BAJO LA LUPA ALFREDO JALIFE-RAHME
“La (des)información como arma de destrucción masiva: La agonía de la verdad
HACE 15 AÑOS el mayor Ralph Peters, responsable de la “guerra del futuro” -en el Departamento del vicejefe de Estado Mayor para el Espionaje de Estados Unidos (EU)- publicó un estrujante documento Conflicto constante (Parameters, verano 1997, del Colegio de Guerra) que anticipó el papel determinante de la “(des)información”: Entramos a la época del conflicto constante (sic). La información es ya nuestra principal materia prima y el mayor factor desestabilizador (¡supersic!) de nuestro tiempo”.
Elementos del ejército estadunidense se despiden de familiares, ayer en Billings, Montana, antes de partir hacia Afganistán Foto Ap
SI EL PASADO se buscaba adquirir información, “hoy el desafío consiste en manejar (¡supersic!) la información: Aquellos que puedan clasificar, digerir, sintetizar y aplicar el conocimiento relevante ascenderán profesional, financiera, política, militar y socialmente”.
Hoy, la cúpula militar/geoestratégica de EU y Rusia se (con)centra en el poder del “arma (des)informativa”, lo cual aborda desde el punto de vista “geopolítico” Igor Panarin, cercano asesor del recién reelegido presidente Vlady Putin (ver Bajo la Lupa, 4/3/12). Del total de sus 14 libros, Panarin consagró 12 a “la guerra de información” y otros dos a la “sicología” aplicada a la “seguridad nacional”.
Peters considera que los vencedores -entre los que se incluye-“son una minoría (sic) cuando la información es tanto el motor como el significador del cambio”. Juzga que para las “masas (sic) del mundo, devastadas por la información que no pueden manejar o interpretar (sic) efectivamente, la vida es asquerosa y salvaje”. ¿Hoy la esclavitud posmoderna es apabullantemente (des)informativa?
Peters apostó que en el umbral del “nuevo siglo estadunidense” –de resonancia ideológica con el “Proyecto para un Nuevo Siglo Estadunidense” (PNAC, por sus siglas en inglés), fracasado manual de guerra de los neoconservadores straussianos en alianza con Netanyahu, curiosamente publicado el mismo año– EU “sería más rico (sic), culturalmente más letal (sic) y todavía más poderoso”, lo cual “excitará odios sin precedente”.
Podemos afirmar categóricamente, 15 años más tarde, que EU no es más rico ni más poderoso, pero que, indudablemente, su oligopolio trasnacional multimediático lo ha hecho “más letal culturalmente”.
Asevera que el mundo vive “una época de verdades múltiples (¡supersic!)”, lo cual condimenta con su paradigma neohegeliano sobre el “conflicto constante” entre amos y esclavos, que “definirá las bifurcaciones del futuro” entre “los amos (sic) de la información y sus víctimas (sic)”.
En el pasado, la “información superior (sic) –frecuentemente encarnada por la tecnología militar– asesinó (sic) a través de la historia” cuando “sus efectos solían ser políticamente decisivos pero no intrusivos a escala personal (una vez que el pillaje y la violación habían concluido)”: la “tecnología era más apta para derrumbar los pórticos de la ciudad que para cambiar su naturaleza interior”.
En medio de la “información desorientadora”, ayer “la ignorancia era dicha”; hoy “la ignorancia no es posible, sólo el error”.
Aduce en forma ominosa que la “expansión contemporánea de la información asequible es inmensurable, incontenible y destructiva (sic) para los individuos y las culturas enteras (sic) incapaces de controlarla”. ¿Se salió de la botella el genio de la (des)información en forma de bites?
Arguye que la “información destruye los trabajos y culturas tradicionales; seduce, traiciona, pero permanece invulnerable” y “aquellos que no puedan reconciliar la información con sus vidas o ambiciones estarán alienados (sic)”.
Sentencia arrogantemente que “individuos o culturas que no puedan unirse o competir con el imperio de la información de EU, solamente les queda el fracaso inevitable”.
Fustiga con entonaciones rememorativas del pernicioso “choque de civilizaciones”, de Samuel Huntington, que las “culturas no-competitivas (sic), como el islam árabo-persa o el segmento disidente de la población” de EU “están enfurecidos”, ya que “sus culturas se encuentran sitiadas” cuando “sus apreciados valores han sido disfuncionales”: el “obrero de EU y los talibanes en Afganistán son hermanos en sufrimiento”.
Abundan los “ciudadanos desechables” y los sindicatos obreros irrelevantes en medio de la “ferocidad demográfica”. Juzga despectivamente que “el hermano gemelo foráneo es el islámico o el africano del subsahara o el graduado de una universidad mexicana (¡supersic!)”. Hoy “Hollywood llega donde Harvard nunca penetró”. ¡Hollywood por encima de Harvard!
Rechaza las críticas que los “extranjeros desechables” asestan a EU cuando “el culto de la victimización se ha vuelto un fenómeno universal y es una fuente de odios dinámicos”. Cabe señalar que todavía no aparecían en el horizonte las atrocidades de militares estadunidenses en Abu Ghraib (Irak) ni la enuresis militar sobre los cadáveres afganos.
En la “revolución de la información global el efecto del video es más inmediato e intenso que el de las computadoras: si la religión es el opio del pueblo, el video es su cocaína”.
A mi juicio, aún peor que la posesión y la difusión masiva de un video letal, es su montaje deliberado.
Con bastante precisión y 15 años de antelación, previó que ya “no habría más paz” en el mundo con “conflictos múltiples (sic) en formas mutantes en todo el globo” cuando el “papel de facto de las fuerzas armadas de EU será conservar al mundo seguro para nuestra economía y abierto para nuestro asalto (sic) cultural. Para estos fines realizaremos una buena cantidad de matanzas construidas por un ejército centrado en la información, manipulando los datos para la efectividad y la eficiencia, y negando las ventajas similares a nuestros oponentes”, lo cual “requiere una buena dosis de tecnología” en los “campos de batalla urbanos y multidimensionales”.
Las “guerras emocionales” –odio, envidia y codicia– “definirán los términos de las batallas, más que la estrategia, en las que la superioridad de la información incisivamente empleada debe ser más filosa que la bayoneta”.
Se mofa de las “Casandras” que suponen la decadencia de EU, y considera que la fuerza basada en la información es un derivado de la cultura de EU, “la más triunfante de la historia”. ¿No estará confundiendo oblicuamente Peters la cultura eternal (aquello que queda después de haberlo olvidado todo, como suelen enseñarlo los franceses clásicos) con el vulgar “entretenimiento” del eje Hollywood-Las Vegas?
Alaba la destreza informática del sistema educativo estadunidense que alcanza su summum en el ejército y sus “tecnoguerreros”.
Juzga que “la prioridad número 1 de los gobiernos no occidentales en las próximas décadas será buscar términos aceptables para el flujo de la información dentro de sus sociedades”. Alega que “su fracaso está programado”.
La tesis militarista sobre el “conflicto constante” y la (des)información de Peters no dista mucho del enfoque del británico blairiano Robert Cooper (“El nuevo orden mundial y el oligopolio multimediático global”, Bajo la Lupa, 3/8/11). ¿Asistimos impotentes a la agonía de la “verdad”?
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