LUEGO DE LOS ATENTADOS terroristas del viernes 13 de noviembre, el presidente de Francia, Francois Hollande, ha ordenado la persecución y el castigo “sin piedad” de los autores materiales del criminal suceso. Pero no se ha sabido que haya ordenado lo mismo para los autores intelectuales del pavoroso crimen.
HOLLANDE ni siquiera ha dirigido una comedida reclamación al gobierno autocrático de Arabia Saudita, jefe y principal auspiciador y financiador de la organización Estado Islámico (EI), autora material de los sangrientos atentados. Y menos, desde luego, ha suspendido la venta de armas francesas a la casa saudí.
Tampoco, por supuesto, ha expresado un mea culpa por haber contribuido decisivamente a la génesis, financiamiento y consolidación del EI, factor principalísimo en su estrategia para lograr el derrocamiento del presidente de Siria, Bashar al Assad.
Matar sin esperar órdenes
Francois Hollande, cual moderno doctor Frankenstein, creó un siniestro monstruo que, una vez dotado de vida propia, se salió del control de su creador y ha empezado a matar sin esperar órdenes. Pero ésta, desde luego, es una hipótesis un tanto ingenua y muy generosa con el social-derechista mandatario galo. Hay otras hipótesis sobre la autoría del feroz multihomicidio.
Una, nada despreciable, es que haya sido el propio Hollande quien ordenó la serie de atentados del fatídico viernes 13, con la siniestra y perversa finalidad de fabricar un extraordinario pretexto para justificar una invasión militar de Siria, derrocar a Al Assad y dar seguimiento al proceso neo colonizador comenzado por Occidente con bastante éxito en Afganistán, Irak y Libia.
Esta segunda hipótesis de un atentado con bandera falsa tiene muchos antecedentes. Quién no recuerda el hundimiento del Maine, buque de guerra de EE.UU. en la bahía de La Habana que, realizado por el propio gobierno estadounidense, sirvió como estupendo pretexto para invadir militarmente Cuba y convertirla en colonia yanqui.
Agresión norvietnamita
Y quién no recuerda el incidente del golfo de Tonkín, una supuesta agresión norvietnamita contra EU que más tarde se supo que había sido una invención de Washington y que sirvió de pretexto para iniciar los masivos bombardeos aéreos de Vietnam del Norte que produjeron miles y miles de víctimas civiles. Más recientemente, otro famoso atentado con bandera falsa fueron los avionazos contra las Torres Gemelas de Nueva York que sirvieron de justificación y pretexto heroico para la invasión y recolonización de Irak.
Curiosamente, en las horas siguientes a los atentados de París, las autoridades francesas difundieron con gran amplitud y repercusión una nota que informaba que junto al cadáver de uno de los atacantes se encontraba tirado en la calle un pasaporte sirio, presumiblemente del terrorista caído. Un pasaporte sirio junto al cuerpo sin vida de un terrorista parecía una buena pista para colegir que el atentado podía haber provenido del Estado Islámico.
No prendió la pólvora
Evidentemente la chispa del pasaporte no prendió la pólvora de la invasión multinacional de Siria deseada por París, Washington y Tel Aviv. Pero refuerza la sospecha de que los atentados del viernes 13, ejecutados por el EI, pudieron ser ordenados o al menos inducidos o consentidos por el propio gobierno francés, en complicidad con los aparatos de inteligencia y terror de EU, Israel y Arabia Saudita, todos ellos antigua y vivamente interesados en destruir a Bashar al Assad. ¿Se acuerda alguien del frasquito que exhibía Collin Powell y que contenía las pruebas de la existencia de las armas de destrucción masiva en poder de Saddam Hussein?
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