Boda de Alejandro Limantour Subervielle y Dora Flores
ENRIQUE CASTILLO—PESADO
Viajé a Torreón para estar presente en una boda memorable y de gran postín. Se casaban Alejandro Limantour Subervielle (integrante de una de las familias de abolengo más antiguas de México) y Dora Flores, nacida en este estado y belleza de talla internacional. Alrededor de 700 personas acudieron al Club de Golf Los Azulejos para saludar a esta singular pareja que, inmediatamente después de la recepción, viajó hacia el Lejano Oriente (“principalmente Dubai”), África, Europa y los Estados Unidos, donde pasarán su larga luna de miel de un mes.
Entre los personajes que me encontré allí estuve charlando con Manuel Camacho Solís (uno de los cerebros políticos de nuestro país, acompañado de su esposa Mónica Vandervliet de Camacho, y de sus hijas), quien –en una actitud madura y visionaria-- me contestó cada una de mis observaciones de todo lo que acontece en el país.
Antes de continuar refiriéndome a los invitados de honor (“por supuesto, todos”, apuntó mi prima Elena Subervielle Limantour viuda de Trouyet, acompañada de Leticia Peralta –hija de don Alejo Peralta—y Julieta Pasquel), les informo que la ceremonia religiosa se llevó a cabo en la Parroquia de la Medalla Milagrosa (léase: los presbíteros Carlos Martínez Sada y Antonio Baca Padilla oficiaron la misa y ceremonia, respectivamente).
La joven pareja solicitó a los presbíteros que se leyera un pequeño pasaje de San Mateo 1—6 (Nuevo Testamento) que los llenó de gozo: En aquel Tiempo, cuando acabó Jesús estos discursos, marchó a Galilea y fue a los dominios de Judea, al otro lado del Jordán. Los siguió una gran muchedumbre y allí los curó. La novia de Alejandro, Dora Flores, una mujer exquisita, dulce, vertical, además de amante de la amistad, dijo a Voces del Periodista lo siguiente: A mi me impresionó que en esos versículos del Nuevo Testamento se le acercaran unos fariseos a Jesús para tentarle, diciendo: “¿Es lícito repudiar a la mujer por cualquier motivo?” Jesús respondió: “¿No habéis leído que el Creador, desde el principio los hizo hombre y mujer, y que dijo: ¡Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, y serán los dos una sola carne”? De tal manera que ya no son dos, sino una carne. Por tanto lo que Dios ha unido no lo separe el hombre. Y Alejandro dijo –en la ceremonia religiosa— “esta es palabra de Dios”.
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