RETOBOS EMPLUMADOS
PINO PÁEZ
(Exclusivo para Voces del Periodista)
Revolucionario
recorrido familiar
(Los Maderos no son de San Juan)
La familia Madero, en particular don Evaristo, el patriarca, en efecto, no era de San Juan, pero sí de por los igualmente bellos alrededores de Sabinas, donde también hace aire, tanto que al pudiente ancestro se podría aplicar -en territorio coahuilense- lo que se atribuyó al señor Terrazas, en la re-citadísima frasecita de “Yo no soy de Chihuahua, Chihuahua es mío”. Y es que poseía bancos, industrias, molinos, latifundios, comercios, fábricas... O en paráfrasis a Luis XIV bien pudo declarar: “El estado ( de Coahuila) soy yo”.
Al múltiplo se re-contaba la parentela
Don Evaristo tuvo casi una veintena de chilpayates en dos matrimonios, relatos edulcorantes, por ejemplo, Biografía de un patricio, de José Vasconcelos, entre prosa y prosa e hisopo e hisopo beatifican al biografiado, al proceloso prócer, al probo probadísimo, al padre padrísimo, al abuelito chocolaterísimo...
En varios textos se apunta que su predilección fue para el nieto mayor: Francisco Ignacio, al que chiqueaba con acariciadora melaza de patriarca y por el cual -según recopiladores de rumores y rumiares- sufrió terrible decepción cuando se insurreccionó al dictador, al grado que pronto y contrito pronunciaría elegiaco su estertor.
Hasta en Texas tenía terrenotes que en dicotomía perdió tras la pérdida del territorio. Diputado y gobernador fue este Madero patriarcal, pero era en la industria y en el agio donde la fortuna en rueda le giraba el diluviar de sus caudales. Con Santiago Vidaurri sostuvo una hermandad superior a la que destinan los azares de la sangre. Coincidían en todo, excepto en lo referente a la intervención francesa a la que don Evaristo combatió e incluso una constelación de coronel sopesó en sus hombreras, en cambio aquél... ¡fue secretario de Hacienda además de consejero imperial en la maximilianada!
A don Santiago lo fusilaron tropas juaristas, quien ordenó el ajusticiamiento fue Porfirio Díaz, al que Evaristo Madero Elizalde serviría con la fidelidad de su vertiginoso enriquecimiento. Vidaurri, cacique de Nuevo León, jamás ocultó su proclividad separatista, en 1855 proclamó la “independencia” neoleonesa bajo una nueva nomenclatura de “país”: República de la Sierra Madre, a la que por cierto ningún alpinista se quiso encaramar.
Periférica escala pa´luego más enmaderar
El señor Vidaurri, empero, es reivindicado ahora por los mismos que ruegan un monumento a Cortés paque los mexicanos venzamos nuestra orfandá, y al unísono también suplican erigir marmórea reproducción de Iturbide, traer los huesos de don Porfirio pa’otro desfilito y reivindicar estatuario el barbísimo memorial de don Maximiliano.
A don Santiago, en Nuevo León, le acaban de instalar su imagen bien metalizada; a don Hernán, en España, recién le hicieron una enorme esculturota de cuerpo entero, con la planta izquierda del pie ¡reposando sobre la testa de un indio decapitado!, en futbolero símil de goleador a punto de cobrar un penalti. En nota de El Universal se informa que una agrupación clandestina, Ciudadanos Anónimos, arrojaron pintura al cortesano monumento, aparte de distribuir panfletos en que exigen retirar la cabeza cercenada.
Quien protestó por el pintadero aquél con desgañitada indignación, no fue la autoridad de Medellín, localidad española de Badajoz donde nació el señor Cortés... ¡sino la administración de don Jelipe! a través de Manuel Arenal, titular de ¡Asuntos Culturales! de la embajada “mexicana”.
El “diplomático” a las órdenes de don Jelipe, acusó a los re-pintadores, de querer “negar al padre o la madre de los mexicanos”. Congenia esa opinión con las vertidas por el historiador Alberto Valenzuela quien, sin chispita de sonrojo en el tintero, escribió: “Hernán Cortés es el fundador de la Nacionalidad Mexicana y es el fundador de la Historia de la Literatura de México”, en una recopilación de la UNAM de 1959 en la cual da veracidad a lo anotado por el español Gonzalo de Sandoval, quien veía cómo los indios derrotados abandonaban “cargas de maíz y niños asados para comer...”.
Papá y hermanos en retorno enmaderado
Francisco Madero, hijo de don Evaristo y progenitor de Panchito Nacho, era porfirista... hasta que la porfía revolucionaria a don Porfirio le quitó el don. Al papá del autor del Plan de San Luis se le achaca haber estelarmente participado en los Tratados de Ciudad Juárez, único convenio quizá en el mundo donde una revolución triunfal rubrica algo similar a su propia rendición.
Francisco Ignacio Madero González, líder de la mayúscula Revolución, no comprendió el requerimiento urgentísimo de transformaciones sociales reales e inmediatas, hasta para beneficiar a su propia clase, a la burguesía contraria a los “científicos” de Limantour y al ex reyismo reagrupado en otra realidad. Carranza, tan proburgués como el jefe revolucionario sí entendió esa necesidad, de ahí su malestar al emitir (tras el juarense“tratamiento”) que revolución que transa, revolución que pierde, de allí también que tres años después, en los Tratados de Teoloyucan, se signó lo que Perogrullo recomienda firmar a los triunfadores: la rendición de los derrotados.
En los Tratados de Ciudad Juárez, íntegro se dejó al ejército vencido y se ordenó desarmar a los vencedores, se permitió que el presidencial interinato lo ejerciera un porfirista de cepa, Francisco León de la Barra, de quien Ricardo Flores Magón -fuera de todo chauvinismo- diría que nació en Chile; se aceptó que la composición de ese gabinete fuera “dual”, personajes de la revolución y personeros de la contrarrevolución, entre éstos Alberto García Granados, secretario de Gobernación, al que se le responsabiliza haber expresado “La bala que mate a Madero, salvará al país”.
Legisladores maderistas, distantes de cualquier profundidad revolucionaria, v.gr,, Cravioto y Palavacini del parlamentario Bloque Renovador, sugerían desesperados a Madero acotar tantas prebendas a los derrotados e incluso el hermano de don Francisco, don Gustavo, asimismo diputado, alertaba al fratelo por el cúmulo de equivocaciones, incluida la posterior confianza depositada en Victoriano Huerta cuya sonrisota plenilunar ya hedía a luna hiena.
Francisco ¿Inocencio? Madero
Más que confusión en añadir “Inocencio” a Francisco ( o el “Indalecio” asimismo errado) por el verdadero Francisco Ignacio, se podría lucubrar que los confusionistas sin Confucio, pretenden hacer de la inocencia una maderista esencialidad, una hagiografía... y santitos estampar en laminita. Aún hay comentaristas para quienes la bondá de don Francisco lo condujo derechito a su martirio. Madero, empero, nada tenía de inocente, baste su maquiavelismo de enfrentar entre sí a los hermanos Vázquez Gómez, para deshacerse de uno, el licenciado Emilio a la par que del Partido Antirreeleccionista... y hacerse de otro, el médico Francisco y del Partido Constitucional Progresista. O cuando membretada creó una confederación obrera en una especie de precharrificación y -por vía de su representante Carlos Trejo- aplicar un prematuro 33 a Francisco Moncaleano, al que algunos redactores definen español, otros oriundo de Colombia... pero al que el maderismo expulsó del país junto a su esposa, Blanca, por su postura anarcosindical.
Don Francisco fue un político valiente, nadie de la capa crematística se atrevió a desafiar como él a don Porfirio y al porfiriato. En los inicios de la campaña de 1910, sola y sólo con él se la jugó una mujer extraordinaria: Sara Pérez Romero, su cónyuge, la que cuando estuvo preso tras el huertazo, se afanó en salvarle la vida (al igual que la de Pino Suárez), sabedora que no era con el golpista Victoriano, ni Félix Díaz o Manuel Mondragón con quienes habría que ir... acudió con el mariscal de éstos: Henry Lane Wilson, embajador gringo, en cuyo recinto “diplomático” de hecho, de facto, asumió el gabinete huertero con interimperialista beneplácito (EU, Inglaterra, Alemania, Francia).
Doña Sara tenía clarísimo que el derrocamiento e inminente asesinato, era una resolución de Estado, proveniente de la Casa Blanca y el presidente Taft, por ello intentó ante éste la no consumación de la inminencia. Su hermano, Manuel Pérez Romero, denunciaría que a ella también quisieron matarla, cuando luego del magnicidio, los criminales accedieron entregarle el cadáver... con la condición que llegara a las dos de la tarde sin ningún acompañante. La viuda asintió, pero el consanguíneo la hizo rectificar... y no asistió. Al día siguiente apareció en un diario que Sara Pérez de Madero se suicidó a las dos de la tarde, frente al féretro de su esposo.
El cuñado de don Francisco fue uno de los siete legisladores que votaron en contra de las renuncias del presidente Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez, para el diputado Pérez Romero refrendar tales signaturas... representaba la ruta exprés hacia el doble homicidio.
Que el presidente Madero cometió más errores que un soñoliento ajedrecista, el mismo lo reconocería, ya preso, ante Manuel Márquez Sterling, el embajador cubano; hurgar en su espiritista proclividad la clave de su actuación, cuando esa práctica varios integrantes de sectores medios y altos de la vida pública y privada, la ejercían en diletantismo... es escarbar sin uñas la superficie. El fondo es que el presidente Madero adoptó medidas que inquietaron al imperialismo y sus chiquilines socios periféricos, desde una legislación laboral (con todo y la corporativista pretensión descrita), hasta el impuesto de 20 centavos por tonelada al petróleo, y propuestas de mayor hondura en esa materia y otras que el mandatario buscaba integrar a la nación. Gustavo Madero, en la cuestión petrolera, se opuso a su hermano, entre alabanzas a los magnates del crudo, argumentos tan parecidos a los que ahora esgrimen los desnacionalizadores en sus “aguas profundas” que de plano suena a plagio.
Hay preguntas que tienen respuesta entre sus mismas alcayatas de interrogación: ¿Por qué su destitución y muerte se decide en la Casa Blanca?, ¿Por qué las potencias imperiales de la época festinaron asonada e inmolación?, ¿Por qué una buena parte de la intelectualidá de la era escanció al golpista el almíbar de su tinta? Los cierto es que Francisco Ignacio Madero González no guarda parangón alguno con Salinas, Zedillo, Fox o don Jelipe. Usar su imagen es enmascararse con otra historia.
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