RETOBOS EMPLUMADOS
Revolucionario recorrido familiar
(Sierra descendente)
(A nuestro gran Armado Jiménez)
PINO PÁEZ
Sierra y Méndez son onomásticos de cordillera; descienden en atajitos de historia y sangre compartida; conservadores, “revolucionarios”, separatistas, reunificadores, literatos, docentes, magistrados, racistas, diplomáticos, acreedores de gubernaturas, embajadas y ministerios. Dos Justos y tres Santiagos en combinación de suegro, yerno, padre, abuelo, bisabuelo, tío, bisnietos, nietos, hijos, hermanos... todos ramificados en genealogía de ciprés.
Justo hijo en bosquejo de serranía
Justo Sierra Méndez es el más nombrado y renombrado de la familia, al que por haberse hallado en la cúspide magisterial del Ateneo de la Juventud, canonizan entre inciensos de piloncillo como ¡precursor de la Revolución Mexicana! pese a su porfirense devoción, así -entre otros- lo aureoló Samuel Ramos, lo mismito que Daniel Cosío Villegas haría con el ateneísta Vasconcelos al que de plano albergó en ¡la más extrema radicalidad revolucionaria! El señor Castañón, comentador de autores y abismalmente vitalicio en la pagaduría profunda del Fondo de Cultura Económica, despojó a Miguel Alemán del puesto de “Cachorro de la revolución” que le diera Lombardo Toledano, para reasignarlo a Octavio Paz Lozano. Marcuse expresó que a Heidegger le hubiera bastado un balbuceo de muy postergado arrepentimiento, por asumir una universitaria rectoría entre loas al “führer”... para borrar al instante ese pretérito prohitleriano y súbito devenir extemporáneo adalid contra el nazismo. Suficiente es, mercadotécnicamente difundido, un suspirito de lamentación por el hambre de los otros... para que alguien bien satisfecho quepa en el altar.
Es sabido y consabido que a don Justo Jr. se le debe en buena medida el surgimiento de la Universidad Nacional y la construcción de numerosas escuelas en el país, empero, también es conocido y re-conocido que durante su gestión al frente de Instrucción Pública y otros cargos en la dictadura, el analfabetismo total fluctuaba en el ¡80 por ciento!, sin embargo, sus exégetas afirman y reafirman la efectividad “revolucionaria” de su encargo, montados en el argumento “indesmontable” de que por algo el presidente Madero le ofreció repetir en el mismo ministerio y, tras el rechazo, lo hizo ministro plenipotenciario en España, donde pereció. Ponen y exponen que el señor Sierra se expresó respetuoso de discursos obreros contestatarios... lo que no ponen ni exponen es que tan respetable audición la validaba nada más en aduanitas del discursear, porque si los proletarios, como en 1906 ocurrió con trabajadores tabacaleros, de la oratoria se trasladaban a la huelga, entonces el alto representante de don Porfirio advertía que si algún esquirol era impedido por los huelguistas a laborar, el gobierno contaba con “60 mil bayonetas (...) para imponer el orden”. Poner, exponer e imponer en justito escalonamiento de conjugaciones.
Poseía un saber enciclopédico, amén de la incursión en diversos géneros del periodismo y la literatura. Su proclividad política se inclinó en un principio hacia José María Iglesias quien disputaba -en su caso sin fervor pero verborosamente- la presidencia de la república, cuando el presidente Lerdo de Tejada estaba a punto de ser defenestrado por Porfirio Díaz en el Plan de Tuxtepec. Don Justo reorientó su afinidad basado en paráfrasis dicharera de que, lleno él de sabiduría, sabio le fue cambiar Díaz por Iglesias.
Unas líneas extraídas de sus obras, permiten asomarse a la ideología de don Justo: “... las mujeres lloran (...) pero movidas por el despecho o por el miedo... el llanto del sentimiento ha pasado para siempre... la mujer ha muerto... sólo quedan la señora y la señorita”. Esta es opinión de Sierra Méndez en una reseña literaria publicada en 1871, acerca de María, novela del colombiano Jorge Isaacs, quien un lustro después, cuando el reseñista obtuvo elevadas posiciones en el porfiriato, pidió le ayudase a frenar corsarios asedios a su María, más pirateada que Camelia la Texana de Los Tigres del Norte... o por lo menos don Justo le hiciera justicia con sus arquimédicas palancas e intercediera ante el dictador y obtener un nombramiento consular, en una especie de aviaduría internacional, con la prestación de un premonitorio paracaídas en quincenales aterrizajes a la nómina.
En su famosísimo ensayo Evolución Política del Pueblo Mexicano, Justo Sierra Méndez, recomendó una interétnica fórmula salvadora, una literal cruzada consistente en “... atraer al inmigrante de sangre europea, que es el único con quien debemos procurar el cruzamiento de nuestros grupos indígenas, si no queremos pasar del medio de civilización, en que nuestra nacionalidad ha crecido, a otro medio inferior, lo que no sería una evolución, sino una regresión”.
El campechano don Justo, no en cuestiones de humor ligerito, nada más por ser oriundo de Campeche, en algún escrito minimizó y casi-casi canonizó al yucateco Lorenzo de Zavala, ¡por ser el primer vicepresidente de Texas! pese a su trayecto de titular de finanzas en la presidencia de Vicente Guerrero, o haber sido gobernador del Estado de México (donde lo acusaron de rascar al erario toda la urticaria), o sus cargos legislativos desde las Cortes de Cádiz hasta el parlamento ya en la independencia..
Hay un motivo ancestral de don Justo en tal defensa: su papá y su abuelito, en la época en que Campeche y Yucatán eran una sola entidad, la ofrecieron a Estados Unidos o a Inglaterra, al primerito que empuñara la oferta... a cambio de que yanquis o británicos ¡salvaran a la gente blanca!
Justo padre, parafraseador de la máxima de sir Raleigh
Sierra O’Reilly, Justo papá de aquél, fue miembro de la cúpula política que decidió separar de México a Yucatán, por ser contrarios al centralismo de Santas Anna, ¡el mismito al que habrían de acudir! a fin de que les enviara hartas tropas con que tumbar el levantamiento maya. Y una vez segada la rebelión con la guadaña del genocidio... ¡santaneros se reintegraron a la república!
Este señor Justo aplicó la táctica de vincularse familiarmente con el poder, en su caso con el varias veces gobernador yucateco, Santiago Méndez Ibarra, a quien hizo suegro y del que fue portavoz muy bien recompensado, v.gr., cuando propuso al presidente estadounidense, James Polk que Yucatán fuese una estrellita más en la estrellada banderota del imperio, una vez que rangers, cherifes y marines hubiesen masacrado indígenas yucatecos en la dizque “Guerra de castas”. El ofrecimiento al jefe de la Casa Blanca fue hecho ¡en el momento que el ejército gringo invadía México! conflicto en el que el gobierno yucateco se pronunció neutral, mismita actitud respecto a Texas una década anterior. Míster Polk dio buena acogida a los oferentes, incluso oficializó el casi obsequio en algo similar a un decreto-boletín denominado Yucatan Bill, pero el Congreso le devolvió el paquete con todo y el moñito.
Justo, Sr. parafraseaba la sentencia de sir Raleigh, con un notable cambiecito al final, ya que si según el colonialista “El mejor indio es el indio muerto”, a Sierra O’Reilly le parecía que el mejor indio es el indio esclavo. En su celebérrima novela La hija del judío, don Justo despliega introspectivo “análisis” acerca del indígena: “ ... los indios que profesaban a nuestra raza un odio ciego y brutal (...) están siempre a la expectativa (...) para emprender contra nosotros una guerra de exterminio”. No pretendía negociar con los Gayosso, sino con esclavistas, vía contratos de harta legalidá.
Santiago abuelo y la reforma laboral que inspiró al señor Lozano
Miguel Barbachano y Santiago Méndez eran la dupla que caciqueaba Yucatán, alternándose no sin disputas la gubernatura. Ambos, integrantes además de la oligarquía, desde su condición de gobernadores aceitaban la maquinaria contractual que legalizaba, a mediados del siglo antepasado, la venta de indios mayas a Cuba donde la esclavitud tenía legalísima vigencia. He aquí un extracto de “convenio” de 1849 entre el campesino Marcelino Puc y el contratante Joaquín Garcés: En el “acuerdo” hay abundante clausulado en que hacen al trabajador firmar o sellar su huella digital, bajo estos compromisos en primera persona: “... trabajaré una decena de años, como fuere que ellos quisieren...”. En otro punto está la “polivalencia” laboral: “(haré) cualquier trabajo que se me diere en cualquier hacienda, sea para el trabajo de caminos o en las fábricas o talleres, como también para que trabaje de criado”. Esta síntesis se halla en Lecturas Universitarias, edición de la UNAM, antología de Mario Contreras y Jesús Tamayo, donde se muestra y demuestra que “flexibilizar el mercado laboral” no es patente de don Jelipe ni del señor Lozano, uno y otro inspirados exhalan el ventarrón de su “nueva” legalidá.
De Santiago Sierra Méndez, ya se ocupó una retobada en la cual, entre otras circunstancias, se detalló su duelo empistolado contra Irineo Paz, donde aquél fue abatido. El turno ahora es de Santiago Justo Sierra, bisnieto de don Santiago, nieto de don Justo e hijo de don Justo bis. A este Sierra descendente varios articulistas a teclazos lo articulan “revolucionario”, evocan que fue uno de los organizadores en el combativo desfile obrero del Día del Trabajo del primero de mayo de 1913, fecha en que “gobernaba” el magnicida Huerta, a quien, por medio del gobernador del Distrito Federal, Samuel García Cuéllar, solicitaron y obtuvieron el permiso, entre los peticionarios se hallaban Eloy Armenta, Jacinto Huitrón, Pioquinto Roldán... y el joven Santiaguito Justito.
Organizaciones de variado signo laboral e ideológico desfilaron, desde las que además de exigir derechos laborales y gritarle asesino al criminal de don Victoriano... a las agrupaciones creadas y recreadas por don Porfirio, por ejemplo, la “Sociedad Mutualista y Moralizadora de Obreros del D.F.” y la “Sociedad Instructiva y Recreativa Guillermo de Landa y Escandón”, de éste hasta sus apelativos quedaron rotulados, pese a ser porfirista asaz represor, prestanombres y homofóbico que durante su estancia de defeño gobernador hacía redadas contra homosexuales, entre las que sobresale aquella del 41de enigmática contabilidad.
Muchos dirigentes laborales en aquella manifestación eran miembros de la Casa del Obrero Mundial y, en el lapso de un añito, no pocos de ellos se entendieron con Carranza y Obregón para que un ejército de overol ¡peleara contra Zapata y Villa! enfundados en Batallones Rojos que batallaron contra su propia historia. El bisnieto de don Santiago representó en esa marcha a la “Sociedad de Obreros Nacozari”, organismo que se oía más blanco que un “sindicato” ídem del Grupo Monterrey. El jovencito Sierra, tras la conmemoración de aquel Día del Trabajo, en el local de su sociedad “obrera” en un comelitón tuvo de invitados especiales a ¡Félix Díaz y Manuel Mondragón! para quienes pidió vítores entre masticadas de embravecido chilaquil.
Santiago J. Sierra, meses antes, preparó otro banquete en el mismo sitial “obrero”, dedicado a la comunidad española, encabezada por el embajador. El anfitrión era continuador de la hispanofilia familiar y, en calidad de “líder” de aquella fantasmagórica liga laboral, garantizó respeto y seguridad para los españoles, ¡pero no para el presidente Madero! que en símil de chahuistle arribó al guateque junto a su esposa Sara Pérez. Esto lo cuenta y re-cuenta el hispano Baldomero Menéndez y Acebal en un libro de trazos autobiográficos que intituló Andanzas, en que elogia a don Justito y se burla de Francisco I. Madero cuyo histórico y emparentado transitar abordaremos en el próximo Retobos Emplumados, con el subcabezal Los Maderos no son de Juan.
Related Articles:
More articles by this author
|