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Permanente insurrección anticolonialista
Miguel Ángel Ferrer
Al mediodía del jueves 20 de octubre, en que redacto estas apresuradas líneas, los peleles de la OTAN en Libia que se hacen llamar revolucionarios daban por cierta la muerte de Muamar Gadafi. Y no tenían empacho en reconocer que el fallecimiento del líder libio fue producto de un bombardeo por aviones de la propia OTAN a un convoy en que los defensores de Sirte se retiraban de la ciudad.
Hasta ese mismo momento en que los siervos de la organización atlántica se solazaban en la difusión de la noticia, el verdadero amo en Washington se había abstenido de confirmar o desmentir la especie. ¿Habrá que preparar un buen argumento que resulte creíble sobre los acontecimientos y que impida que Gadafi se convierta en mártir de la defensa, presente y futura, de su patria?
Ahora toca el turno de Bashar Al-Assad.
Por lo pronto, y asumiendo como verdaderas la versiones de los cipayos de la OTAN, debemos reconocer que ha tenido un primer éxito el programa neocolonizador de Estados Unidos en África. Un siniestro plan para recolonizar a países que ya habían logrado liberarse del yugo explotador de la culta y torcida Europa, antes hegemónica y hoy comparsa del nuevo amo yanqui. Hoy Libia y acaso mañana Siria o Argelia. O cualquier otro país con gobiernos insumisos o con algunos rasgos de independencia.
De Siria ya llegan dolorosas noticias sobre el plan imperialista de desmembrar al país y repartir su territorio, una de cuyas porciones quedaría en manos de Turquía, la potencia regional que, curiosamente, es miembro de la OTAN y de la Unión Europea.
Hasta ahora, el tenebroso plan sólo está en el papel, gracias a que Rusia y China no se han plegado a los designios de Washington y de la siempre belicosa Europa. El veto ruso y chino al plan de sanciones contra Siria, y a la creación de una zona de exclusión aérea, semejante al que abrió la puerta a la invasión de Libia, ha impedido que se ponga en marcha la nueva agresión bélica en medio oriente.
Pero la labor de zapa ideológica, política, social, económica y cultural del imperialismo contra el gobierno de Bashir Assad no ha cesado. En Siria, donde convivían pacíficamente diferentes confesiones religiosas, el imperialismo ha venido sembrando, con relativo éxito, el germen del fundamentalismo islámico y, consecuente y lamentablemente, de una nueva guerra civil de carácter religioso que sirva para derrocar a Assad.
Muammar Gaddafi, pagó el precio de su rebeldía frente a E.U.
Pero la historia y la experiencia enseñan. Y ahí están las lecciones de Irak y Afganistán, países agredidos, invadidos y ocupados militarmente y que, sin embargo, no pueden ser dominados. Un escenario, al igual que Palestina, de permanente insurrección contra el ocupante extranjero. De imposible gobernabilidad pacífica en lo político y de permanente caos en lo económico y en lo social.
Para la reedición de ese escenario de permanente insurrección, Libia cuenta adicionalmente con un activo de la mayor importancia: El líder no huyó. Se quedó en su patria para encabezar la defensa de su tierra y de su gente. Gadafi ya ha pasado a la historia como un héroe sacrificado en defensa de la patria invadida por las fuerzas armadas del neocolonialismo.
Al amparo y bajo la protección de las fuerzas armadas del imperialismo llegarán a Libia las privatizaciones de los bienes del pueblo libio para comenzar la nueva etapa de expoliación colonial. Y como en toda colonia, se hará evidente lo que bien sabemos: Que el imperialismo no llega para dar, sino para quitar. Que el imperialismo sólo empobrece y es fuente de sufrimientos y dolores para el pueblo invadido. Estos crudos hechos serán la fuente de una nueva guerra de independencia en la que aparecerán nuevos anticolonialistas, nuevos patriotas, nuevos Gadafis.
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