LA ÉTICA DEL PERIODISMO
Por: Daniel Stulin
EL CONFLICTO NUNCA PUEDE SER EXPLÍCITO en el inextricablemente embrollado mundo aristocrático de la política americana. La pregunta que los medios de comunicación americanos deben cuestionarse es: ¿qué significa ser “imparcial”?
LAS EMPRESAS de los medios de comunicación cuyos presentadores llevan puesto el pin con la bandera americana, que escayolan sus programas con imágenes patriotas, están tomando partido -sobre todo- cuando ofrecen poco o nada de tiempo de sus programas en directo a las críticas o a los disidentes. Seguramente es posible sentirnos orgullosos de nuestro país y, al mismo tiempo, peracticar la democrática tradición de apoyar el derecho sagrado a disentir. El diálogo político es fuente de nuevas ideas, nuevas energías y nuevos caminos. El objetivo principal del periodismo debe ser la primera palabra, y no la última, sobre las ideas y prácticas que siguen cambiando el mundo.
Ha llegado la hora de que los medios de comunicación, organizaciones periodísticas y grupos de ciudadanos, tomen la iniciativa y demanden que la prensa libre tenga derecho a cubrir las guerras y las agendas domésticas e internacionales como debe hacerse. Si los ciudadanos tienen el derecho de saber; si la niebla de guerra, tan a menudo citada, ha de ser despejada, entonces los medios de comunicación deben hacerse oír. Y la ciudadanía tiene que presionarles para que lo hagan.
El cinismo, la arrogancia y la brutalidad con que el Estado Profundo está liderando el mundo han provocado una hostilidad global profunda. La mayoría de los periodistas de televisión, a su vergüenza, han demostrado poco interés en este crimen ignominioso. Se empotran con el Ejército americano y participan en conferencias de prensa preparadas y guionadas de antemano por la Casa Blanca, oscureciendo lo obvio e innegable en sus reportajes, sea el supuesto asesinato de Osama bin Laden, la cobertura sensacionalista de los crímenes contra la humanidad en Siria o los excesos de sus propios políticos. ¿Qué es lo que ha pasado con el balance moral del periodismo americano después de 11 de septiembre? No hay que olvidar que los derechos se protegen no con leyes, sino con la consciencia social y moral de la sociedad.
Las manifestaciones antiguerra en los EEUU durante la última década han sido las más numerosas desde las protestas contra la guerra de Vietnam en los años 70. ¿Por qué, entonces, los medios de comunicación han sido tan lentos y reacios a cuestionar la política cuando muchos ciudadanos se han mostrado dispuestos a hacerlo?
Si algo bueno ha salido de la guerra de Vietnam, es la comprensión de que los corresponsales de guerra deben transmitir imágenes completas: mostrar los cuerpos y contar los ataúdes; salir del pool periodístico y despreciar las sensibilidades de lo general. ¿Debe nuestro derecho a saber suplantar a los convencionalismos establecidos de buen gusto y decencia, a la delicadeza política e, incluso, al ‘interés nacional’? ¿Deben los corresponsales de guerra enfocar las cámaras de los informativos en las víctimas civiles en vez de en los ejércitos: mostrar el horror sin distinción de la guerra -ahora tienes dos piernas, boom, ahora ninguna-?
En realidad, la causa inmediata de un reportaje comatoso es lo que se llama en broma la “cultura periodística” americana. Si los Rupert Murdochs y los CNNs de este mundo son los pastores del nuevo orden mundial, deben este éxito a la reproducción de ovejas dóciles: editores y periodistas satisfechos con masticar, digerir y, finalmente, reimprimir una dieta diaria de las notas de prensa elaboradas a medida por la Casa Blanca e historias enlatadas por los oficiales y operarios de corporaciones de relaciones públicas afiliados al gobierno.
En un mundo materialista en el que los exhibicionistas se sienten atraídos hacia el periodismo y hacia el mundo del espectáculo (¿hay alguna diferencia?), los periodistas se censurarán a sí mismos para complacer los supuestos intereses de sus propietarios y, a menudo, con la sagacidad del esclavo, conseguirán contentarles. El ser una persona de principios, honesta y digna representa pocas ventajas para la codicia. La primacía materialista es el dinero y el dinero es el rey.
Y hablando de la naturaleza humana: el poder corrompe. Corrompe a aquellos que lo ejercen. Y corrompe a aquellos que buscan formas de influir en aquellos que lo ejercen. Los medios de comunicación hace ya mucho tiempo que se han hecho socios del mundo de la élite. La prensa libre es un mito cuando la gente poderosa la controla. Solamente cuando mucha gente “pequeña” la posee, es cuando la prensa verdaderamente independiente, fundamentada en nuestro “derecho a saber”, será posible. Esto es un argumento potente a favor de las bitácoras.
En el mundo orweliano del periodismo actual, donde una nueva forma de rectitud política enmarca cada declaración, el lenguaje se contrae. Como el objetivo del pensamiento totalitario es controlar que la expresión de una “impropiedad política” resulte imposible, el propósito final de esta Nueva-Lengua-Neoconservadora es la abolición de muchos términos habituales. En este contexto, las palabras se usan no para debatir puntos de vista, sino para impedir y acabar con la discusión.
Los ciudadanos sólo pueden comprender con profundidad una idea sobre cualquier tema, sea grande o pequeña, si viven en un ambiente de información ir-restringida y se ofrece la más amplia gama de conocimiento potencial. En la cima de cualquier sociedad democrática, los políticos son “llamados a declarar” ante la opinión pública y se previenen las tiranías dando a conocer a la sociedad los fracasos estrepitosos y los abusos de poder.
Ésta es la razón principal de la ineludible existencia de la prensa libre, con todas sus imperfecciones manifiestas. Éste es el motivo que ha llevado a los dictadores, oligarcas, juntas, emperadores, jeques, reyes y demás tiranos a lo largo de la historia, a censurar y asfixiar la diseminación libre de información y opinión.
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