Editorial
El leopardo no puede
borrar sus manchas
Desde su fundación en 1939, el Partido Acción Nacional (PAN) fue catalogado suavemente, por algunos de sus adversarios, como “el partido del retroceso”, en alusión a su vocación reaccionaria que lo familiarizaba con el Partido Conservador (filomonarquista) del siglo XIX. Otros de sus detractores fueron más implacables y lo asociaron con el nazifascismo, galopante en Europa en la década de los treinta del siglo pasado. Documentación histórica acopiada en las décadas de los 40/50 parecía hacer irrebatible esta última acusación.
El PAN -de esto no queda duda- saltó a la arena electoral para combatir la obra revolucionaria, nacionalista y nacionalizadora, de Lázaro Cárdenas del Río quien, en el diseño operativo del nuevo Estado mexicano, colocó en el centro de gravedad de su administración la política laboral, agrarista, y cooperativista, cuyo eje catalizador fue la expropiación petrolera y el impulso a las industrias eléctrica y ferroviaria.
Durante 60 años en la oposición, la inteligencia panista -que la hubo-, se esforzó denodadamente por desacreditar las imputaciones de sus enemigos políticos y, al iniciar su ascenso al poder por la vía de las conertacesiones electorales, proclamó su éxito como una victoria cultural. Bastó, sin embargo, el arribo de Vicente Fox a la Presidencia para que el PAN reconociera, por fin, su negada naturaleza: El mandatario no tuvo el menor reparo para postular su gobierno como uno de los empresarios, por los empresarios y para los empresarios.
Dada la extracción de Fox de la burocracia privada trasnacional y su arribismo partidista, salvo por su cinismo, a pocos sorprendió la definición clasista de su administración. De Felipe Calderón, habida cuenta su formación en una de las llamadas “familias custodias” del PAN histórico -de cepa doctrinaria sustentada en el “humanismo político”-, se pensó que la aceptación de la tutoría electoral ejercida por las grandes corporaciones de hombres de negocios sería una conveniencia circunstancial a fin de alcanzar el poder, para luego hacerse del control de daños provocados por Fox al prestigio del PAN.
No fue así: Rodeándose de egresados de la Escuela Libre de Derecho -en un tiempo furtiva correa de trasmisión entre la europea Sociedad Mont Pellerin, de inspiración nazi, y la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex)-, en donde obtuvo su título de abogado, Calderón tiró las riendas del PAN hacia la extrema derecha, confirmando lo que durante más de medio siglo los padres fundadores del partido habían negado.
Cuando Calderón se puso en manos del Ejército para tomar posesión de la presidencia el 1 de diciembre de 2006, este signo fue suficiente para advertir qué tipo de régimen se proponía ejercer. Si, desde el primer mes de su ilegítimo mandato, el uso de las Fuerzas Armadas tuvo como coartada el combate al crimen organizado, la rueda de molino no fue digerida por las cabezas más lúcidas que vieron en esa táctica la sombría premonición de que su objetivo último sería aplastar la resistencia social a la continuidad del modelo neoliberal.
En varia medida, los sectores sociales mayoritarios, excluidos del sistema de privilegios económicos y políticos que opera desde Los Pinos, han venido pagando el terrible costo de esa tentación totalitaria, pero el calderonismo ha sido particularmente feroz contra la clase trabajadora organizada, cuyas formaciones, aún las adherentes al gobierno, han sido sometidas a una permanente hostilidad, apelando incluso a una descarada perversión de la Constitución y la ley laboral. ¿Por qué extrañarse entonces por lo que en estos días ocurre en Cananea, Sonora? Si para los ciegos todas las cosas son súbitas, aun los más ciegos podían otear lo que pasaría con los obreros mineros. No es dado al leopardo borrarse las manchas.
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