VOCES DIRECTOR MOURIS SALLOUM GEORGE
Luis Donaldo, ¿debía de morir?
EN LA PERVERSA L{OGICA DE LA TIRANÍA: Sí. Colosio había descarrilado el discurso triunfalista, que pretendía título de fe al supuesto éxito del modelo neoliberal, desde que arrancó su campaña presidencial en Huejutla, Hidalgo, donde, frente a los más pobres entre los pobres, propuso una reforma social que combatiera la desigualdad y superara la miseria. Una reforma social que garantizara a todos los derechos a la educación, la salud y la vivienda. Es hora, proclamó, de respetar la dignidad de los indígenas.
Eran, apenas, los entremeses retóricos. Cuando, desde su propio partido y desde la guarida de los que movían la cuna, empezaron a manipular la versión de que la campaña del sonorense no levantaba, éste, el 6 de marzo de 1994, dio un giro exclamatorio como declaración de principios y grito de independencia:
Sabemos que el origen de muchos de nuestros males, se encuentra en una excesiva concentración del poder. Concentración que da lugar a decisiones equivocadas, al monopolio de iniciativas, a los abusos, a los excesos. Reformar el poder, significa un presidencialismo sujeto, estrictamente, a los límites constitucionales de su origen republicano y democrático.
Nunca lo hubiera dicho. Fue como mentar la soga en casa del ahorcado. La presidencia en turno estaba marcada, no por la sospecha, sino por la convicción del fraude electoral. Que sólo la voluntad popular determine los resultados electorales. “Confiabilidad, certeza y limpieza electoral no pueden seguir siendo sólo aspiraciones”, propuso.
Deben dejarse atrás, dijo Luis Donaldo Colosio, viejas prácticas. Las de un PRI que sólo dialoga consigo mismo y con el gobierno; las de un partido que no tenía que realizar grandes esfuerzos para ganar. Cuando el gobierno ha pretendido concentrar la iniciativa política, el PRI se ha debilitado, Por eso hoy, ante la contienda política, el PRI sólo demanda imparcialidad y firmeza en la aplicación de la ley. México quiere democracia, pero rechaza su perversión: La demagogia,
Producto “de la cultura del esfuerzo, y no del privilegio”, según se asumió, Luis Donaldo conocía el paño: Había pasado por la dirigencia nacional del PRI y hablaba con conocimiento de causa de sus “viejas prácticas”; venía de la Secretaría de Desarrollo Social y tenía autoridad para denunciar la pobreza extrema y la desigualdad. Veo un México, expresó, con hambre y sed de justicia. Un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían servirla. De mujeres y hombres afligidos por el abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales.
Como si estuviera hablando en mayo 2012, Luis Donaldo denunciaba en marzo de 1994:
- Veo un México de comunidades indígenas que no pueden esperar más a las exigencias de justicia, de dignidad y progreso. Veo un México de campesinos que aún no tienen las respuestas que merecen.
- Veo un México de trabajadores que no encuentran los empleos ni los salarios que demandan. Veo un México de jóvenes que enfrentan todos los días la difícil realidad de la falta de empleo, que no siempre tienen a su alcance las oportunidades de educación y preparación. Veo un México de mujeres que no cuentan las oportunidades que les pertenecen.
- Veo un México de empresarios, de la pequeña y mediana empresas, a veces desalentados por el burocratismo, por el mar de trámites, por la discrecionalidad en el método de asignación de oportunidades por parte de las autoridades. Un México de maestras y de maestros, de universitarios, de investigadores, que reclaman reconocimiento a su vida profesional.
- Veo ciudadanos angustiados por la falta de seguridad…
Sí, Luis Donaldo Colosio Murrieta debía de morir. Esas cosas no se dicen si no se tiene ya fajada la banda presidencial. Desde donde se encuentre, seguramente Luis Donaldo Colosio sigue viendo lo mismo que veía hace 18 años.
Así se explica que, en un “debate” entre presidenciables, los candidatos a los que los encuestadores al mejor postor colocan en las primeras oposiciones, prefieran decir lo que los oligarcas quieren escuchar, danzar por peteneras o desmayarse frente al atril. El miedo no anda en burro. Para qué dar tantos brincos… si, al fin de cuentas, los árbitros oficiales u oficiosos, como en los juegos del América, ya saben en qué momento, para quién y contra quién deben sonar el silbato. El plomo duele mucho. La desvergüenza no.
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