EN LA ACTUALIDAD, la fuente de todo el terrorismo internacional importante es la alianza imperial anglo-saudí, lo cual queda reflejado con suma claridad en el acuerdo Al Yamamah de 1985 entre Londres y Riad, el mayor fondo encubierto de los servicios de Inteligencia del período posterior a la segunda guerra mundial.
“AL YAMAMAH es el mayor fondo clandestino de dinero de la historia, amparado por la Ley de Secretos Oficiales de Su Majestad y las finanzas aún más impenetrables de la City de Londres y los paraísos fiscales extraterritoriales no regulados bajo dominio británico.”
En 1985, el reino de Arabia Saudí, en parte asustado por la guerra en curso entre sus vecinos Irán e Iraq, que había alcanzado una fase sumamente destructiva conocida como la “guerra de las ciudades”, trató de comprar una gran cantidad de aviones de combate de tecnología avanzada para reforzar su propio Ejército del Aire. Dado que la venta requería la aprobación del Congreso estadounidense, e Israel y el grupo de presión judío-estadounidense en Estados Unidos llevaron a cabo una firme campaña en contra, el rey Fahd de Arabia Saudí recurrió a Gran Bretaña para pedir ayuda.
Una alianza geoestratégica
Al Yamamah (La Paloma), una alianza geoestratégica, fue en apariencia un acuerdo de trueque de armas por petróleo, negociado primero por el príncipe Bandar bin Sultán, en aquel entonces embajador de Arabia Saudí en Estados Unidos, y Margaret Thatcher, primera ministra británica, para vender inicialmente a Arabia Saudí 40.000 millones en equipamiento militar y servicios de BAE Systems a cambio de crudo saudí. BAE, la mayor corporación militar de Gran Bretaña, inflaba alrededor de un tercio más el coste de los aviones de combate, los aviones de instrucción, los sistemas de defensa antiaérea y el servicio de asistencia técnica con el fin de blanquear las comisiones a máximas autoridades saudíes, como el príncipe Bandar. A cambio, Arabia Saudí entregó más de 600.000 barriles diarios de petróleo, “el equivalente a un superpetrolero lleno de crudo al día, a BAE, que tenía un contrato con British Petroleum y Royal Dutch Shell para vender inmediatamente el petróleo en el mercado al contado. Para los saudíes fue un negocio lucrativo. Incluso teniendo en cuenta los sobornos con los que se llenaron los bolsillos muchos príncipes saudíes y funcionarios de los ministerios, el crudo les costó a los saudíes menos de cinco dólares por barril”. BP y Royal Dutch Shell vendieron el petróleo con fantásticos márgenes de beneficio.
“Durante los veintinueve años siguientes, bajo la tapadera del acuerdo de trueque de armas por petróleo, se acumularon cientos de miles de millones de dólares en efectivo en cuentas bancarias de bancos extraterritoriales de paraísos fiscales tan infames como las islas caribeñas de británicos y holandeses, Suiza y Dubai.”
Fabulosos márgenes de beneficio
El crudo proporcionado por los saudíes se vendería en el mercado internacional al contado con fabulosos márgenes de beneficio, y esos beneficios netos obtenidos se depositarían en cuentas en bancos extraterritoriales por todo el mundo, gestionadas por testaferros de confianza y administradores. Las transacciones al contado en el mercado las realizaban Royal Dutch Shell y British Petroleum en nombre de BAE y de la Organización de Servicios de Exportación de Defensa (DESO, por sus siglas en inglés) del Ministerio de Defensa británico.
Según los datos publicados, obtenidos de British Petroleum y de la Administración de Información sobre Energía del Departamento de Energía de Estados Unidos, “durante el cuarto de siglo de vigencia del acuerdo Al Yamamah, el precio en dólares corrientes del petróleo saudí en el mercado internacional al contado estaba, en términos acumulativos, muy por encima de los 160.000 millones de dólares», cuatro veces el coste real de todo el paquete militar que BAE le entregó a Arabia Saudí.
Esta alucinante suma de dinero fue depositada en los fondos ilícitos encubiertos de Al Yamamah en entidades extraterritoriales entre 1985 y 2007. Antes de utilizarse para financiar actuaciones como la guerra de Afganistán, esos fondos fueron a su vez invertidos en lucrativas y especulativas operaciones de fondos de cobertura de dinero negro con los que se obtuvieron enormes beneficios.
En palabras de Jeffrey Steinberg, “los saudíes han forjado una alianza clave con la oligarquía financiera angloholandesa, con sede en la City de Londres y protegida por la Corona británica. Asociados con BAE Systems, Royal Dutch Shell, British Petroleum y otros gigantes de la City han establecido una concentración financiera privada, secreta y extraterritorial que habría sido la envidia de los gerentes de la Compañía Británica de las Indias Orientales en otra época de esplendor previa del Imperio británico.
“Resulta imposible calcular el efecto multiplicador de la parte de esos fondos secretos no regulados que pasó por los fondos de cobertura en las islas Caimán, la isla de Man, Gibraltar, Panamá y Suiza. Lo que está claro es que el escándalo de BAE Systems va más allá de los dos mil millones de dólares que supuestamente fueron a parar a los bolsillos del príncipe Bandar en concepto de sobornos. Este escándalo pone directamente de manifiesto el poder de las finanzas angloholandesas”.
Negocios poco convencionales
El escritor William Simpson, un británico que fue compañero del príncipe saudí Bandar bin Sultán en la escuela militar, escribió la biografía autorizada del príncipe en 2006, The Prince: The Secret Story of the World’s Most Intriguing Royal (El Príncipe: la historia secreta del miembro de la familia real más intrigante del mundo), en la que relata que, “a pesar de que Al Yamamah constituye un modo muy poco convencional de hacer negocios, sus lucrativos beneficios indirectos son subproductos de un objetivo totalmente político: un objetivo político saudí y un objetivo político británico. Al Yamamah es, ante todo, un contrato político. Negociado en el apogeo de la guerra fría, su estructura única ha permitido que los saudíes compren armas en todo el mundo para financiar la lucha contra el comunismo”.
El acuerdo de trueque de armas por petróleo entre BAE Systems y el reino de Arabia Saudí da una perspectiva útil del modus operandi de la oligarquía financiera internacional, principalmente anglo-holandesa. “La oligarquía es básicamente una organización delictiva privada que se extiende por todo el mundo, operando a través de una red de organismos gubernamentales, organizaciones privadas y empresas e instituciones financieras tanto del sector público como privado. Algunas de estas asociaciones han salido a la luz pública, mientras que otras son secretas.
“El papel histórico del Imperio británico en el comercio de opio en Asia es un buen ejemplo de cómo funciona la oligarquía. Los británicos utilizaban Hong Kong como base de operaciones y se valían de empresas comerciales escocesas como Jardine Matheson para transportar el producto y mediar con The Hongkong and Shanghai Banking Corporation (ahora HSBC) para gestionar los prodigiosos flujos financieros. Al ser una colonia británica, el gobierno de Hong Kong lo dirigía la monarquía británica, pero el poder estaba en manos de la Compañía Británica de las Indias Orientales y de otros intereses privados que controlaban a la monarquía británica y al Imperio, y el método por el que se administraba, y se sigue administrando, este poder era el veneciano.” Y ha sido ese escándalo el que ha permitido financiar a través de fondos ilícitos en entidades extraterritoriales una gran cantidad de guerras oportunistas que han beneficiado en gran medida al Imperio.
Esos fondos ilícitos en entidades extraterritoriales han financiado casi treinta años de terrorismo y golpes de Estado a escala global, cuyos inicios se remontan a los años setenta, coincidiendo con el patrocinio británico y estadounidense de los “muyahidines” afganos que dio lugar a Al Qaeda y a todas las demás ramas de los Hermanos Musulmanes que ahora imponen un reino del terror en el mundo islámico, África, Europa y América.
Dinero para guerras
El dinero de Al Yamamah puede encontrarse en la compra clandestina de los artefactos explosivos rusos utilizados en la expulsión de las tropas de Gaddafi desde el Chad. También puede verse su rastro en las armas compradas a Egipto y otros países, y enviadas a los muyahidines afganos que luchaban contra las fuerzas de ocupación soviética, por no mencionar el infame escándalo Irán-Contra de intercambio de armas por rehenes, la canalización de armas de fabricación soviética a guerras secesionistas en África, así como los conflictos de los años noventa en los Balcanes tras el colapso de la Unión Soviética y el pacto de Varsovia.
El fondo ilícito anglo-saudí vinculado al contrato Al Yamamah se convertiría en una de las mayores fuentes de financiación de la guerra afgana contra el ejército soviético, quizá superado tan sólo por el tráfico de opio y heroína en Afganistán y Pakistán, que empezó a la par que la lucha de guerrillas de los muyahidines en 1979.
Tras la guerra de Afganistán (1979-1990), decenas de miles de esos combatientes reaparecerían más tarde en lugares tan remotos como Argelia, Libia, Siria, el Yemen, Somalia, Eritrea, el Chad, Malí, Sudán, Nigeria, Filipinas, Iraq, Tailandia, India, Indonesia, Bangladesh, Sri Lanka, Pakistán y Arabia Saudí como insurgentes islamistas, entre ellos miembros de Al Qaeda y el ISIS.
Por supuesto, ninguna guerra podría gestarse sin gente clave que engrasase los engranajes de la operación. Es en este punto donde mejor puede apreciarse el papel que Arabia Saudí ha desempeñado tradicionalmente a la hora de facilitar, financiar, proteger y beneficiarse del terrorismo internacional. Nada de esto habría sido posible si los gobiernos británico y estadounidense no hubieran intervenido activamente en el proceso y en el encubrimiento.
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