Los torcidos caminos de la derecha mexicana ABRAHAM GARCÍA IBARRA
POR CITAR UN CASO FRESCO Y REFRESCANTE, no mediaron más de diez días entre la elección y la toma de posesión, el 15 de mayo pasado, del nuevo presidente de Francia, Francois Hollande, quien llegó al cargo con dos compromisos que él mismo consideró mayores: Juventud y Justicia.
El solitario de los Pinos
El dato nos actualiza una vieja preocupación de nuestras cabezas frías, sobre el largo periodo de transición entre la elección presidencial y la protesta del Presidente electo en México: Para 2012, 162 días. En el macabro estado de ingobernabilidad por el que pasa la República, se abre el 2 de julio un sombrío interregnum difícil de discernir.
No es, la anterior inquietud, concesión al tremendismo: Después de la matanza del 2 de octubre de 1968, intereses bastardos trataron de incitar al secretario de la Defensa, Marcelino García Barragán, al golpe de Estado contra el presidente Gustavo Díaz Ordaz. En 1969, apenas arrancando su campaña presidencial, se trató de deponer al candidato del PRI a la presidencia, Luis Echeverría Álvarez, “por ofensas contra el Ejército”, por el minuto de silencio que guardó en la Universidad Nicolaíta, de Morelia, Michoacán, por los muertos en la Plaza de las Tres Culturas.
Después del asesinato en 1973 del presidente de Chile, Salvador Allende, durante el sexenio de Echeverría, desde enclaves de Puebla y Monterrey, la ultraderecha emprendió una campaña tratando de implantar la lógica golpista. Incluso, se intentó de aclimatar el método brasileño que tumbó a Joao Goulart en 1964. En febrero de 1975, en el Hotel Ambassador, en la zona metropolitana de Monterrey, abortó la conspiración de Chipinque, en la que delegados empresariales y de organismos de ultraderecha plantearon el derrocamiento del Presidente.
De corte golpista fue también la campaña México en la libertad, emprendida a convocatoria de las cúpulas empresariales, después de la expropiación de la banca por José López Portillo el 1 de septiembre de 1982, situación que contaminó de tensión los tres meses de espera de Miguel de la Madrid para su toma de posesión. Hubo voces cercanas al Presidente electo -quién no había sido consultado ni informado sobre la radical decisión de su antecesor-, que le aconsejaban buscar algún mecanismo para adelantar su asunción.
Más evidente fueron los sucesos de 1988. Después de tipificado el proceso de revisión de los resultados de la elección presidencial como un Golpe de Estado técnico en el interior del Colegio Electoral de la Cámara de Diputados, en la primera semana de septiembre, previa a la emisión del dictamen definitivo para consagrar a Carlos Salinas de Gortari, so capa de un encuentro con militares en retiro en una llamada jornada de la Unidad Revolucionaria priista, se pretendió convencer a De la Madrid de que movilizara a las Fuerzas Armadas para salir al paso -se dijo en el discurso del general Renato Vega Amador en la ocasión- al supuesto plan de contingentes cardenistas (cuauhtemistas) de tomar con las armas las Ciudad de México y las capitales de los estados para evitar la declaración de Presidente electo. El 1 de diciembre de 1988, el Palacio Legislativo de San Lázaro y sus inmediaciones fueron puestos bajo estado de sitio para la toma de posesión de Salinas de Gortari.
En 1994, activo el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en Chiapas, asesinado en marzo el candidato presidencial del PRI, Luis Donaldo Colosio, y en el periodo de transición administrativa (28 de septiembre) el diputado priista José Francisco Ruiz Massieu, se estimó “pertinente” el estado de alerta de las Fuerzas Armadas en el entorno de los preparativos de la protesta constitucional de Ernesto Zedillo Ponce de León.
Más latentes están los hechos de la toma de posesión militarizada de Felipe Calderón Hinojosa, el 1 de diciembre de 2006, en que el Presidente designado entró al recinto oficial de la Sesión de Congreso General por un improvisado y secreto túnel, escoltado por comandos castrenses.
Compañeros de viaje
Con esos antecedentes -un sumario apenas-, en este espacio hemos estado advirtiendo sobre la tentación golpista que se respira desde hace meses en torno a la sucesión presidencial. La reciente enervada y extensiva represión contra altos oficiales del Ejército (se habla de que la Procuraduría General de Justicia tiene en la mira a unos 40 militares, aparte de los generales ya arraigados, uno de ellos una semana después de haber criticado en acto partidista la política guerrera del Presidente) trasmina signos de irritación entre la oficialidad en retiro y aun entre mandos en activo.
La semana pasada, desde Washington se divulgó información de que, al menos seis generales, cinco en direcciones administrativas en el Campo Militar número 1 y un comandante de región (Monterrey, Nuevo León), comparecieron en la capital estadounidense, según dos versiones: 1) para informar del procedimiento iniciado contra militares arrestados, y 2) para desfilar por una pasarela como candidatos a la titularidad de la Secretaría de la Defensa Nacional. ¿Sólo a eso viajaron a Washington? ¿Por qué no lo hizo el general secretario Guillermo Galván Galván?
En esas mismas horas, el comandante supremo de las Fuerzas Armadas, Felipe Calderón Hinojosa, presidía en la Ciudad de México el Cuarto Foro Nacional sobre Seguridad y Justicia. El talante exhibido por el mandatario era de franca histeria: Dando la imagen de que condicionaba la entrega de la banda presidencial al candidato que se comprometiera en la línea de la guerra contra el narco, emplazó a los aspirantes ante un intemperante imperativo: Sí o no. Lo presentó como “dilema”: Seguir enfrentando a los criminales y luchando por la seguridad. O “acomodarse” con los delincuentes.
Dado el desprecio demostrado por el Presidente hacia la autoridad del Instituto Federal Electoral (cuyos consejeros una semana antes fueron citados a una junta secreta en Los Pinos), parece verosímil la sospecha de que se buscan atajos para dejar de lado la Constitución. Si, el interregno entre junio y diciembre parce no sólo eterno, sino sumamente peligroso.
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