Maldita primavera
IVONNE DE LA CRUZ DOMÍNGUEZ
Cuando hace unos meses se mencionaba que en el estado de Morelos los feminicidios iban en aumento, el Procurador General de Justicia de la entidad, Pedro Luis Benítez Vélez, reconoció los asesinatos pero culpó a las víctimas: “Fundamentalmente, que las mujeres también aprendan a prevenir, a no provocar, porque muchas de ellas guardan una situación físicamente inferior y el provocador lo conoce, sabe y lo puede utilizar en perjuicio hasta causarles la muerte. Entonces debemos cuidarlas y evitar que tengan esa clase de máxima violencia, desde luego es mejor que se vayan a las casas de sus familiares y así no están expuestas a ser violentadas”, fueron las palabras que el servidor público estructuró ante diputados locales que insistían en la falta de programas para erradicar la violencia, palabras que no disfrazaron su pensamiento misógino.
Desde un punto de vista capitalista, muchos pensaríamos que si nosotros pagamos impuestos, de dónde sacan su sueldo, él debería trabajar, procurar justicia y protegernos sin importar si somos hombres, mujeres, niños o niñas. Hasta pediríamos su cabeza como pueblo cansado de que se aumenten los gastos de la vida y no recibamos beneficios reales.
Observando el asunto desde una perspectiva más profunda, esa no es una situación aislada. La falta de preparación y los prejuicios imperan en muchas de las funcionarias y funcionarios de los gobiernos de nuestro México.
En los últimos días, varias y varios nos han permitido asomarnos a sus mentes con frases y comentarios que revelan sus creencias y pensamientos, los cuales no nos que afectarían si no las aplicaran para justificar su ineptitud y descontrol.
Mención en letras de oro fue ganada por la Fiscal de Investigación para Delitos Sexuales en el Distrito Federal, Juana Camila Bautista, que aseguró que en temporada de primavera-verano se incrementan las agresiones sexuales por que “en la época de calor, la mujer usa minifaldas y esto provoca a los agresores, y aumenta su libido".
Ésta hipótesis se desarrolló en la década de los sesenta, cuando imperaban las creencias y los “pseudo estudios” orientados a comprobar lo que ya se establecía como verdad única, dejando fuera las nuevas corrientes de pensamiento y los acercamientos al conocimiento fino de los fenómenos sociales.
Imaginemos un poco… una mujer es violada y en el momento de denunciar las autoridades le aseguran que esa agresión y humillación es resultado de su vestimenta, por lo tanto no se buscará el sujeto implicado ya que él solo actuó como reacción a su naturaleza masculina. En palabras del arzobispo de Durango, Héctor González Martínez, “las mujeres que se visten de forma provocativa, lo hacen para fomentar el morbo de los hombres”.
Dejemos la imaginación a un lado… en la vida cotidiana esto sucede, es real y son escenas vividas con odio y contradicción. Las víctimas son menores de edad, adultas mayores, jóvenes, madres, hijas, trabajadoras, cuidadoras, campesinas, urbanas, científicas, doctoras, universitarias, viudas, etcétera. Las características no importan, no hay distinción, a todas nos puede suceder, el único factor en común es su sexo.
Es indignante que se siga pintando a los hombres como animales que actúan bajo instintos incontrolables, donde sus impulsos sexuales son tan fuertes que la racionalidad queda disminuida. Es insultante, también, que esta hipótesis no se ponga en duda cuando las estadísticas presentadas por estudios antropológicos reflejan que el lugar donde se registran la mayoría de las violaciones sexuales es en los hogares, contra menores de edad; violencia ejercida en su mayoría por un pariente muy cercano, llámese padre, hermano, padrastro o tío.
Claro que no podemos omitir las violaciones sexuales ejercidas sobre hombres, que no usan minifalda, pero que se justifica con el erotismo que impera en la atmosfera como resultado de la educación y la liberación sexual, como diría Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas, “No es fácil, a veces, mantenerse fiel tanto en el celibato como en el respeto a los niños”.
En este abril, se cumplen tres años de la validación del derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, convirtiéndose el Distrito Federal en un punto resplandeciente, que atrae las miradas de sectores a favor y en contra. La despenalización del aborto antes de las 12 semanas de gestación por decisión propia, sin necesidad de justificar, es un detonante de “modernidad” en las legislaciones, pero ¿de qué nos sirve tener leyes tan avanzadas si no hay personas capacitadas para aplicarlas?
Hay que decirlo con todas sus letras: No existe una correlación directa entre el vestuario de las mujeres y las razones para que un agresor sexual decida atacarlas, un menor de edad no debe ser visto como objeto sexual, sin importar que la mercadotecnia infantilice a las mujeres adultas con vestimentas de niña. Ojo, las fantasías son permitidas en las sanas relaciones entre los seres humanos pero la base es la mutua aceptación.
El acento de todo este embrollo se observa cuando las autoridades nos dan recomendaciones ridículas: “apuntar las placas del taxi que se aborde, e informarlas vía telefónica, a una persona de confianza, procurar ir acompañadas, no transitar por zonas oscuras y circular en sentido contrario al flujo vehicular para que en caso de que se pretenda subirlas a un auto, ellas puedan correr.” Nuevamente nosotras tenemos que tomar medidas porque el entorno en el que vivimos no se respeta nuestro derecho como ciudadanas al libre tránsito.
Estoy de acuerdo que debemos cuidarnos, pero no es coherente que se nos diga a las mexicana “no salgas de tu casa porque te puedes topar con uno de esos animalitos que se les llama hombres, y te pueden atacar.” La solución a un problema social tan complejo necesita políticas con visión de género y cambios de mentalidades que no pueden ocurrir si culpamos a la maldita primavera, al calor o a los alimentos transgénicos. Se trata de respeto y de terminar con la creencia de que las mujeres estamos disponibles para los hombres.
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