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Margarita y Margarita equivalen un jardín
Jamás ví antes una librería de viejo... o de nuevo... o de calendáricas intermediaciones de antigüedad y presente en lomos de papel que sin más montura que un aroma de huerto y de jardín, sus letras sapientes y aromáticas ascendiesen hacia cualquier olfato. La encargada lucía un chal bellísimo, tornasolado, como de mediodía que reposaba en el tejido con dispersos ramilletes de girasol.
La Revolución es una flor al doble
A cada ladera de la entrada la custodiaba una enorme florecita de aluminio, altísima en su soberbia estética, con tupidos pétalos que relumbraban platinadas alegorías, calzadas en florero también de filigrana, bota pintadita de gaviotas que en cruces intensamente moradas transitan el añil. Había que encarar al cielo para observar esa magia artesanal, fragante y fragorosa, como lloviznita de luna que todas las máscaras le lava al contemplador.
Qué olor tan auténtico de jardín fluía, incluso los vetustos lomitos de obras antiguas sudaban un vergel. ¡Qué par de Margaritas! era la razón social del localito ubicado en la colonia Tepalcates, en la calle Andén 116, una casi cerradita de estrechez tal... que debí caminar ladeado a fin de no chocar contra mi mismísimo perfil.
La encargada, de unos cuarenta y tantos con alumínica margarita albergada en una de sus sienes... atendía una parejita joven, quienes mano contra mano casi talaban la palma del destino. Preguntábanle si tenía textos referentes a Margarita Ortega, “de la que nadie sabe nada en imperfecta coherencia de negaciones”, interrogante arguyó la novia, desasiéndose brevemente de la manaza-amenaza del galán que de tan apretadora pasión le hinchó las líneas en que se lee lo que vendrá; él inquirió acerca de otra Margarita, de apellido Magón. “Se hallan ustedes en el sitial exacto, pues en ¡Qué par de Margaritas¡ iconografías, escritos, libros, periódicos, revistas, volantes... sólo se venden lo que hacia ellas versen”, respondió la responsable, flotando desde su chal una levitación de pétalos sostenidos por un solecito que sobre aquellos hombros de mujer pesaban una bendición.
Cuánta luz esparce una fotografía
De un anaquelito ámbar, en bruñida tonalidad de durazno, extrajo la dama chalada (por su chal, no por chifladuras) una foto encuadrada en marialuisa con la mismita tonalidad ambarina, matiz de fruto y túnel; flanqueada por la parejita, antes de disertar sobre la imagen, desde una sonrisa de flor... me propuso acercarme: “Esta gráfica le fue tomada a Margarita Ortega en los principios de 1910, casi un año antes de que ella, en su tierra, en Baja California, junto a otros revolucionarios se insurreccionara al porfiriato. Redundantes semblanteen los ángulos del semblante, miren y admiren qué poliedro tan bellísimo, igual de hermoso a la mirada, hundida y reluciente, como si desde los cuencos de una constelación avistara de luz alguna perspectiva”.
La chica, impresionadísima, inquirió el precio de la fotografía, frotando con la yema de su índice los labios de Margarita Ortega, queriéndole quizá palpar la tesitura en los pronunciamientos de una re-velación. 60 pesos era el costo, un 30-30 en símil de carabina sin Ambrosio pero con el rostro de una mujer que a cualquier muro alargaría en mural. Mi interés por esa tez reproducida... debió haberse evidenciado en mis ojillos chiquititos y ojerosos sumergidos en aquellos ojazos de astronomía. La librera y los enamorados -en generosidad terciada- me revistieron de silencio y de mirares, en signo clarísimo de permitirme ser el adquiriente de aquel retrato. Zambullí mis manos en los bolsillos, tentaleando en cálculo la repentina aparición de un milagrito financiero... pero en el embolsado vacío sólo y solo me magullaba pecadoramente. La muchacha, tras la calma de mis de dedos pétreos y prietos y el símbolo de la rendición de mi barbilla enterrada en el pectoral, sacó del monedero la cantidad exacta y se llevó aquella faz de constelación y hermosura.
Se dirigió luego la encargada hacia otro estante, sin dejar de azorarnos: “Margarita Ortega era magonista, invitó a su esposo a unirse al llamamiento del Partido Liberal Mexicano contra la dictadura porfirista, pero el marido, apellidado De Gortari, rehusó el convite en una mueca de muralla y de cerrojo. Rosaura, hija de ambos, una jovencita igual de guapa que la madre-flor... dijo: ‘Yo combatiré junto a ti contra la opresión’, mientras el padre, aplastado por aquel heroísmo sin valladar, continuó aplastado en un sofá con un titipuchal de aldabas en cada labio que ni un carraspeo permitían salir”. De un rimero de rotativos tomó un ejemplar, también de membrillesco colorcito, como de impresa melancolía “Del que lo mismo que la foto nada más tengo uno”, y arropándome con un cálido reojo, agregó “... Que oferto a dos pesitos en el cual hallarán más datos y cánticos de flor hacia las dos Margaritas”, expresó transformando para mí aquel reojo, en cómplice guiño de amistad.
A esta flor jamás se le arrancará el aroma
Los novios comprendieron lo mismo que yo entendí: la dama puso un precio que pensó estar al alcance de mi erial. Los tres, con una discreción cortés, esperaban que sacara de mis bolsas esos dos pesares. Involuntario volví a pecar en la intimidad de mi embolsada rascadera. Como en un intermedio en lo que yo hurgaba en mis abismos... prosiguió la señora aleteando con su chal policromías: “Madre e hija se distinguieron en aquel accionar revolucionario, dirigido por el bajacaliforniano Simón Berthold Chacón y otros mexicanos a quienes, en internacionalismo revolucionario, se les unieron componentes de la IWW, siglas que agrupaban en Estados Unidos a trabajadores de diversos oficios y nacionalidades”. Persistí en la urticaria del desierto, la dama y los novios encaramaban hacia mí una tempestad de soslayos, en la desesperada espera de que lograra sacar del tentaleo algo más que mis pecados.
Aunque el llamado insurreccional correspondió al PLM, teorizó la responsable de ¡Qué par de Margaritas!, el levantamiento era parte de la convocatoria que Madero hizo en el Plan de San Luis. Mostró extendida la publicación aquélla: Apunte, un periódico sin disparos pero con fuego, sin oración rezaba el cabezal. Ví que el rotativo pertenece a la Universidad Autónoma Chapingo, “Aquí encontrarán, entre otros datos, que la gesta magonista fue el primer triunfo de la Revolución Mexicana”, indicó que al igual que a Ricardo Flores Magón, “A madre e hija las calumniaron no solamente amanuenses de la dictadura, también sus inmediatos sucesores, incluido Carranza”. Aseándose con una borlita un arroyito de rencor en comisuras, exclamó que fueron perseguidas por Rodolfo Gallegos, cruzaron el desierto de Arizona que causó la muerte de Rosaura. “Gallegos fue maderista, después estuvo con Carranza, época en que apresó a Margarita Ortega cuando la revolucionaria volvió a su país, la torturó para entregarla posteriormente a ¡huertistas! que la fusilaron. Gallegos se tornaría cristero a quien Saturnino Cedillo derrotaría, en esas escaramuzas de lumbre y azar con que la historia alumbra paradojas”.
A la solapa de un poeta bendicen Margaritas
Tras limpiar el rastro de indignación de sus labios y atestiguar mi terca comezón, a la chica -harta también de la tardanza del rascador- que ya tenía la pequeñita cantidad equilibrada en un pulgar, le dio Apunte, un periódico sin disparos pero con fuego, y de memoria declamó un poema allí impreso, enredándose un panorama pincelado con su chal: “En la desértica soledad de Arizona/ los espejismos pesan una luna quebrantada/ pero tú supiste izar completito el resplandor/ Margarita Ortega/ y en arenales del que expolia más allá de la raíz/ como tu nombre tu planta descalza sembró una flor/ libertaria/ con pétalos tumultuarios en labios sin aduana ni bozal”.
El joven le preguntó acerca de Margarita Magón, triturando nuevamente la palma de la novia. “Fue otra Revolucionaria mayúscula, pese a su familia adinerada enfrentó siempre la desigualdad y el racismo, se casó con el artesano Teodoro Flores y aun con el pesaroso cargamento de la viudez... a sus tres vástagos jamás les faltó el pan y la palabra. Preferible era para ella la peor de las tragedias: sobrevivir a los hijos, antes que éstos a otros quitaran el pan y el honor mutilaran de la palabra”, comentó exhalando un palomar de libertades. Inhaló despaciosa en la ofrenda de otra recitación calcada en su memoria: “La sed de vida irrumpe un eco/ desde la cordillera de tu voz/ Margarita Magón/ no hay herida de agua que llore una cicatriz/ ni vino tinto que sangre desmemorias/ es la tesitura de tu estancia/ que bebemos en clamor de lluvia entristecida/ cada que el desaliento nos intenta amurallar el grito”.
La parejita salió presurosa y emocionada de ¡Qué par de Margaritas! Permanecí un buen rato, ojeando titulares de jardín y mujer en portaditas tan antiguas que olían a nostalgia. Me fui con la vacuidad de siempre, pero exento ya de búsquedas y gratuitas comezones. En el umbral, los enamorados me regalaron dos hamacas de luz en su sonrisa... y dos fotostáticas: la foto e íntegro Apunte, un periódico sin disparos pero con fuego. Sin pecaminosas apariencias me rasqué otra vez, pero ahora el cráneo por el gustazo de toparme con una idea y por tanta flor en mi sequía.
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RETOBOS EMPLUMADOS
PINO PÁEZ
Margarita y Margarita equivalen un jardín
Jamás ví antes una librería de viejo... o de nuevo... o de calendáricas intermediaciones de antigüedad y presente en lomos de papel que sin más montura que un aroma de huerto y de jardín, sus letras sapientes y aromáticas ascendiesen hacia cualquier olfato. La encargada lucía un chal bellísimo, tornasolado, como de mediodía que reposaba en el tejido con dispersos ramilletes de girasol.
La Revolución es una flor al doble
A cada ladera de la entrada la custodiaba una enorme florecita de aluminio, altísima en su soberbia estética, con tupidos pétalos que relumbraban platinadas alegorías, calzadas en florero también de filigrana, bota pintadita de gaviotas que en cruces intensamente moradas transitan el añil. Había que encarar al cielo para observar esa magia artesanal, fragante y fragorosa, como lloviznita de luna que todas las máscaras le lava al contemplador.
Qué olor tan auténtico de jardín fluía, incluso los vetustos lomitos de obras antiguas sudaban un vergel. ¡Qué par de Margaritas! era la razón social del localito ubicado en la colonia Tepalcates, en la calle Andén 116, una casi cerradita de estrechez tal... que debí caminar ladeado a fin de no chocar contra mi mismísimo perfil.
La encargada, de unos cuarenta y tantos con alumínica margarita albergada en una de sus sienes... atendía una parejita joven, quienes mano contra mano casi talaban la palma del destino. Preguntábanle si tenía textos referentes a Margarita Ortega, “de la que nadie sabe nada en imperfecta coherencia de negaciones”, interrogante arguyó la novia, desasiéndose brevemente de la manaza-amenaza del galán que de tan apretadora pasión le hinchó las líneas en que se lee lo que vendrá; él inquirió acerca de otra Margarita, de apellido Magón. “Se hallan ustedes en el sitial exacto, pues en ¡Qué par de Margaritas¡ iconografías, escritos, libros, periódicos, revistas, volantes... sólo se venden lo que hacia ellas versen”, respondió la responsable, flotando desde su chal una levitación de pétalos sostenidos por un solecito que sobre aquellos hombros de mujer pesaban una bendición.
Cuánta luz esparce una fotografía
De un anaquelito ámbar, en bruñida tonalidad de durazno, extrajo la dama chalada (por su chal, no por chifladuras) una foto encuadrada en marialuisa con la mismita tonalidad ambarina, matiz de fruto y túnel; flanqueada por la parejita, antes de disertar sobre la imagen, desde una sonrisa de flor... me propuso acercarme: “Esta gráfica le fue tomada a Margarita Ortega en los principios de 1910, casi un año antes de que ella, en su tierra, en Baja California, junto a otros revolucionarios se insurreccionara al porfiriato. Redundantes semblanteen los ángulos del semblante, miren y admiren qué poliedro tan bellísimo, igual de hermoso a la mirada, hundida y reluciente, como si desde los cuencos de una constelación avistara de luz alguna perspectiva”.
La chica, impresionadísima, inquirió el precio de la fotografía, frotando con la yema de su índice los labios de Margarita Ortega, queriéndole quizá palpar la tesitura en los pronunciamientos de una re-velación. 60 pesos era el costo, un 30-30 en símil de carabina sin Ambrosio pero con el rostro de una mujer que a cualquier muro alargaría en mural. Mi interés por esa tez reproducida... debió haberse evidenciado en mis ojillos chiquititos y ojerosos sumergidos en aquellos ojazos de astronomía. La librera y los enamorados -en generosidad terciada- me revistieron de silencio y de mirares, en signo clarísimo de permitirme ser el adquiriente de aquel retrato. Zambullí mis manos en los bolsillos, tentaleando en cálculo la repentina aparición de un milagrito financiero... pero en el embolsado vacío sólo y solo me magullaba pecadoramente. La muchacha, tras la calma de mis de dedos pétreos y prietos y el símbolo de la rendición de mi barbilla enterrada en el pectoral, sacó del monedero la cantidad exacta y se llevó aquella faz de constelación y hermosura.
Se dirigió luego la encargada hacia otro estante, sin dejar de azorarnos: “Margarita Ortega era magonista, invitó a su esposo a unirse al llamamiento del Partido Liberal Mexicano contra la dictadura porfirista, pero el marido, apellidado De Gortari, rehusó el convite en una mueca de muralla y de cerrojo. Rosaura, hija de ambos, una jovencita igual de guapa que la madre-flor... dijo: ‘Yo combatiré junto a ti contra la opresión’, mientras el padre, aplastado por aquel heroísmo sin valladar, continuó aplastado en un sofá con un titipuchal de aldabas en cada labio que ni un carraspeo permitían salir”. De un rimero de rotativos tomó un ejemplar, también de membrillesco colorcito, como de impresa melancolía “Del que lo mismo que la foto nada más tengo uno”, y arropándome con un cálido reojo, agregó “... Que oferto a dos pesitos en el cual hallarán más datos y cánticos de flor hacia las dos Margaritas”, expresó transformando para mí aquel reojo, en cómplice guiño de amistad.
A esta flor jamás se le arrancará el aroma
Los novios comprendieron lo mismo que yo entendí: la dama puso un precio que pensó estar al alcance de mi erial. Los tres, con una discreción cortés, esperaban que sacara de mis bolsas esos dos pesares. Involuntario volví a pecar en la intimidad de mi embolsada rascadera. Como en un intermedio en lo que yo hurgaba en mis abismos... prosiguió la señora aleteando con su chal policromías: “Madre e hija se distinguieron en aquel accionar revolucionario, dirigido por el bajacaliforniano Simón Berthold Chacón y otros mexicanos a quienes, en internacionalismo revolucionario, se les unieron componentes de la IWW, siglas que agrupaban en Estados Unidos a trabajadores de diversos oficios y nacionalidades”. Persistí en la urticaria del desierto, la dama y los novios encaramaban hacia mí una tempestad de soslayos, en la desesperada espera de que lograra sacar del tentaleo algo más que mis pecados.
Aunque el llamado insurreccional correspondió al PLM, teorizó la responsable de ¡Qué par de Margaritas!, el levantamiento era parte de la convocatoria que Madero hizo en el Plan de San Luis. Mostró extendida la publicación aquélla: Apunte, un periódico sin disparos pero con fuego, sin oración rezaba el cabezal. Ví que el rotativo pertenece a la Universidad Autónoma Chapingo, “Aquí encontrarán, entre otros datos, que la gesta magonista fue el primer triunfo de la Revolución Mexicana”, indicó que al igual que a Ricardo Flores Magón, “A madre e hija las calumniaron no solamente amanuenses de la dictadura, también sus inmediatos sucesores, incluido Carranza”. Aseándose con una borlita un arroyito de rencor en comisuras, exclamó que fueron perseguidas por Rodolfo Gallegos, cruzaron el desierto de Arizona que causó la muerte de Rosaura. “Gallegos fue maderista, después estuvo con Carranza, época en que apresó a Margarita Ortega cuando la revolucionaria volvió a su país, la torturó para entregarla posteriormente a ¡huertistas! que la fusilaron. Gallegos se tornaría cristero a quien Saturnino Cedillo derrotaría, en esas escaramuzas de lumbre y azar con que la historia alumbra paradojas”.
A la solapa de un poeta bendicen Margaritas
Tras limpiar el rastro de indignación de sus labios y atestiguar mi terca comezón, a la chica -harta también de la tardanza del rascador- que ya tenía la pequeñita cantidad equilibrada en un pulgar, le dio Apunte, un periódico sin disparos pero con fuego, y de memoria declamó un poema allí impreso, enredándose un panorama pincelado con su chal: “En la desértica soledad de Arizona/ los espejismos pesan una luna quebrantada/ pero tú supiste izar completito el resplandor/ Margarita Ortega/ y en arenales del que expolia más allá de la raíz/ como tu nombre tu planta descalza sembró una flor/ libertaria/ con pétalos tumultuarios en labios sin aduana ni bozal”.
El joven le preguntó acerca de Margarita Magón, triturando nuevamente la palma de la novia. “Fue otra Revolucionaria mayúscula, pese a su familia adinerada enfrentó siempre la desigualdad y el racismo, se casó con el artesano Teodoro Flores y aun con el pesaroso cargamento de la viudez... a sus tres vástagos jamás les faltó el pan y la palabra. Preferible era para ella la peor de las tragedias: sobrevivir a los hijos, antes que éstos a otros quitaran el pan y el honor mutilaran de la palabra”, comentó exhalando un palomar de libertades. Inhaló despaciosa en la ofrenda de otra recitación calcada en su memoria: “La sed de vida irrumpe un eco/ desde la cordillera de tu voz/ Margarita Magón/ no hay herida de agua que llore una cicatriz/ ni vino tinto que sangre desmemorias/ es la tesitura de tu estancia/ que bebemos en clamor de lluvia entristecida/ cada que el desaliento nos intenta amurallar el grito”.
La parejita salió presurosa y emocionada de ¡Qué par de Margaritas! Permanecí un buen rato, ojeando titulares de jardín y mujer en portaditas tan antiguas que olían a nostalgia. Me fui con la vacuidad de siempre, pero exento ya de búsquedas y gratuitas comezones. En el umbral, los enamorados me regalaron dos hamacas de luz en su sonrisa... y dos fotostáticas: la foto e íntegro Apunte, un periódico sin disparos pero con fuego. Sin pecaminosas apariencias me rasqué otra vez, pero ahora el cráneo por el gustazo de toparme con una idea y por tanta flor en mi sequía.
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