidad extraordinaria de sufrimiento humano”. Según un reporte del 23 de mayo del Eurasia Group, 400 millones de personas entraron en las filas de la inseguridad alimentaria en tan solo 90 días, llevando el total a la cifra impactante de 1,6 mil millones. El mismo reporte explica que, de continuar la guerra, los precios globales de los alimentos aumentarán 45 por ciento este año, otro aumento sin precedentes.

El desembolso de $40 mil millones aprobado por el Congreso de EEUU este mes busca intencionalmente prolongar la guerra e intensificará la crisis alimentaria al interrumpir las temporadas de cosecha. Los centavos que el proyecto de ley asigna para la ayuda “humanitaria” son apenas una fachada. Casi todo terminará en los bolsillos de oficiales corruptos y criminales, así como la “ayuda” enviada por EEUU durante las ocupaciones de Afganistán e Irak.

Todos los políticos y las organizaciones que apoyaron este proyecto de ley votaron a favor de hurtar comida de la boca de millones de trabajadores en todo el mundo. Esto incluye a Alexandria Ocasio-Cortez, Bernie Sanders, Rashida Tlaib, Ilhan Omar y Jamaal Bowman, los Socialistas Democráticos de Estados Unidos (DSA, por sus siglas en inglés), y grupos de la “izquierda” internacional como la Liga Internacional Socialista, el Nuevo Partido Anticapitalista y los Partidos Verdes del mundo. A través de su apoyo a la guerra, se han puesto la marca imborrable de enemigos de la clase trabajadora, que sufre por el impacto catastrófico por la guerra.

La intensificación de la crisis alimentaria impulsa a los trabajadores a la lucha de clases. Los niveles masivos de desigualdad social y el bombeo constante de dinero hacia los mercados financieros han creado una inflación descontrolada que aumenta el costo de los productos y servicios de primera necesidad.

Sólo la unión de los trabajadores

David Beasley, director del Programa Mundial de Alimentos, advirtió recientemente: “Ya estamos viendo disturbios y protestas mientras hablamos: Sri Lanka, Indonesia, Pakistán, Perú. Ya hemos visto dinámicas desestabilizadoras en el Sahel de Burkina Faso, Malí, Chad. Y son sólo las señales de lo que está por venir”.

Han estallado protestas masivas en todo Irán, donde un alza del 300 por ciento en los productos básicos a base de harina ha provocado manifestaciones que coinciden con las huelgas de los proletarios en ciudades como Teherán, con una población de 8,5 millones de habitantes. En Sri Lanka, Perú y otros países siguen produciéndose protestas y huelgas de carácter nacional.

En todos los países, los sindicatos sólo sirven para frenar la lucha de clases e impedir que los trabajadores lleven a cabo una lucha unida para cubrir las necesidades sociales urgentes.

En Túnez, la principal confederación sindical se vio obligada a anunciar preparativos de huelga general para alejar el fantasma de una acción de masas. Los trabajadores de la salud de todo el Cabo Oriental de Sudáfrica hicieron huelga este mes sin la aprobación de los sindicatos, como consecuencia del aumento de los precios de los alimentos y del desastroso impacto de la pandemia en el sistema sanitario. Los conductores de autobús de Córdoba (Argentina) organizaron una huelga salvaje por los alimentos y otros costes de vida.

Este movimiento no se limita al mundo en desarrollo. El pasado fin de semana, los maleteros en Copenhague iniciaron una huelga espontánea por el alza de los alimentos y otras necesidades básicas. Según la prensa danesa, “el tribunal laboral danés dictaminó el domingo que el personal de equipajes debía reanudar su trabajo el lunes, pero no se cumplió”. Los trabajadores aéreos de Saint-Nazaire (Francia) han iniciado paros diarios por los salarios y los aumentos de los precios.

En Reino Unido, el Banco de Inglaterra ha calificado la crisis del coste de la vida de “apocalíptica”. Los trabajadores se enfrentan a una inflación del 9 por ciento y a un aumento récord del 54 por ciento en las facturas de gas y electricidad. Según una encuesta de Ipsos, el 85 por ciento de los británicos está preocupado por el impacto del aumento del coste de la vida a partir de los próximos seis meses.

En este contexto explosivo, la huelga de mil trabajadores de varias plataformas petroleras y de gas natural en el mar del Norte, que exigen aumentos salariales masivos que compensen por el aumento del coste de la vida, es una poderosa señal de que los trabajadores ven a los sindicatos como obstáculos –y no como instrumentos de lucha— en la lucha contra el aumento del coste de la vida. Aunque la huelga fue objeto de un apagón mediático, una noticia del sector señalaba: “La revolución salarial ha comenzado; no estamos señalando a una empresa, sino a toda la industria mundial”.

No hay forma de abordar la crisis del coste de la vida ni la crisis alimentaria mundial en el marco de una lucha específica contra un empleador o una empresa, por muy militante que sea. En la lucha por alimentos y productos de primera necesidad asequibles y por un aumento masivo de los salarios, la clase obrera debe unirse en todos los lugares de trabajo, en todas las industrias y en todos los países para sacar el mayor provecho de toda su fuerza.

Esta es una lucha política contra toda la clase capitalista y los gobiernos que controlan. No se puede ganar sin detener la guerra imperialista, que drena el genio tecnológico y el poderío industrial de la humanidad, dirigiéndolo hacia la muerte y la destrucción cuando se necesita para salvar y mejorar vidas en todas partes. Esto requiere una revolución socialista, la expropiación de la riqueza de los ricos y el control democrático de las fuerzas productivas del mundo en manos de la clase obrera para abolir el hambre para siempre.

 



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