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Carroña como
oferta electoral
Las elecciones federales intermedias de 1997, con la elección de jefe de Gobierno del Distrito Federal como proceso recurrente, marcaron un hito en la zigzagueante historia del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Ese año, el perredismo dio un gran salto en la composición de la Cámara de Diputados federal y con la conquista político-electoral de la Ciudad de México.
En las semanas que antecedieron a esos acontecimientos, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) -seguramente enterado de los cálculos electorales previos que le eran adversos-, desató una feroz campaña propagandística contra el PRD, al que acusó públicamente de recoger la basura priista, en alusión a la deserción de prominentes cuadros tricolores que pasaron a formar filas en la organización del Sol azteca.
En este mismo espacio de la edición 257 de Voces del Periodista se comentó que la imagen de fortaleza que difundía el PRI en el estado de México parecía presentar ciertos boquetes cuando recurría presuroso a la alianza electoral con el impresentable Partido Verde Ecologista de México (PVEM) pero, sobre todo, con el Partido Nueva Alianza (Panal), franquicia de Elba Esther Gordillo Morales, expulsada años antes del PRI, que la acusó de deslealtad y traición.
Todos quieren conmigo, dijo recientemente, en entrevista televisiva, la “maestra” Gordillo Morales, alardeando de su gran versatilidad para aceptar acuerdos electorales con quienes la buscan para estos efectos, sin perturbarse por el doble sentido de esa expresión, reprobable doblemente cuando se trata de la dirigente sindical de quienes tienen bajo su responsabilidad la educación de la niñez mexicana. No es éste un rapto de mojigatería: Es sólo un dato, pero no de poca monta.
En días recientes, las crónicas periodísticas han hablado con cierto tono de alegría del reclutamiento que el PRI viene haciendo en Edomex entre la membresía del PRD, para levantar la campaña de su candidato a la gobernación de esa entidad, Eruviel Ávila, quien a cambio anuncia recompensas burocráticas a futuro a quienes desde la Ciudad de México le ofrecen carretadas de votos que se supone arrebatarán al candidato perredista Alejandro Encinas que, por lo visto, es el enemigo a vencer para el PRI en los comicios del próximo 3 de julio. Los juanitos patentados en Iztapalapa se han convertido ya en producto de exportación.
En el subdesarrollo cívico que vive México, por descontado se da que en la política, como en la guerra, todo se vale. Que, sobre sus aparentes triunfalistas fortalezas, el PRI exhiba sus debilidades poniéndose a recoger basura de los partidos de oposición -según su propia acusación de hace algunos años-, es cuestión que queda en la vida interna de los partidos, de acuerdo con su elástico régimen estatutario y su travestismo ético.
Lo que anuncia la adopción de ese tipo de prácticas electoreras, habida cuenta que el protagonista central del proceso mexiquense es, a su vez, el aspirante presidencial mejor posicionado en las encuestas para 2012, es que la sucesión del año que viene no escapará a las perversas maquinaciones que caracterizaron los procesos de 2000 y 2006, aquí donde los institutos y tribunales electorales son simples aparatos de uso al servicio de aquél o aquéllos que menos escrúpulos respetan.
Siempre que una entidad federativa ofrecía el más leve signo de que en cultura electoral algo podía cambiar, ipso facto se ganaba el título de “laboratorio de la democracia”. En este sentido, es obvio que el Estado de México no será el mejor modelo a seguir en 2012. Modelo a seguir lo será, sí, sólo por su carga de inverecundia. Y de conflictos: De esos que inundan de carroña la industria mediática.
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