EDITORIAL
La esperanza quiebra a la ultraderecha europea
EL SENTIMIENTO DE FATALIDAD, “el sentido trágico de la vida”, que diría Unamuno, inducido en México por los poderes fácticos -entre los que el más contumaz y corrosivo es el de los medios electrónicos-, pretende que el pueblo, sujeto al que se confunde mañosamente con determinados timoratos segmentos sociales, es reacio al cambio. Echarse la cola al hombro es, pues, el onzavo mandamiento de lo que antes desde el púlpito se predicaba como resignación.
NO FALTAN ARGUMENTOS que validan el llamado al inmovilismo, a la parálisis desesperanzada: Aparece en momentos de destino un candidato presidencial que se ostenta como abanderado de la generación del cambio. Se le asesina. Surge otro candidato que postula, ahora sí, el cambio: El profeta, atrofiado por su narcisismo, se rinde a las primeras tentaciones y se conforma con el cambio de domicilio, ahíto por la irrepetible oportunidad de componer la desastrosa economía familiar y la suya propia. ¿A qué votar, si el resultado siempre termina en más de lo mismo?
Después de la II Guerra Mundial, la Cuarta República francesa se vio trastornada por los movimientos independentistas que golpearon secamente el colonialismo, el cemento que catalizaba la unidad de la metrópoli. Siria y Libia primero; Marruecos, Túnez y Madagascar después, a las que se unieron Vietnam, Laos y Camboya, proclamaron su independencia. Funcionó el efecto dominó.
Cuando, en mayo de 1958, a cuatro años de iniciada la revolución argelina, Francia sintió la necesidad de llamar al general Charles de Gaulle a constituir la Quinta República, se pensó que el héroe de la resistencia sería eterno. Pero, diez años después, vino otro mayo, el del 68, y el indestructible se derrumbó hecho añicos.
Hacia 1972, por fin los partidos Socialista y Comunista lograron crear la Unión de Izquierda. Apareció un apasionado persevante del que se burlaban algunas publicaciones parisinas: El destino no lo quiere: Francois Mitterrand. ¿Quién sabe -respondía éste- hasta dónde llega el Sena? Después de dos tentativas electorales frustradas, en otro cabalístico mayo -el de 1981- el terco Mitterrand dio el campanazo.
Dados los golpes de Estado por los fanáticos neoliberales contra los gobiernos establecidos de Grecia e Italia, y forzado el gobierno español a entregar el poder a la ultraderecha, el francés Nicolas Sarcozy creyó galopar en caballo de hacienda hacia su reelección. Nuevamente en mayo pasado, otro Francois, Hollande, demostró que la fatalidad es reversible. ¿Qué inspiró a Hollande a dar la gran batalla electoral? La esperanza de los franceses, hartos de la barbarie financista.
Del mayo francés le llegó a México la incitación a la insurgencia. Los jóvenes pagaron con su vida la osadía de la rebelión, en octubre de 1968. De la crisis de conciencia, México pasó a la conciencia de la crisis. Los apologistas del movimiento del 68 lo tipifican como un parteaguas histórico.
Los publicistas del stablishment dan por sentado que el neoliberalismo llegó para quedarse, y desde hace cinco años han tratado de sembrar el supuesto de que su portaestandarte predestinado será el próximo presidente de la República. ¿Para qué, entonces, tanto desenfrenado gasto en simular elecciones constitucionales, si la determinación sucesoria ya estáplanchada por la plutocracia y sus lacayos?
Es obvio que los mexicanos no son los franceses. Ni el sistema electoral francés está tan corrompido como el mexicano. Pero, las televisoras y sus encuestadoras, ¿son, efectivamente, el único, incontestable e invencible poder electoral en México? Si así fuera, en México, donde el valor de la vida no alcanza al de un cacahuate, debe construirse una lápida que diga, con acento dantesco: Perded toda esperanza.
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