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¿ESTAMOS OLVIDANDO
A JUAN JOSÉ ARREOLA?
Fernando Díez de Urdanivia
Cuando hay afecto, suele parecernos que no se recuerda de manera suficiente a quienes han hecho la historia. Es para mí el caso de Juan José Arreola, amigo desde 1944, cuyo décimo aniversario luctuoso considero pobremente celebrado, si se compara con la riqueza que nos dejó.
Al terminar 2011 contribuyo con estas líneas. Era mi padre director del diario El Occidental en Guadalajara. Un señor que trabajaba en el departamento de circulación fue invitado a redactar y después recibió el encargo de publicar secciones de corte provinciano, pero trascendencia universal. Más de una ocasión solicitó mi auxilio. Nunca he tenido el valor de buscar en la hemeroteca jalisciense las páginas hechas entre un escritor agobiado por el compromiso y un muchacho de once años. En torno a Juan José conocí a Rulfo y Antonio Alatorre. Me veían como niño y yo no sabía quiénes eran.
Años después nos encontramos en la ciudad de México. Multitud de fechas compartidas. Variedad de lugares para conferencias suyas que pude propiciar. Discusión en mi automóvil cuando le entrego un sobre con dólares, porque cómo me va a cobrar la charla que ha dado. No te estoy pagando yo, es la Universidad de California.
En lugar de mis palabras torpes, termino con uno de sus mejores cuentos, parte de la novela La Feria:
Pitirre andaba en el jardín.
Pitirre andaba en el jardín.
En una banca estaba sentada una señora con una niñita en los brazos. La niña le gustó a Pitirre. “¿Me deja darle una vueltecita a su niña?”, le dijo Pitirre a la señora.
Pitirre se llevó a la niñita entre unas matas de trueno. Sacó una botellita y le dijo que bebiera un traguito. La niña dio un trago grandote. Luego comenzó a crece y crece. Se hizo una muchacha grande. Más grande de lo que Pitirre quería. Luego se casó con ella y tuvo su noche de bodas bajo las matas de trueno.
Después sacó otra botellita y la muchacha volvió a dar un trago grandote. Luego comenzó a hacerse chiquita, chiquita. Pitirre la tomó en sus brazos, le puso un caramelo en su boquita y se la llevó a su mamá.
La señora dijo: “Qué niño tan mono”. Luego le dijo a la niñita: “Dile muchas gracias”. Pero la niña, que se había hecho muy chiquita, ya no sabía hablar. Sólo hizo: “Ta, ta”. Miró a Pitirre con mucho sentimiento, no por lo que le había hecho bajo las matas de trueno, sino por haberla dejado tan chiquita.
Cosas como ésta hacía Pitirre en el jardín.
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