Edición 213
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Escrito por Carlos Ramírez Hernández
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Lunes, 06 de Julio de 2009 16:12 |
La campaña por el voto nulo o la abstención debe medirse no en función del número de convencidos, sino en saber que ocurrirá en el país al día siguiente de las elecciones. El 6 de julio habrá una crisis de instituciones y ninguna fuerza política, ni siquiera la desordenada sociedad civil, será capaz de diseñar una agenda de transformaciones y menos aún alguien tendrá la capacidad para conducirla.
LAS REFORMAS INSTITUCIONALES tendrán que pasar por un Congreso deslegitimado en su cámara de diputados votada en minoría y por partidos que fueron incapaces de entender los mensajes de la sociedad. Y será la misma cámara de senadores que impulsó la reforma electoral que ya fue repudiada por la mayoría de la sociedad. Y lo más importante: la agenda de transformaciones institucionales que ha dejado entrever la sociedad tiene que ver con el fin de la estructura de privilegios, corrupción y falta de representación social que existe. Sobre todo, las exigencias tienen que ver con mayor control sobre los partidos, menor poder a la partidocracia, disminución del dinero a la política y una reducción del tamaño de la política, comenzado con la desaparición de los 200 diputados plurinominales y de 64 senadores de minoría. Es decir, partidos y legisladores que eludieron el voto nulo tendrán la obligación de buscar la reforma del régimen de gobierno y la transformación del sistema político, pero a partir de esquemas que aumenten la vigilancia social. La campaña por el voto en blanco refleja, aún en sus contradicciones, la queja social de que el sistema político actual no responde a las exigencias de la sociedad. El desafío nacional debe enmarcarse en la decisión de las élites política de entrarle de lleno y en serio -ahora sí- a la transición del viejo régimen priísta a un sistema político democrático y de auténtica participación de la sociedad. La sociedad debe tener instrumentos políticos para someter a partidos y políticos a mecanismos de rendición de cuentas y de castigos. El principal vicio del sistema político priísta ha prevalecido en la alternancia panista en la presidencia de la república: la impunidad del poder, producto del modelo que permite que partidos y políticos consigan el voto ciudadano pero sin darle a la ciudadanía un mecanismo de exigencia de cuentas. Sin una percepción clara del día después de las elecciones, el país entraría en la peligrosa zona de la anarquía política. El voto en blanco se ha convertido en un mensaje de repudio a partidos y candidatos, pero aún no conduce a nuevas formas de organización social para participar en política. Una de las formas más rápida para romper con el monopolio de los partidos es encontrar formas de participación ciudadana directa en elecciones para acceder a cargos de elección popular. Al final de cuentas, la democracia representativa -pero vía la democracia de participación directa de la ciudadanía- es el modelo político más funcional. Por tanto, la campaña de voto en blanco sin organización ciudadana podría conducir al sistema político a la anarquía. El día después de las elecciones se aparecería como la última oportunidad para que partidos y legisladores ahora sí definan una agenda de transformaciones radicales del régimen de gobierno y del sistema político, pero no para defender posiciones o corporativismos sino para evitar la anarquía como paso previo para la revuelta social que normalmente conduce a una dictadura.
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