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Edición 407
Escrito por Jorge Guillermo Cano   
Domingo, 02 de Agosto de 2020 10:25

 40710

APUNTE

DE CAL Y DE ARENA

Jorge Guillermo Cano

NO ES COSA de apoyar o no esto o aquello, ni de fanatismos o adhesiones incondicionales, de un lado y del otro; sea por factores que es muy difícil erradicar, que tienen que ver con dinámicas incluso históricas, con los vicios y desviaciones del sistema, particularmente agudizados en gobiernos anteriores, el hecho irrebatible es que la corrupción en México permanece prácticamente igual que antes.

Lo que tenemos es un fuerte discurso en contra de la corrupción y la enunciación de una voluntad expresa para combatirla, pero hasta ahora solamente es una cuestión declarativa. El fondo, y muchas de sus formas, permanecen inalterables. Ni caso en negarlo.

No se ha reducido la corrupción y la voluntad de erradicarla, sobre todo desde la máxima jefatura nacional, no ha dado los resultados que, con frecuencia, se enarbolan como si realidad fuera.

El costo de la corrupción

Es necesario ponderar en su correcta dimensión lo que, con base en indicadores confiables, afirma el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi): datos del año pasado (en una tendencia que permanece) muestran que no hay “una menor incidencia de esta práctica (la corrupción) ni una reducción de los costos para los ciudadanos derivados de ella”.

Durante el año pasado, se calcula que “el costo por la corrupción para los ciudadanos que acudieron a realizar algún trámite o solicitar un servicio en una oficina pública fue de 12 mil 770 millones de pesos, 64.1 por ciento más que en 2017”, revela el Inegi.

Ese costo, por ciudadano, asciende, en 2019, a tres mil 822 pesos, 56 por ciento más que en 2017.

Si se integran otros indicadores, aparte del sector público, el costo para cada mexicano es mucho más alto y se podría triplicar.

Con la mano del gato

Hace unas semanas, Manuel Bartlett fue enfático: se trata de que “se terminen la simulación y el fraude que cometen las empresas privadas dedicadas a generar la llamada energía limpia”.

El director de la CFE afirmó que “esas compañías no sólo se benefician al no pagar el transporte de la luz ni el respaldo en sus constantes fallos en el suministro, lo que les ahorra miles de millones de pesos al tener un servicio itinerante, sino que además han incurrido en un ilícito al presentar como socias a otras corporaciones, que en realidad son sus clientes”.

Así las cosas, la CFE presentó la exigencia, ante la Comisión Reguladora de Energía (CRE), de que se termine con lo que fue calificado como “un robo” cometido “por las grandes empresas del país como Grupo Salinas, Oxxo, Walmart, Soriana, Peñoles, Cinépolis y Kimberly Clark, entre muchas otras”.

Esas empresas “pagan precios muy bajos por la electricidad que consumen, ya que simulan ser socias de Iberdrola, de Enel Energía, American Ligth and Power y otras dedicadas a la generación eléctrica, lo que les permite utilizar gratuitamente la red eléctrica, como lo hacen las propias trasnacionales, que tienen plantas eólicas y fotovoltaicas”.

Parar tropelías

Aún más, Bartlett afirmó que las empresas privadas dedicadas a generar energía eólica y fotovoltaica “tampoco desembolsan ni un centavo en el respaldo que les proporciona la CFE”, se establecieron “donde se les dio la gana, sin planeación alguna, y por eso, cuando no hay viento ni energía solar, dejan de generar el fluido”.

La red se puede modernizar, agregó, “pero no gratis. El que venga a hacer negocio aquí tiene que pagar lo que cuesta la transmisión, la distribución y el respaldo, no tenemos por qué seguir subsidiándolos”.

La crítica, y la denuncia, es contundente: “no es un mercado eléctrico, es un atraco, una jauja para los inversionistas que se han apoderado de los grandes consumidores, de forma ilícita, a base de tropelías”.

Por ejemplo, denunció Bartlett, “es indignante que Iberdrola simule ser socia de las 18 mil tiendas de la cadena Oxxo, que mantienen prendida la luz día y noche, cuando son realmente sus clientes. Lo mismo sucede con Walmart o con Kimberly Clark, la empresa de Claudio X. González”.

Así las cosas, lo que procede es documentar sin sombra de duda lo que viene sucediendo y poner orden. Esperemos que se haga.

En la otra cancha

Mientras esa intención es del todo recuperable, no es posible ignorar que la CFE tiene que revisar lo que viene sucediendo con sus tarifas, las formas arcaicas en que procesa sus cobros, los cortes en el servicio, la mala atención y la burocratización excesiva.

Son cuestiones que también deben ser corregidas, atendiendo la realidad en lugar de justificar acríticamente lo injustificable, como lo hacen algunos y algunas diputados que carecen de objetividad, ausentes de la sensibilidad que sus representaciones exigen. Vamos a ver.

El infumable burocratismo

La modernidad, ya se sabe, es ante todo una actitud mental. Se pueden tener mil artefactos y adelantos tecnológicos, pero si la mentalidad sigue siendo retrógrada, de nada sirven.

Es lo que sucede con la burocracia en prácticamente todos los espacios públicos, incluyendo instituciones y organismos donde, se supone, hay mayor apertura y preparación para el trato civilizado.

El síndrome de la antesala afecta a muchos ciudadanos que se ven obligados a acudir a las oficinas de funcionarios que, para empezar, con o sin pandemia, rara vez están en sus espacios para cumplir con la obligación de atender al público que paga sus muy altos salarios.

Lo común es que esos funcionarios públicos anden, en casi todo momento, a la cola de sus jefes, haciendo de porristas y perdiendo miserablemente el tiempo que debieran dedicar a atender los asuntos propios de su función.

La culpa es compartida: de la punta de lambiscones que se montan en el cabuz de lo que sea y de sus jefes, que requieren del aplauso fácil, de la alabanza inane.

Debería prohibirse esa práctica y obligarlos a la atención ciudadana, como lo mandata la Constitución General de la República. Acabar con ese cortesanismo ramplón que raya en la vulgaridad y es un atentado a la civilidad.

En el tintero

-En efecto, La Haine (El Odio, película francesa dirigida por Mathieu Kassovitz, estrenada en 1995) sigue vigente, sin asomo de duda. No solo en Francia, el resto de Europa y Estados Unidos, sino en todo el mundo. Ilustra la inhumanidad que no se resuelve, que no se va y parece no tener remedio. Lo estamos viendo a diario en todas partes.

         -Quien haya estado en el llamado "primer mundo" (que deja de serlo en cuanto lo ves de cerca) sabe que el racismo está ahí, no se va. Lo mismo en Estados Unidos que en Europa, incluso en Asia. También en Latinoamericana, de los que se sienten superiores a los demás.

         -Los cobros atrabiliarios de la CFE, los cortes del servicio si no se cubre la tarifa fraudulenta. La misma historia de siempre con el gobierno de antes y ahora. ¿Amparos? De nada han servido, que no le hagan al loco esos diputados.

-Caos, confusión, información sesgada o falsa, un sistema de salud a todas luces ineficiente, plagado de carencias y con los mismos vicios de siempre, configuran una problemática que rebasa al coronavirus.

         -“Respira y cuenta hasta diez” reza el slogan simplón del gobierno federal con el que, pensaron los ocurrentes, se puede “reducir” la violencia intrafamiliar, agudizada por el mal planeado confinamiento.

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