El pueblo por el pueblo
"China nos ofrece una moraleja, la de que si nuestros ‘gobernantes’ pensaran en México y fueran inteligentes no podrían soslayar que el capitalismo estadunidense está siendo financiado por el comunismo; su viabilidad misma depende de éste". Radamés Palacios
I Don Radamés, autor del epígrafe de la entrega de hoy, no anda errado en su apreciación. Y es que, en efecto, el Estado chino es el único que no ha sufrido los embates de la crisis global que estruja con severidad al capitalismo y sus vertientes y expresiones. Esa crisis -que en México se ha multiplicado en todos sentidos dada la condición neocolonial de la economía mexicana con respecto a la de Estados Unidos manifiesta en la adhesión al neoliberalismo antisocial- es causal, por añadidura, de grandes peligros sobre la humanidad. Esos peligros se representan en hambrunas, incertidumbre y la desesperanza (y su vástagas primogénitas, la inestabilidad social y política y la ingobernablidad), epidemias y pandemias, desintegración de Estados, guerras etcétera. Esa anomia mundial -que tiene a la humanidad al borde del colapso de sus estructuras y superestructuras societales- configura ironías macabras y paradojas no eximidas de lobreguez: el odiado comunismo es hoy el salvador del odiador. El mismo Lucifer -el Mal- está salvando del infierno al Bien . Tal sería la moraleja. Ello sería maniqueamente inconcebible en la psique colectiva de los adherentes a las religiones cristianas devenidas del monoteísmo judaico. La causales de ese verismo -que antojaríase contradictorio en el contexto de la cultura etnocentrista occidental- son, a nuestro ver, simples y, por lo mismo, nítidas: el comunismo no es lo que en la cultura del poder del capitalismo se dice que es.
Mas el tema de ésta entrega no es el de la singularidad de la contradicción comunismo-capitalismo enunciada por el leyente Palacios, sino otra frase de su autoría en la misma sentencia epigráfica: los atributos de nuestros gobernantes.
I En efecto, los gobernantes de México, si fueran, como conjuga don Radamés, inteligentes y además pensaren en México y no solamente en sus intereses personales o los de su grupo de poder económico o político, no harían lo que hacen y han hecho. Cierto, sin duda. Pero esos gobernantes son una proyección de nosotros mismos, independientemente de las formas y los estilos y vías que existen en México para investirlos de nuestra representación en el poder político del Estado. Dirìase de otro jaez que esos gobernantes -o como los alude el leyente Palacios, "gobernantes"- han sido investidos como tales porque los mexicanos lo hemos permitido, por las razones que fuesen y fueren y hayan sido y serían.
No en vano adquiere sentido un antiquìsimo axioma forjado por la experiencia histórica de la Revoluciòn Francesa y, aun antes, de los pensadores europeos que formularon las tesis del contrato social: sólo el pueblo puede salvarse a sí mismo.Dicho axioma, subráyese a la pasada, ha sido traído a un primer plano de atención pública por Andrés Manuel López Obrador, abanderado de no pocos mexicanos inconformes y preocupados. Sólo el pueblo puede salvar a México, sostiene. La experiencia histórica es implacable. Sólo el pueblo puede salvar al pueblo, proclamaba Robespierre. Marat elucidaba ese aforismo con más ornamentos retóricos: "el que manda, el pueblo, puede mandar que se haga lo que se tiene que hacer para salvarse a sí mismo. Pero ello plantea un dilema: el mandante, el pueblo, puede actuar ordenándole a sus mandatarios -sus gobernantes- que piensen cómo salvarlo y que se den pronto a la obra. En México no ocurre así. ¿Por qué? Porque los mandatarios -los gobernantes, servidores del que manda, el pueblo- una vez investidos de mandataridad representacional, se convierten en un poder que pierde de vista su origen y crea intereses propios, ajenos, por lo general, al de sus mandantes.
III Ese mismo poder, una vez que perdió de vista su origen y creó intereses propios, extraños históricamente al de su mandante, el pueblo, crea mecanismos para perpetuarse transgeneracionalmente. Sus personeros prosperan en esa distorsión. México es un caso puntual, de libro de texto de ciencia política incluso. Los personeros del poder político carecen de inteligencia como conjunto -o "clase" o cuerpo"- de y patriotismo. Piensan, por supuesto, en México.
"Si me va bien a mí, le irá bien a México", es el silogismo filosófico, en vez del más práctico: "Si le va bien a México, me irá bien a mí". Esa es la diferencia central entre las cosmovisiones capitalista y comunista.Sí, piensan en México, pero lo hacen a partir de premisas determinadas por un individualismo egoísta y, por ende, antisocial, digamos que sin valores sociales o comunitarios, e.g., anticomunitarios, antisociales. Anticomunismo, pues.
En el capitalismo, ese enfoque filosófico justifica que unos cuantos poderosos se apropien de la plusvalía -riqueza- creada por otros mediante el trabajo individual y/o colectivo. Los creadores de esa riqueza son, a su vez, bienes de consumo o uso en un mercado. Esto nos devuelve a China -cinco mil años de civilización- y al por qué no creemos que nuestros gobernantes son inteligentes o patriotas o piensan en México. Los chinos han experimentado; nosotros no. Ensayo y error. Aquí queremos las cosa hechas por otros.
Y hechas -muy mal hechas- las tomamos: la forma de organización económica y política, por ejemplo, fue diseñada en EU e impuesta con el contubernio (y ganancia) de nuestros gobernantes. Nos estamos dando cuenta de que éstos son nuestros enemigos. Y así como trajimos al enemigo y lo instalamos en nuestra casa, México, lo podemos expulsar e ir más allá, más lejos: crear nuestra propia forma de organización económica y política, social, comunitaria, diseñada por nosotros mismos, no por otros.El pueblo, pues, es el que puede salvar al pueblo. Sólo los mexicanos podemos salvar a México. Los chinos sólo piensan en China. Colectivamente. En su sociedad. En su comunidad. Debemos pensar así
Glosario: Anomia: fenómeno devenido de que la estructura de una sociedad se desarrolla a un ritmo muy diferente al de la superestructura, siendo no obstante la primera la que determina el desenvolvimiento de la segunda. Falta de correspondencia entre las normas sociales y las conductas individuales y/o colectivas. Estructuras: en sociología, conjunto de relaciones internas y estables que articulan los diferentes elementos de una totalidad concreta. Roger Bartra define que éstas relaciones interna s y estables determinan la función de cada elemento y contribuyen a explicar el proceso de cambio de la totalidad. Superestructuras: en sociología, conjunto de instituciones cuya función es la de cohesionar a la sociedad y la cultura en torno a la base económica y de asegurar la reproducción de ésta. La superestructura está formada por el Estado, el entramado jurídico, los centros educativo, la iglesia, los partidos políticos, etcétera. Lecturas recomendadas: Para comprender la historia, de George Novac.Fontamara.
La patria está encinta...
"Calderón está ausente (...) ¿Qué hace? (...) Es un misterio". Francisco Rodríguez en su columna "Índice Político" (23/XI/09), que tituló "¿Hay alguien ahí?".
I En su discurso del domingo 22 en el zócalo del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador -a quien sus millones de partidarios consideran el mandatario legítimo de México- habló del imperativo de una "revolución de las conciencias" para para que el pueblo, según afirmó, salve al Estado. Ese aserto tiene un telón de fondo -el nonagésimo aniversario de la convocatoria de Francisco I. Madero al pueblo de México a levantarse en armas y derrocar al gobierno de Porfirio Díaz- que antójase a propósito y, sin duda, pertinente, pues las causales de la Revolución Mexicana no han sido atendidas y, por añadidura, se han agravado exponencialmente. Esa agravación es objetivamente discernida no sólo por aquellos que en la academia y los entes estadísticos del propio Estado mexicano, entrenados en el uso de metodologías precisas, sino también, principalmente, por los damnificados, los pueblos de México, en particular los estratos y clases sociales más vulnerables de éstos.
Sin embargo, esa realidad no parece haber sido registrada a cabalidad por los personeros panistas y priístas (y sus paleros) del poder político del Estado mexicano, en particular la vertiente ejecutiva que tiene como representante espurio al señor Calderón. Éste parece ignorar la realidad, viviendo en catanonia, como bien dice el muy acreditado colega don Francisco Rodríguez. En ese telón de fondo de lo que no pocos identifican como la gran tragedia mexicana, el señor Calderón habló hace un par de días, al conmemorar la convocatoria maderista, de dictar preceptiva y prospectivamente lo que los pueblos de México deben hacer: en 2010: transformar al país con "intensidad revolucionaria".
Ello induce al parangón filosófico y, desde luego, práctico: cotejar las propuestas de don Andrés Manuel con las de don Felipe. A nuestro ver, la comparación dejaría mal parado al michoacano y bien posicionado al tabasqueño desde la perspectiva estricta de lo propositivo y la precisión. Empero, pensaríase que a don AMLO le faltaría abrevar en Morelos y Zapata para dar un paso más. ¿Y cuál sería ese paso? La respuesta requiere un proemio en el cual sean elucidados (1) el concepto mismo de revolución visto desde su historicidad -apreciada ésta mediante las herramientas del historicismo-, y (2) la noción del fenómeno revolucionario sobre el que se inspira la definiciòn elaborada por las ciencias políticas y sociales. Rebelión no es revolución. II Para una comprensión precisa del vocablo revolución considere el caro leyente la didáctica del concepto. Una revolución es el movimiento que describe un cuerpo al girar sobre su eje, por lo que su parte superior se coloca abajo. Las expresiones "motor revolucionado" o "revoluciones por minuto" nos hablan de una aceleración. Por analogía, en el campo de la política llámase revolución a la transformación profunda, violenta, acelerada e irreversible de la organización del Estado que subvierte totalmente las estructuras societales y, desde luego, su superestructura, constituida ésta última por instituciones cuya función es la de cohesionar a la sociedad y la cultura en torno a la base económica. Y no sólo eso. La superestructura de la sociedad tiene también por función importante asegurarse la reproducción de la base económica. Ésta, como sabríase bien por la documentadísima experiencia histórica de la humanidad, no es necesariamente favorable a los intereses sociales, como ocurre trágicamente en México. Aquí, la base económica es francamente antisocial. Ello, que es un verismo dramático para la inmensa mayoría de los mexicanos, no lo es para los personeros panistas y priìstas (y sus paniaguados y paleros) del poder político del Estado. De hecho, fue el PRI el autor de la orientación antisocial de la base económica, guiado de la mano por Miguel de la Madrid, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y el señor Calderón. ¿Por qué lo hicieron? La historia lo descubrirá. Pero es anticipable sospechar, dados ciertos indicadores, que el móvil de esos mandatarios de México no tenía nada que ver con el amor a la patria, sino al poder y al dinero o simplemente, como en el caso del señor Fox, también por su diagnosticada demencia; ésta parece afectar ya a su sucesor. Don Felipe -quien para todos los efectos prácticos ya ha abdicado de su investidura, de por sí considerada espuria a la luz del dictamen del Tribunal Electoral contradictorio y amañado que lo ungió mandatario- es un epítome emblemático de la naturaleza volátil de las condiciones orgánicas y coyunturales que detonan un proceso revolucionario. A nuestro ver, ese proceso está detonando: se ha iniciado, pues, aunque la ciudadanía rechace al parecer lo que se entiende por vía revolucionaria pues ésta sólo es transitable, según nuestra propia experiencia histórica, mediante la violencia. Ello defínese en contradicción: ya hay violencia; estamos rodeados de violencia. La opresión es violenta. Ítem más: según fuentes del mismísimo poder político del Estado mexicano, en los últimos tres años han sido asesinadas 16 mil y pico de personas; de ese total, nueve mil y fracción se registraron tan sólo en 2009. Si eso no es violencia, tendríamos que revisar la definición de ella. A ello súmanse las otras formas de violencia: la económica, la política, la cultural. III ¿Temor a una violencia revolucionaria? Lo que en realidad se teme no es la violencia, sino a la revolución misma; al cambio de fondo, profundo, de los términos estructurales de las correlaciones entre los diversos componentes del contexto económico, político y social ocurriente. Se teme, además, a la violencia de la represión del Estado; ésta ya existe, brutalmente. En esto es recurrente el concepto de superestructura, definida con arreglo a la sociología. Parte de la superestructura es el conjunto de concepciones, modos de pensar, actitudes, sentimientos e ideologías que corresponden a dichas instituciones. Eso, pensamos, es lo que quiso decir don Andrés Manuel al hablar de la revolución de las conciencias. Demósle exactitud a ésta noción y señálese, por tanto, que la superestructura está formada por el Estado mismo, la estructura jurídica, los centros educativos, la Iglesia, los partidos políticos, etc. Ello nos aclara precisoriamente las diferencias entre la "intensidad revolucionaria" calderonista y la "revolución de las conciencias" lópezobradorista.
¿Moraleja? Que La transformación revolucionaria, afirmaba Rosa Luxemburgo, no se satisface con la mera sustitución de unas personas por otras en el ejercicio del poder, sino que se busca la modificación estructural de la organización social. Rodrigo Borja define que una revolución implica un cambio de naturaleza institucional del Estado.
Pero ello requiere algo más que armas, mucho más que movilizaciones callejeras. Exige una conciencia. Una intensidad revolucionaria como la pontificada por el señor Calderón es sólo forma; conciencia es fondo. ¿Quiénes desarrollarán esa conciencia en México? Las historia lo consigna: el proletariado urbano y campesino, día a día creciente visiblemente. Ello no es mecánico. Ese proletariado urbano y campesino tiene obstáculos: antes de una conciencia revolucionaria, esos proletarios -los de siempre y los recién llegados a la proletarización- debe desarrollar una conciencia de clase. El señor López Obrador tiene ante sí esa responsabilidad, que es pedagógica; es de suponerse que la asumirá. Mientras tanto, el contexto no soslaya otro verismo: la patria -parafraseando al pensador Borja- está encinta de acontecimientos que bien podrían transformar a México y, por las leyes universales de la dialéctica, fortalecer el gran movimiento bolivariano, independentista, en Nuestra América, acosado hoy por el imperialismo de las trasnacionales y sus Estados. Glosario: Base económica: sinónimo de estructura económica. Conjunto de relaciones de propiedad y de clases, de formas de producción y distribución, la división social del trabajo y las peculiaridades del desarrollo de las fuerzas productiva (Roger Bartra). Bolivariano: relativo a Simón Bolívar, libertador de vastas regiones de la América colonial española que se convirtieron en el siglo XIX en Estados formalmente independientes, aunque dependientes de una oligarquía criolla que aun persiste, y que saboteó los empeños de Bolívar por constituir una gran nación americana, desde México hacia el sur. Esa meta tiene todavía enemigos en los países americanos y, desde luego, Estados Unidos. Proemio: prólogo, prefacio, introducción. Lecturas recomendadas: La acumulación de capital, de Rosa Luxemburgo. ERA.
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