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Edición 243

RETOBOS EMPLUMADOS

 

PINO PÁEZ

(Exclusivo para Voces del Periodista)

’68 en la

Revolución Mexicana

Una de las preguntas-sugerencias que más se planteaban a brigadistas del ’68 inolvidable, era porqué no unir a la figura del Che la de Zapata y otros revolucionarios, la contestación -por lo regular- consistía en que el régimen, el PRI-gobierno, se apoderó de la Revolución Mexicana, engavetándola en el mauseolo de su mismísima demagogia.

 

Los cadáveres del matón son su propiedá

A ese respecto no había polémica, sobre todo al hacer mención de uno de los “zapatistas”, presidente del Partido “Revolucionario” Institucional, gobernador, secretario de Estado y general de división: Rodolfo Sánchez Taboada, quien cada aniversario luctuoso de Miliano iba con su comitiva a Chinameca, a plañir escenográficamente plañidero y a llorar actuada conjuntivitis de cocodrilo...

 

PARAPINO

 

Don Rodolfo estuvo en la hacienda de la Chinameca el 10 de abril de 1919, era capitán segundo a las órdenes del coronel Guajardo, y a su cargo estuvo el pelotón oculto que asesinó a Emiliano Zapata Salazar. Acerca del tema hay una película extraña: Lucio Vázquez, estelarizada por Antonio Aguilar y dirigida por Mario Hernández, en que el “capitán Sánchez” aparece, o mejor dicho reaparece, para bien escondidito, a una orden suya... se descargase contra el caudillo sin retórica un diluvio de muerte, escupido desde varios escondrijos. Sí, extraña es aquella cinta proyectada al unísono en numerosos cines, cuando el señor Echeverría se hallaba en la presidencia y porque don Luis fue... ¡delfín político de Sánchez Taboada!

 

El macabro Díaz Ordaz, en alguno de sus discursos, ¡se pronunció magonista!, y al grandioso Ricardo Flores Magón los charros lo hicieron avenida. En el sexenio posterior Augusto Gómez Villanueva, titular inaugurador de la Secretaría de la Reforma Agraria, no se cansaba de contar y recontar en un re-cuento fábulas revolucionarias en las que él encarnaba a Pancho Villa, con la recuperación de la testa en el pedestal de su atalaya y con la peregrina consigna de los nuevos peregrinos de la nueva “revolución”: ¡Arriba y adelante!, bien uniformaditos en transpirado caudal de guayaberas.

 

Expropiar a los confiscadores

Lo que más de un estudiante del ’68 en autocrítica asumía, era el no expropiar nuestros muertos, nuestros vivos, nuestros paradigmas... de la salivosa rotonda mortal aquélla. No explicar que entre el gran Che y el gran Zapata existía más de un parangón de grandezas, que tanto en Sierra Maestra como en los laberínticos maizales de Morelos, éste y aquél se sumaban y alentaban a comunidades y militancia revolucionaria, a ejercer colectiva y firmemente disposiciones tendientes a preservar principios revolucionarios, entendidos todos que entre las propias filas se puede desafiliar el que para sí busca cobrar en ventanillas las cuotas del sacrificio.

 

Con Pancho Villa, Che Guevara sostuvo otra analogía, aunque ésta más bien anecdótica; ambos tuvieron tratos con ciudadanos de Argentina sin tango ni bandoneón que colman el ambiente de una hermosura entristecida.

 

En 1960, cuando la Revolución Cubana triunfal desciende a villorrios y ciudades, un alemán apellidado Schwarzmann, nacionalizado argentino, era propietario en La Habana de un night club con espectáculo de zoofilia: un “actor” pornográfico sodomizaba gansos hasta morir; otro hacía “filarmónico” a un becerrito a fin de que interpretara silencios en pecaminoso flautín; uno más escenificaba sensualidades con perritas amaestradas que teatrales más que gruñir, pujaban ... Cómo disfrutaba la turística gringuería el “chou” , al igual que burgueses batistianos que bebían ron y veían ronronear micifuces en celo por manos expertas en localizar el punto G gatuno. El comandante Guevara de inmediato decretó la clausura... el alemán-argentino de inmediato decretó la apertura. Creía el señor Schwarzmann que los barbudos eran revolucionarios de empujón, que empujarían a don Fulgencio para hacer ellos exactamente lo mismo que el señor Batista. Otra vez de inmediato emitió el Che un decreto: fusilamiento para el magnate que animalitos inhumanizaba y a inhumanos animalizaba. El señor Schwarzmann voló a su embajada más revoloteador que palomitas que en su “teatro”-bar inmolaba, pidió perdón y lloriqueó en dos idiomas. La Revolución Cubana no podía allegarse un conflicto internacional, sin embargo, el Che advirtió a la sede sudamericana que si su refugiado volvía a poner un pie en Cuba...  ipso facto sería pasado por las armas para que sintiera el bestial cachondeo de las balas. El señor Schwarzmann se fue para siempre de la isla con la velocidad y lejanía de un papalote deshilado. Qué alivio para gallinitas, lechoncitos y hasta castores cruelmente desdentados a fin de obligarlos a pecar en horarios de la sed.

 

2PARAPINO

 

Varios brigadistas ilustraban que a Pancho Villa lo abordó otro argentino, igualmente en temporales revolucionarios, aunque éste no tenía dos nacionalidades. Se le conoció como el Gaucho Múgica, quien hizo circular su “villismo” en amplitud y rapidez tales que generaron suspicacias. El gran Centauro del Norte descubrió que ese “villista” tan descomunalmente difundido, era un sicario al que Carranza alquiló para asesinarlo, le hizo creer que lo aceptaba en sus filas, lo citó... y al llegar lo “basculearon” encontrándole sin albur un bien oculto pistolón, pese a que juró y perjuró que iba desarmado. Don Gaucho confesó que, en efecto, fue contratado para matar a Pancho Villa, pero que ya se hallaba tan arrepentido que era necesario quitarle a su “villismo” las comillas e imploró clemencia, rogó que lo admitieran, que le dieran posada. Pancho Villa devino anfitrión, condujo al señor Múgica a una estancia inmensa con una barda más grandota todavía, donde fue fusilado, sin negar al difunto la hospitalidad de los paredones.

 

En el brigadismo se hallaba lo medular del movimiento estudiantil, en su horizontalidad, en lo colectivo del hacer y el decidir. En algunas asambleas y círculos de estudio situaban en el debate expropiar a los ensalivados confiscadores de Zapata y Villa, zapatismo y villismo, por cierto, excluidos con prohibición terminante, de intervenir en la reunión parlamentaria de la que surgiría la Constitución del ’17; en el “régimen de la Revolución Mexicana” había un hurto de los nuestros a quienes habría que liberar de aquellas lenguas. Era indispensable -expresaban esos jóvenes- conocer la profundidad revolucionaria, a fondo transformadora de los cimientos sociales, de Ricardo Flores Magón, Juana Belén, Margarita Ortega... izarlos en pancartas junto al Che y Ho Chi Minh...  Emiliano Zapata era nombre y ejemplo de revolucionarios chinos, en una de las  brigada dos décadas anterior a brigadistas del ’68: la Gran Marcha maoísta. Oficialistas personeros pretendían oponer historia e imagen: Zapata “versus” Che; Villa “versus” Ho Chi Minh;  Serdán “versus” Lumumba... Hasta en la metafísica están los confiscadores, ¿acaso no confiscó el papado -a través de Pío IX- lo infalible de la divinidad?, ¿no se tornaron “vicarios” los pontífices, esto es, émulos directísimos del Espíritu Santo?

 

No velados novelistas de la Revolución Mexicana

El ’68 exhibió a creadores en cuento y novela de la temática de la Revolución Mexicana en una caudalosa trama lejos del tintero. Autores disímbolos en generación e ideas surgieron Al filo del agua de Agustín Yánez titular de la SEP y sumiso al tétrico don Gustavo en Las tierras flacas de la esquelética ignominia. Qué diferencia en tiempo y letra con José Revueltas “huésped” del “régimen de la Revolución Mexicana” en las Islas Marías y “huésped” otra vez en Lecumberri del “régimen de la Revolución Mexicana”; nuevamente tierra y agua, empero, qué distante territorio y torrencial, qué dualidad de encierro Dormir en tierra y en Muros de agua; 10 cargos sus acusadores le descargaron, para el emepé y el juez McGregor... el gran Revueltas era clon de Satanás que estudiantes demonizó. En donde no erraron fue en asentar que don José poseía un arma... ¡en el pensamiento!, así lo expresaron los torquemadas al servicio de Díaz Ordaz, al servicio del “régimen de la Revolución Mexicana”, mismita denuncia en variadas épocas que cherifes lanzaron contra Ricardo Flores Magón y la chicana Lucy González, viuda de Albert Parsons, uno de los mártires de Chicago.

 

José Revueltas Sánchez en su texto Evocaciones requeridas desarrolla críticas desfavorables a Pancho Villa. Otros revolucionarios, contemporáneos del jefe de la División del Norte, entre ellos, su coterránea, la duranguense Juana Belén y Ricardo Flores Magón, también le redactaron duros señalamientos. En ese escrito, don José se dirige a Zapata con admiración, sin embargo, su análisis es análogo en esencia al de Octavio Paz y Carlos Fuentes, para quienes Miliano era un especie de revolucionario demodé, como dirían los exquisitos, un combatiente extemporáneo que según los “demodadores”, antidialéctico luchó a destiempo de los tiempos. Sobre esta observación equivocada, Retobos Emplumados ya ha impreso pruebas en contrario. Don Carlos, uno de los más afamados noveladores de la Revolución Mexicana, en especial con La muerte de Artemio Cruz, en su ensayo Nuevo tiempo mexicano, de plano opina que el zapatismo “En muchos aspectos fue una revolución conservadora”. En su anterior Tiempo mexicano el ensayista confronta dos revoluciones: “ ...la revolución morelense que podía ser internacionalmente irresponsable (...) y la revolución nacional (que) debió resistir la presión constante del poder norteamericano...”.

 

En Tiempo mexicano el señor Fuentes publicó en 1971una oda al presidente Echeverría, a quien compara con el general Cárdenas, amén de que don Luis “...  optó, calificadamente, por el camino de la democratización”, “pasó del autoelogio a la autocrítica”, “levantó el velo del temor arrojado por Díaz Ordaz sobre el cuerpo de México....”, esto es, “Echeverría o el fascismo” en la disyuntiva que con Fernando Benítez patéticamente patentizó.

 

Otros hacedores del referido tema novelístico, Luis Spota y Martín Luis Guzmán, por citar dos, tras la  masacre de Tlatelolco descubrieron que los ejecutores de la matanza fueron los muertos. El señor Spota, autor de La Plaza, novela acerca del ’68 que se lee apresurada no por prisas de lector sino por lo carrereado de la narrativa, presionado quizá el autor por las premuras del encarguito, fue también director de la revista Espejo de un medio millar de páginas, financiada por el gobierno, en cuya” información” casi-casi de ultratumba se “reveló” que los agredidos ¡fueron los soldados! Del señor Guzmán, Julio Scherer destaca lo que el novelista de El águila y la serpiente expresó ante Díaz Ordaz tras el genocidio: “No dio usted ni un paso más de los estrictamente necesarios para que la paz en México y la vigencia de las instituciones democráticas que nos rigen resistieran la embestida que se les preparaba. Lo felicitamos a usted señor...”  Lo anterior está en la antología Pensar el 68, ediciones Cal y arena, en que se añade lo que don Martín opinaba del entonces liderazgo estudiantil: “avieso, turbio, mendaz, subversivo...”. No fueron en balde tales comentarios, pues en 1976 Martín Luis Guzmán fue recompensado con una senatorial curulita, aunque ni La sombra del caudillo le permitió tapar fuera de ficción lo novelado, lo no velado, por una luz enfurecida.

 

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