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Edición 271
Escrito por CARLOS RAMÍREZ HERNÁNDEZ   
Miércoles, 30 de Noviembre de 2011 10:28

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Los costos de la crisis o el Maquiavelo

de bolsillo

Una lectura española

de Ortega y Gasset

CARLOS RAMÍREZ HERNÁNDEZ



El dato más revelador de las elecciones generales en España el próximo domingo 20 radica en el hecho de que permitirán de nueva cuenta otra alternancia partidista en la presidencia del gobierno.

Agobiado por una dura crisis económica mal conducida, el Partido Socialista Obrero Español perderá las elecciones luego de casi ocho años de gestión y el Partido Popular regresará al poder.
Lo interesante de la experiencia es que España transitará por la alternancia en medio del modelo de sistema político diseñado en 1977, luego de la muerte del dictador Francisco Franco en noviembre de 1975, hace justamente treinta y seis años. En este largo periodo, España ha tenido en la jefatura del gobierno a tres diferentes partidos: la Unión de Centro Democrático, el PSOE y el PP. Y las alternancias se han dado en ejercicios democráticos que aguantaron en 1981, inclusive, un intento de golpe de Estado del jefe policiaco Antonio Tejero.
Los mecanismos de funcionamiento de la democracia española han sido eficaces. En 1982, el PSOE instrumentó una moción de censura contra el gobierno de UCD de Leopoldo Calvo Sotelo y España tuvo que disolver el parlamento y adelantar las elecciones; en 1996, agobiado por el desgaste en el ejercicio del poder a lo largo de catorce años o 3.5 periodos cuatrienales, el socialista Felipe González fue derrotado por el popular José María Aznar, quien se fijó por sí mismo el límite de dos periodos de cuatro años para no perpetuarse en el poder; en el 2004 el PSOE ganó las elecciones y repitió la victoria en el 2008, sólo que no pudo terminar el periodo de cuatro años que vencía en marzo del 2012 y adelantó las elecciones casi seis meses.
España podría ser un laboratorio político de las elecciones en tiempos de crisis. Pero también del ejercicio personal del poder. A comienzos del 2010 el periodista José García Abad escribió un libro-retrato político del presidente José Luis Rodríguez Zapatero y ahí desarrollo la tesis del engolosinamiento del poder que siempre suele llevar, en regímenes democráticos, a la debacle: El Maquiavelo de León. Cómo es realmente Zapatero. A lo largo de los dos periodos, Zapatero eje rció el poder no para cumplir con las funciones temporales o para cumplir un programa de gobierno sino, siguiendo al Maquiavelo de Discursos sobre la primera década de Tito Livio y una lectura de El Príncipe como si se tratara de El Padrino, de Mario Puzo, sólo para conservar el poder.

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No fue una decisión propia. En varias ocasiones la izquierda socialista española se ha visto mezquina con la democracia. En 1978, cuando todas las fuerzas sociales y políticas presentaron sus propuestas para construir una democracia desde los cimientos, el PSOE entonces de Felipe González quiso eludir el significado de esa negociación. Cuando Adolfo Suárez recibió del economista comunista Ramón Tamames y del economista centrista José Luis Leal un resumen consensuado de esas propuestas, González quería que el documento se llamar sólo “minuta”; sin embargo, Tamames dijo que se trata de un pacto y que se había firmado en el Palacio de La Moncloa, por lo que Suárez promovió esas conclusiones como los Pactos de la Moncloa, un mítico acuerdo refundador de la estructura del poder.
En 1982, cuando González y el PSOE vieron debilitado a la UCD de Suárez, promovieron una moción de censura para terminar de derrumbar al gobierno. En 1996, en medio de acusaciones de corrupción, González tuvo que adelantar las elecciones y las perdió ante el PP. En el 2010-2011, el PSOE le apostó a la ruptura: ante las evidencias de una crisis económica mal entendida y la falta de decisiones de poder para salir del hoyo, Zapatero quiso agotar el periodo de la legislatura en marzo del 2012 y obligar al PP a solicitar una moción de censura; el PP, con habilidad, eludió la provocación y le apostó a su mejor carta: dejar a Zapatero en la gestión del gobierno, verlo hundirse en las contradicciones, cargar con el peso de 5 millones de desempleados y obligar al gobierno del PSOE a adelantar elecciones como una derrota aceptada con anticipación. A pesar de los efectos sociales y políticos de la crisis y de la tozudez del gobierno de Zapatero, la democracia española resistió las presiones de la crisis.
A diferencia de crisis y elecciones anteriores, las del 2011 tendrán algunos parámetros diferentes. Sobre todo tres:
1.- La peor crisis económica de Europa que ha tambaleado la existencia misma de la Unión Europea.
2.- Una crisis terminal de modelo de desarrollo en España, sobre todo por la política económica socialista.
3.- La movilización de importantes segmentos de clase media de España en la protesta de los Indignados, aunque sin una propues ta alternativa.
La protesta de los Indignados tiene varias lecturas: de una parte, la resistencia de la clase media a volverse lumpen-pequeña burguesía; de otra, el mensaje de que el desarrollo ha sido desigual y desequilibrado; y también la falta de una verdadera propuesta alternativa de los Indignados que vaya más allá de la mera protesta contra todo, una especie de movimiento antisistémico, rupturista y hasta anarquista.
En todo caso, la crisis de España ha obligado a una relectura de dos de los principales ensayos de José Ortega y Gasset, un filósofo republicano del primer tercio del siglo XX: España invertebrada y La rebelión de las masas: España parece haber perdido los acuerdos de consenso básicos y se niega a poner en práctica la inteligencia política como en el periodo 1976-1978 y las masas han perdido sus liderazgos. Lo paradójico es que el movimiento de los Indignados nació en plena crisis de gobierno del socialismo en España, cuando se supondría más localizada en gobiernos conservadores; y la incapacidad del gobierno socialista para enfrentar la crisis está llevando a España hacia la alternancia centro-derecha.

Palaciod

Pero el otro dato revelador es la existencia de una España democrática que funciona sin problemas y una España disidente que decidió tomar el camino de la confrontación callejera; las elecciones del domingo 20 no van a resolver el dilema y España tendrá que cargar con una parte ruptu rista y anarquista que desde luego que no aceptará las reglas del juego democrático. Las tendencias electorales avisan de una abrumadora victoria del centro-derecha y de un repliegue sin precedentes del centro-izquierda, pero sin que una y otra pudieran tener respuestas u ofertas para el anarquismo de los Indignados.
Las elecciones españolas van a modificar no sólo el mapa político español, sino que también tendrán efectos en el mapa ideológico del mundo. Aplastado por la crisis pero también por una mala lectura de Maquiavelo, Zapatero habrá de cargar en su biografía la gran derrota de la izquierda por su decisión de ejercer el poder para mantener el poder y no para gobernar una sociedad.
La gran prueba del pacto de la transición española que Zapatero puso en riesgo no se dará el proceso electoral sino en la capacidad del centro-derecha de solucionar la protesta social por la crisis y en la mezquindad del centro-izquierda que le pasará la factura a Rajoy del saldo electoral previsible y le dificultará los espacios para gobernar.

 

 

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