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Más allá de la droga:
El petróleo
Tras el espeso follaje mediático que se ha sembrado frente a la guerra narca, que tiene a las puertas de México a las fuerzas armadas del Comando Norte de los Estados Unidos -cuyas cabezas de playa las montan ya activos de agencias civiles norteamericanas en territorio mexicano cercano a la frontera-, parece olvidarse el oscuro objeto del deseo del anexionismo estadunidense: El petróleo.
¿Importa realmente a Washington contener los incesantes flujos de estupefacientes que desde México satisfacen el insaciable apetito de la sociedad norteamericana? ¿Le interesa, de veras, a Wall Street clausurar los cauces de ida y vuelta por los que circulan los ríos de dólares que, rigurosamente blanqueados, le dan soporte a los mercados financieros de ambos lados de la frontera?
No olvidar que, desde las décadas 30-40 del siglo pasado, fue la Casa Blanca la que gestionó en lo oscurito la anuencia del gobierno mexicano para impulsar en territorio mexicano los cultivos de adormidera-opio, a fin de atender los requerimientos de morfina y heroína para los soldados víctimas de la guerra, cuando los proveedores asiáticos se vieron en dificultades para mantener el suministro de las mismas por el conflicto de Indochina. A mayor abundamiento, el negocio de la droga se convirtió en estrategia de Estado durante el gobierno de Ronald Reagan, que dio pie al escándalo Irán-Contra.
¿Cómo olvidar -más recientemente- que, después de la crisis financiera 2008-2010, que incubó la Segunda Gran Depresión de los Estados Unidos, los analistas más autorizados coincidieron en que las cajas de los grandes cárteles de la droga se abrieron para tratar de restablecer la estabilidad del sistema bancario internacional?
Evidentemente, no va por ahí el asunto. ¿Qué tal si el gobierno de Felipe Calderón gana su guerra contra el narco mexicano? No hay quien sostenga seriamente que ahí terminó el problema. El expediente más inmediato, es el de Colombia. Los cárteles, internacionalizados, tienen una estructura orgánica, logística y financiera, para operar de inmediato nuevos enclaves, ya latentes. No hay que ir muy lejos: Ahí está el caso de Afganistán desde que El Pentágono se instaló en aquel territorio: El opio es la fuente que compensa los desorbitados presupuestos militares que se destinan al Medio Oriente.
Pero, ¿Afganistán resolvería -por supuesto que no- la crisis potencial del suministro petrolero con el Medio Oriente en llamas, donde ruedan por el tobogán las cabezas visibles de los aliados árabes de los Estados Unidos?. Hablar de los Documentos de Sant Fe, del Consenso de Washington, de la Alianza Energética de América del Norte o del diagnóstico de inteligencia que en 2000 le prepararon a la Casa Blanca los aparatos de Seguridad norteamericanos con vistas a 2015, a fin de que los Estados Unidos conserven a cualquier costo el liderazgo mundial, es hablar de que todas esas formulaciones estratégicas tienen como centro de gravedad el Medio Oriente y la crisis del suministro petrolero. En todos esos planes, se recomienda dirigir la mirada hacia México y Venezuela.
Mientras permanezca Hugo Chávez en el poder, los Estados Unidos no cuentan en el corto plazo con la opción venezolana. Queda México, donde, por añadidura, el sector petrolero ya está bajo control de las compañías estadunidenses en un porcentaje sustancial, tope en lo que diga la Constitución mexicana.
En unos días más se conmemoran 73 años de la Expropiación del Petróleo. Recordar nomás: A unas cuantas semanas de la nacionalización de la industria, desde el otro lado de la frontera norte se sonsacó y financió la rebelión del general Saturnino Cedillo. Sólo la actitud previsora de Roosevelt -a punto de lanzar a los Estados Unidos al conflicto europeo, para lo que se requería disponer de reserva petrolera- impidió que la amenaza cedillista se escalara. Pero Calderón no es el general Lázaro Cárdenas ni Obama es Roosevelt. Con el narco, o sin él, el negro objetivo del Destino manifiesto es el petróleo mexicano. No existe ya, del lado del gobierno, ni por accidente, el principio de soberanía como recurso retórico para movilizar al pueblo contra el asedio. No obsta, sin embargo, para dejar constancia de que hay segmentos de la sociedad mexicana que no se chupan el dedo. Acaso desde ahí pueda erigirse un valladar contra la arrogancia del Coloso.
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