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Formados en la concepción historicista de la realidad, los mexicanos no han podido -y muchos no han querido- hacer un análisis real de la Revolución Mexicana como ruptura política. En su ensayo de 1970 Posdata, Octavio Paz logró resumir esa parte de la carga histórica que domina no sólo las pasiones sino que impide la reflexión: “Toda dictadura, sea de hombre o de un partido, desemboca en las dos formas predilectas de la esquizofrenia: el monólogo y el mausoleo. México y Moscú están llenos de gente con mordaza y de monumentos a la revolución”.
La Revolución Mexicana ha sido potencia y fardo. Más que un hecho histórico, se convirtió en una venda sobre los ojos. Forjada como doctrina casi religiosa por el PRI en el poder, la alternancia en el 2000 no se atrevió a reformular una interpretación de la historia nacional. Así como el liberalismo juarista se apropió de la revolución de independencia, así el PRI y el priismo como clase política se apoderaron del significado histórico de la Revolución.
La propia Revolución nunca logró definirse a sí misma en los horizontes ideológico e histórico. El problema fue que la Revolución prohijó al PRI y éste convirtió a la Revolución -parafraseando a José Revueltas- en una Catedral sin Papa. La Revolución derivó en una coartada política sexenal, lo mismo para justificar el autoritarismo de Obregón y Calles, que para legitimarla represión de los cincuenta y sesena y también los populismos de Cárdenas y Echeverría y el neoliberalismo de De la Madrid, Salinas y Zedillo.
El centenario del estallamiento de la Revolución no sirvió para hacer una reflexión crítica del movimiento de 1910. El PAN, porque carece de una ideología de recambio, el PRI porque convirtió la Revolución en un hecho central de cultura política para justificarse a sí mismo y el PRD porque su deformidad ideológica quiere usar a la Revolución como discurso vacío para un neopopulismo neorcardenista que con mucho apenas se acercaría a una movilización de masas no clasistas.
Lo grave ha sido que la historiografía sobre la Revolución Mexicana trató a ese movimiento como un tótem sagrado y no como un hecho histórico.
De ahí que las fiestas del centenario se hayan agotado sólo en los desfiles, los discursos retóricos y los spots. La razón es obvia: los setenta años de reinado priísta pervirtieron el papel histórico de la Revolución Mexicana. El saldo del priismo en el poder -nacido del asesinato del candidato presidencial Alvaro Obregón y liquidado por el asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio- fue marcado por la corrupción, la represión y la pobreza y nada tuvo que ver con los anhelos de justicia social de la Revolución.
Por ello es que falta aún el gran estudio histórico sobre la Revolución Mexicana. Y no ha llegado porque tendría que partir del reconocimiento de que el PRI se apropió de la Revolución y pervirtió sus ideales de justicia. Por ello es que en este contexto poco hay que celebrar. A ello hay que agregar el hecho de que el PAN elaboró una crítica conservadora a la Revolución, pero llegó al poder presidencial sin un gran debate cultural sobre la propia historia nacional y quedó atrapado en la demagogia de los conceptos históricos.
La Revolución Mexicana fue una hazaña histórica de las clases desheredadas y explotadas, pero manipulada por una clase política priísta que la convirtió en un chip colocado en el cerebro de los mexicanos al nacer para determinar sus pensamientos cotidianos.
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