POR ESA PERVERSA LÓGICA que mueve al mercantilismo disfrazado de neoliberalismo, cada acción de las naciones subyugadas en busca de su liberación es respondida con una bestial reacción de los poderes económicos establecidos, que no paran mientes para mantener su dominación sobre las culturas originarias, sobre todo en los países del sur. “Neoliberalismo”, desde esa óptica, no es más que un colonialismo recalentado.
A finales de mayo pasado, en el remoto territorio de Puno, Perú, se realizó la Cuarta Cumbre Continental de Pueblos Indígenas de América, para analizar alternativas al modelo neoliberal, que en nuestra región se sustenta en el saqueo de los recursos naturales que la milenaria historia, y aun la Corona española, escrituró a las naciones nativas, así la encomienda haya conculcado ese derecho.
Las deliberaciones en ese encuentro derivaron, según las pocas crónicas difundidas en México, en un desafío a los intereses que representan las corporaciones trasnacionales que, aupadas por sedicentes gobiernos “nacionales”, no cesan en el despojo de territorios a las poblaciones que, en el caso, son mayoritariamente indígenas. En un tono sublevado, no pocos de los cinco mil delegados participantes apoyaron iniciativas para la expulsión de esas empresas “que han depredado nuestra naturaleza”, aunque otros, en una posición realista, propusieron la negociación con las representaciones de dichas entidades. Estos últimos alegaron que una situación de confrontación con las trasnacionales podría tener efectos negativos y generar niveles de fuerte represión contra el movimiento indígena americano. (30-V-2009.)
Puno, donde se realizó la alertante cumbre comentada, repetimos, es territorio indígena del Perú. Este país es gobernado, en un segundo mandato, por Alan García. Su primer gobierno emanó de las elecciones de 1985 bajo las banderas de la Alianza Popular Revolucionaria de Americana (Apra), partido político fundado en 1924 por Víctor Raúl Haya de la Torre, con un programa de corte socialista-antiimperialista. El tímido seguimiento de esta tendencia mereció la satanización imperial de aquel gobierno, que puso bajo persecución a Alan García, quien regresó al poder convertido al neoliberalismo.
Pues bien, antes de que se cumpliera una semana de efectuada la cumbre, en el departamento de Amazonas, Perú, contingentes indígenas bloquearon una carretera como continuación de un movimiento de huelga iniciado en abril, que alcanzó los departamentos de Amazonas, Cusco, Loreto, San Martín y Ucayali, para exigir la derogación de una serie de leyes promulgadas por el gobierno de Alan García para atraer inversión privada hacia esas zonas, abundantes en petróleo y gas.
Esta ocasión, Alan García respondió desproporcionadamente con metralla contra los protestantes, cuyo saldo inicial fue de 33 muertos y 113 heridos, que en días posteriores aumentó en número de víctimas. La ciudad de Bagua, uno de los epicentros del conflicto, fue escenario de quema de edificios públicos y saqueos. “Yo quiero responsabilizar al gobierno del presidente Alan García por ordenar el genocidio. Ellos nos están tirando balas como animales”, denunció uno de los dirigentes nativos de la movilización, Alberto Pizango.
El domingo 7 de junio, La Jornada publicó un artículo (Perú: los indígenas contra el Estado y las compañías petroleras) con crédito a Yvon Le Bot, director de investigación del Centro de Investigación Científica de París, y Jean Patrick Razon, director de Survival International, movimiento mundial de apoyo a los pueblos indígenas, en el que los autores sostienen: (los) enfrentamientos son resultado de un conflicto entre indígenas de la selva y el gobierno de Alan García, a causa de la explotación de las riquezas petroleras. Inmensas reservas han sido descubiertas en años recientes en la región. Un “milagro”, según el presidente García, que multiplica iniciativas favorables a su explotación por las empresas extranjeras, incluido Perenco, un grupo franco-británico. Esto tiene consecuencias trágicas para las comunidades de cazadores recolectores que obtienen sus recursos del bosque y de los caudales de agua.
Advierten Le Bot y Razon: Esto que pasa en Perú es una ilustración dramática de un problema que se ha hecho crucial en toda América Latina: La explotación del subsuelo y la devastación del medio ambiente en detrimento de los pueblos autóctonos y de la biodiversidad. En Brasil, Chile, Colombia, Guatemala… los grupos indígenas de oponen a las empresas de explotación de recursos petroleros, mineros o forestales. En Ecuador, las comunidades amazónicas abrieron un proceso histórico contra la empresa trasnacional Texaco, que ha provocado un verdadero desastre ecológico en una vasta región.
El rescate informativo de aquel criminal suceso peruano no es, en México, la recreación de un simple tópico, por trágico que resulte: Es una grave advertencia sobre las tentaciones que animan a nuestros próceres neoliberales, hoy pintados de azul. Desde el gobierno de Ernesto Zedillo hay un plan para tomar por asalto las zonas petroleras pobladas por nuestros indígenas, depositarios históricos de un tesoro de biodiversidad irrepetible en otra regiones de México. El Sur también existe, se llama la carta de navegación que ha tenido como primer tramo el Plan Puebla Panamá. En estricto rigor, la pretendida etapa culminante de ese proyecto depredador se condensó en la hasta ahora parcialmente fallida reforma energética promovida por el calderonismo.
Los ensayos del Estado de excepción que ha venido practicando el gobierno de Felipe Calderón, primero con el fracasado combate al narco y más recientemente con la prefabricada psicosis de la pandemia porcina, indican que todo el tremendismo que pueda contener esa advertencia no es exagerado, ni casual ni gratuito. Aun sin promulgarse en sus términos las reformas a la Ley de Seguridad Nacional pedidas al Congreso de la Unión en abril pasado, con el Senado como cámara de origen, el gobierno las ha aplicado de facto, con más intencionalidad en las últimas semanas, que se asocian a la promoción del voto del miedo en las elecciones de julio próximo. Colofón: Sobre aviso, no hay engaño.
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