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Edición 236
Escrito por PINO PAEZ   
Martes, 15 de Junio de 2010 13:21

RETOBOS EMPLUMADOS

 

PINO PAEZ

Apisonamientos al píe de la letra

Noé Dionisio Ramos de la Vid, relata el escritor hondureño Pánfilo Orduña Villagrán en la biografía Bajo el peso de cada planta, sufrió un repentino e inexplicable cambio emocional consistente en aplicar -de manera directísima- disposiciones inscritas en literatura religiosa, apotegmas, fábulas, aforismos, sentencias, moralejas e incluso el albur... que le ocasionaron reclusiones, befas y “autocercenamientos” por una fidelidad patológica de ceñirse al dicho así haya sido desmentido.

 

Huir en pos de sí mismo

Relata el biógrafo que Noé posee el don... o el infortunio, de la androquiria, esa necesidad inexplicable de recorrer villorrios, ciudades, países... aunque sólo se tenga un abismo empuñado en los bolsillos, sin otra meta que estacionarse fugazmente en la incógnita de algún paradero. Una definición menos abstracta podría ser la metáfora escapatoria de huir en pos de sí mismo, como si fuera posible tal persecución a brazadas de neblina.

 

Enfermedad... o virtud resulta la androquiria, conocida también como dromomanía, viajar a literales aventones de Ehécatl, Dios del Viento, o impulsado por las anochecidas manos de una sombra que empuja siluetas hacia los paisajes del azar.

 

El polígrafo centroamericano explica que Dionisio, oriundo también de Honduras, es el personaje real de los que en ficción se desplazan por la novela picaresca, textos de Chejov y la mitología griega. Pero su biografiado nada tiene de mitológico, y sí de carne, mucho hueso y más andanza. Tiempo ha, salió de La Ceiba, donde laboraba en la fabricación de vino artesanal, esto es, destripando descalzo maduros racimos de la vid (segundo apellido que adoptó en honor de la Madre Uva)... hasta que lo pisoteado sangrara premoniciones de borrachera.

 

Mirar cuesta una mirada

 

RUBAN DARIO

Una de las características casi mágicas de la dromomanía, estriba en que dota de habilidad para subsistir en cada uno de los avatares del periplo. En Bajo el peso de cada planta, se indica que tales argonautas nacen con la maestría de variados oficios: labriegos, amanuenses, sastres, vendedores, albañiles, dibujantes... Asimismo, con facilidad impresionante aprenden idiomas en la brevedad de su estadía y, por ende, devienen rapidísimo traductores, como si hubieran logrado desentrañar de Babel todo el barullo del enjambre.

 

Ramos, en una de sus inexplicables peripecias, arribó a Las Bahamas, oculto en  lujoso yate, metido en una especie de velas en desuso que arremolinaban donde la luz jamás estuvo. Desconocía el destino, ni siquiera cuando la embarcación se detuvo anclada en un cachito de añil. De las velas se desveló sin otro insomnio que una sudoración que casi lo diluye en torrencial. Con el único testimonio de su propia debilidad y un horario envejecido subió a la tierra.... y a la vida. Contempló la hermosura del mar bahamés, un lomo tejido de lunas en reposo que bufaba en secretito la intimidad de un poema. Aspiró el aire de la noche como si a Dios le inhalara una melodía desde el bellísimo atril del agua.

 

De la Vid deambuló ese anochecer oxigenado con un muelle de canciones. Lo sorprendió el alba, y el tono guinda de sangre y de rubor a “espaldas” de una marejada que al instante se transfiguró en mujer matizada de violetas.

 

Con los de apipizca abultados de insomnio atestiguó la multiplicada personificación de la hermosura en bahamesas: qué matiz de madrugada, qué ojazos de plenilunios aposentados en un fulgor más intenso todavía, qué turgencia de senos exentos de sostén disparándole al sediento una redención, qué caderas de vértigo para naufragar en un milagro...

 

Relata el biógrafo que su biografiado -en las proximidades de aquella beldad al cubo- con sus manos en semicrispación ¡intentó desorbitase!, extraer sus órbitas arrepentido a fin de no pecar más con tanto fisgoneo, cegar incluso la visión interna que lo alumbraba en un pecaminoso meneadero. Las mujeres impidieron esa silente loa a la oscuridad, a caricias le redujeron la ojerosa turgencia, sin entender las explicaciones de Noé Dionisio Ramos de la Vid en español, quien refiriéndose a un texto sagrado decía que si un ojo peca...¡desójalo! y como él pecó con ambos...  Después se acurrucó en aquellos magníficos regazos tembloroso de extemporáneos pucheritos.

 

 

postalcentrohistorico1

 

En Bajo el peso de cada planta se infiere que aquello fue una triquiñuela de Dionisio para reposar su perfil en esos pectorales de prodigio, pechos más privilegiados que los de Alarcón... percutían y repercutían un divino tamborilear, como si en cada cuerpo femenino dos corazones hubiera.

 

Un par de meses fue la estancia de Ramos en Las Bahamas. Entendió lo básico del inglés con la bahameña entonación de dulce gravedad. Trabajó en un vitivinícola viñedo, se mojó de azul a lo Darío en el Atlántico, amó deidades de artística tonalidad umbrosa... hasta que la androquiria aquélla con puños de brisa lo empujó hacia lo fortuito de otros lares, aunque esta vez -señala el autor- sí sabía su destinación: Ciudad de México, en un carguero que bordearía Cuba con la ciclópea tuertez del faro, hasta topar en Yucatán construida de cal y alborada, y al final en desembarcado trailer aspirar por laterales los seres de madera que se relevan en aromática procesión de encinos.

 

Frente a una defeña glorietita, tan derruida y seca en su escultura que no se podía ni siquiera especular cuál heroicidad gorgoreaba terregales, en la única salvación de unos labios de lápida que parecían profetizar el fin en la siguiente polvareda... se despidió del trailero, quien le cambió los bahameses residuos de su raya a pesos mexicanos, que algo regordeta pusieron la bolsita trasera de su pantalón. Descendió sonriente, señalando que en la carga de licores algo había de la mayúscula Vid, de “su” apellido, de “su” sangre festiva en las barricas...

 

Qué danzar de diosas en El Bombay

Estaba Noé Dionisio Ramos de la Vid en una capital finecincuentera, pero topándose ya de humanidad a la vueltecita de cada esquina. Pánfilo Orduña Villagrán comenta que su personaje ejerció la dromomanía en un agobiante recorrido de banquetas... hasta que cansino se detuvo en Libertad, una calle rojizamente iluminada, como si resplandores acuchillados se desplomaran del cuenco de alguna divinidá.

 

En la libertaria intemperie copiosas y extenuadamente bellísimas oficiaban las musas del zangoloteo, quienes entre un susurro carmín igualito a la luz herida, le proponían el antigripal enigma de “¿Me acompañas a que le saque toda la constipación a tu guajolotito?”. Extraña juglaresca de ofertar el ajetreo. Escuchaba Dionisio el idioma suyo, pero con variante entonación y reacomodo de palabras, por ejemplo, la de un cliente que regateaba frente a otra conjugadora ninfa del lijar: “¡Bájale del ciego a una tostadita que a pancho ya le anda por merendar chiquilines!”.

 

Ramos aplicó lo de “A la tierra que fueres haz lo que vieres” y, con el ánimo del foráneo que busca recibir una bienvenida, a la misma doncella del talón que lo invitase a guajolotear, le dijo con idéntico sentido: “Vamos pues a que alivies al pavo de su catarrito”.

 

De la Vid, según en Bajo el peso de cada planta, salió ligerito de aquel pavonear sin presunciones, empero, unos enormes deseos de indulgencia lo agobiaban. Quiso ir a un templo, de cualquier religión, anhelaba orar sin discernir por qué. Nereidas, lo atrapó con su canto de sirena en El Bombay en los inicios de San Juan de Letrán, Nereidas, del maese Amado Pérez Flores, hechizaba con sus convocatorias al restriego. Noé ardía por danzar en El Bombay, consumarse y consumirse bajo el embrujo de Nereidas, bombayano bailar sin ofensas a Vishnú ni al hinduismo, contonear aparejado hasta que Nereidas finalice su mandato y retórico diluirse danzonero en su caudal.

 

 

CINEPRINCESA1

Entró Noé a El Bombay atraído por Nereidas. Bailó Dionisio hasta donde los rescoldos de su paga permitieron a la orquesta repetir Nereidas. Con la misma danzarina “nereidó” Ramos hasta la duración de pesar por pieza. Redimido transpiró De la Vid. Salió a la pesquisa de algún viñedo. Luego iría en pos de alguna dársena, embotado de bote o embarcado de barco partiría hacia los caprichosos rumbos exhalados del mistral.


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