Periodista que no toma,
es como una flor sin aroma… TEO LUNA
RECORDAR ES VIVIR. Tuve la oportunidad de revivir gratos recuerdos de mi adolescencia, allá por los 70s… Sí, ya sé que ya llovió, pero sin duda, recordar es vivir. Mis rumbos eran la Alameda Central, Avenida Juárez, Balderas, San Cosme, Reforma, Insurgentes y el zócalo de la ciudad de México. Recorría un buen número de calles. En aquella época, las agencias de noticias, como Francés press, Prensa Latina, UPI, Informex, Notimex y ANPE, se ubicaban en el perímetro de Bucareli, el corazón periodístico de México.

Hay que destacar, que las empresas periodísticas, incluso los diarios, no tenían tanta tecnología como ahora y yo iba a cada una de las agencias por los rollos de noticias que imprimían los teletipos y los télex, para que ANPE, de manera resumida y redactada especialmente, enviara a sus abonados las noticias al momento. Era un mundo de noticias que enviábamos de todo el mundo, más las que generaban corresponsales, reporteros y los boletines que llegaban a la Avenida Juárez numero 76, sexto piso.
Les “frescas” para lo reporteros
ANPE fue la primera agencia nacional en usar microondas y era de mi padre en paz descanse. El ilustre periodista, Don Domingo Salayandia Nájera, pionero de la radio en Chihuahua y un extraordinario ser humano. Yo, era muy feliz andar de un lugar a otro, caminado rumbo a las Tortas Robles, propiedad de un distinguido y amistoso fotógrafo. Robles, sus tortas eran muy famosas las de quesillo con aguacate, las de jamón con frijoles y una gran variedad; igual las Tortas Armando, de pierna, la especialidad de la casa.
Mis recorridos era a las agencias de noticias, a los puestos de periódicos a comprar los vespertinos y meridianos. Así, iba con frecuencia a satisfacer las necesidades del cuerpo de reporteros que todas las tardes me mandaban por las frescas, que escondían en los cajones y cubrían con una cuartilla. Las frescas, eran las Tecates, más cigarros y deseos personales. Me sentía útil andar y bajando el elevador y recorriendo el centro de la ciudad de México, por las tardes, de lunes a viernes, los 365 días del año. Comencé a beber cerveza a los doce años de edad; diariamente me tomaba de dos a tres Tecates. Así empecé, a los 12 años, igual, a fumar.
Aprendí el quehacer reporteril
Aprendí a usar el télex y redactar, igual que ahora, con mis dos deditos. Me gané la simpatía de los reporteros. Todas las tardes me sentía entre pandilla, entre amigos y poco a poco, con el tiempo me enseñaron a reportear. Unas veces me iba con Luis Rosales a cubrir las policíacas, junto con mi amigo Benjamín Reyes, que ahora vive en Cuauhtémoc, Chihuahua. También Rosa María Ramírez Vientre me guiaba en los deportes. Ahí tuve la fortuna de conocer a don Mario Vázquez Raña, ahora presidente y director general de la OEM, y muy chavo me fui a Monterrey, a cubrir un Campeonato Mundial de Voleibol. por supuesto que José Núñez Ramos, Augusto Cabrera, Daniel Flores Meneses y otros, me agarraban de botana debido a mi pésima ortografía y a la falta de cuerpo en la redacción.
De igual suerte, me iba a los eventos del Presidente de la Republica. Estuve en muchos actos del Presidente Luis Echeverría Álvarez y de ahí para el real. Anduve igual en actos de las campañas presidenciales de López Portillo, de Miguel de la Madrid y algunos de Carlos Salinas de Gortari. Tuve la oportunidad de entrevistar a muchos políticos de alto rango.
Con las años, que ahora son más de 40, aprendí el oficio de reportero y me ha dado la oportunidad de incursionar en todos los medios: de ser editor de periódicos y revistas, productor de radio y televisión. Felizmente, ahora, soy escritor, con 11 libros publicados, más mi satisfacciones como productor de obras de teatro.
Ligada a mi carrera periodística, nació mi alcoholismo
ANPE se localizaba en el edificio Aztlán. Fue el primero en caer, al mismo tiempo en que cayó el de la Universidad Ibero. Luego vinieron los sismos del 85, y entre otros, cayó el hotel Regis, donde muchas veces estuve con mi padre, escuchando sus planes, sus sueños y sus platicas con grandes hombres y mujeres, como con don Manuel Bernardo Aguirre, quien fuera gobernador del estado de Chihuahua y un distinguido político.
En ANPE, eran más de diez reporteros; la mayoría hombres, y ahí a los doce y trece años de edad, comencé a echarme un par de frescas por las tardes; luego, un poco mayor, ya entraba a las cantinas de la zona del periodismo llamado nacional, como a La Mundial, El Negrezco, El Belmont, La Sevillana y muchos refugios de reporteros y todo esto vino a mi memoria, debido a que esta semana fui invitado a compartir y a presentar uno de mis libros, Ayer y Hoy, en el Club Primer Plana, donde hablé de mí y di mí testimonio de vida ante muchas caras conocidas de los medios capitalinos, tanto impresos como electrónicos, y recordé cómo adquirí mi adicción por el alcohol.
Árbol que nace torcido, jamás su tronco endereza
Recordé mis primeras borracheras. Esas tardes de dominó, cubas y tequilas, fumando como desesperado y alguien dijo, ya en la ronda de preguntas y respuestas, y bueno, dijo, Periodista que no toma, es como una flor sin aroma… Cierto, el gremio se distingue por ello y luego pensé en los médicos que le entran con singular alegría, en los abogados, los ingenieros, los peluqueros, igual en los albañiles, los meseros, locutores, artistas, cantineros, cancioneros, también en los maestros, en los burócratas, y qué decir de los taxistas, de los policías, los políticos, también los militares, los veterinarios, los diseñadores gráficos, enfermeros, hombres y mujeres.
Entonces, el dicho, no es exclusivo de los periodistas. Por desgracia, el alcohol esta arraigado por todos los sectores y sin duda, nadie escapa del alcoholismo, así que esas flores sin aroma, síganle echando más aroma, más gasolina a la hoguera, que tarde que temprano, de los fondos nadie se escapa. Finalmente te marchitas y mueres.
Mi enfermedad, es incurable, contagiosa, burlona, mortal
Yo he tocado muchos fondos, pero para mí, son suficientes. He tenido la humildad de aceptar que tengo un señor problema por mi manera de beber, que perdí la proporción, que soy alcohólico, drogadicto, maniaco depresivo. Hoy me acepto como enfermo, con la pena de que esta enfermedad perversa del alma, no distingue profesión, ni sexo, ni partido político, ni ideología, ni edad ni posición social o económica. Agarra a todos por parejo y cobra vidas.
Hay tanto que recordar, el platicar, como esas tardes en la cantina El Recreo, donde mi amigo, don Guillermo, el dueño tomaba diario y nos poníamos hasta las chanclas; se nos iban las tardes sobando las fichas y jugando al dominó y él, don Guillermo, dejaba de tomar en la cuaresma y en la cuaresma le venían todos los achaques, sangraba cada vez que iba a obrar, le dolían los huesos, la cabeza y andaba de un humor de los mil demonios.
Hoy comprendo por qué, antes no y es muy simple: el síndrome de abstinencia le pega a cualquiera y nada más terminaba la cuaresma y el hombre volvía a sonreír, a ser feliz y entonces digo: Cantinero que no toma, es como una flor sin aroma. Ingeniero, licenciado… a todo aquel periodista que no toma, es como una flor sin aroma. ¿Será?
La realidad del alcoholismo
Un alcohólico como yo, es el huracán rugiente, un neurótico empedernido que tiene en jaque a toda la familia, siempre apestado alcohol, destilándolo hasta por los poros, un ser prepotente, altanero, grosero, que amenaza, denigra, ofende, humilla, un tipo enfermo, déspota, celoso, miedoso, anti social, lleno de defectos que no acepta que tiene un serio problema en su manera de beber, de usar drogas; que no acepta que la cerveza es una droga y que a través de los años se ha hecho mucho daño, ha secuestrado a su esposa, la mantiene en depresión, neurótica, llena de incertidumbre y zozobra, a violado los sueños de sus hijos, se los ha robado, a sembrado miedos y complejos y pueden pasar cien años y el borracho no dará su brazo a torcer, no aceptara ni habrá de rendirse.
No he visto a nadie que le gane
Mi buen amigo Pedro, se desempeñaba como bibliotecario de una universidad, tenia buenos años, tanto trabajando, como empinándose la anforita del Jarana, tequila, y después de que tuvo su primer ataque epiléptico a sus 43 años. Su mama me pidió ayuda y fui a su casa. Pedro, a las 12 del día estaba sucio, sin bañarse, flaco, deprimido, su piel amarilla, la boca seca, su estado de ánimos por los suelos y le regale uno de mi libro La Saliva del Diablo. Le dije: Mira, aquí puedes leer la historia de mi vida, de cómo el alcohol destrozo mi vida y me robó todo lo que yo amaba, me arrebató mi paz, me robo mi trabajo, me corrieron por borracho, por irresponsable. Podrás leer, otros testimonios de mujeres y hombres alcohólicos y drogadictos que ya no viven, muchos de ellos, que me regalaron sus testimonios, no la libraron, han muerto, la droga se los llevo de una manera muy cruel.
Pedro comenzó a tomar mis terapias, iniciamos todo un proceso de desintoxicación. Con lo tratamientos, hidratamos su cuerpo, le dimos literatura, le mostré un buen número de películas, lo escuche infinidad de veces, lloramos juntos, íbamos a grupos de AA. Con la ayuda de Dios, logre sacarlo y mantenerlo limpio por más de seis meses. Luego le perdí la pista; se negaba a contestar mis llamadas. Pedro, le echó todos los kilos a la recuperación, pero comenzó a fallar, poniendo uno y mil pretextos y al poco rato, volvió a las mismas a poner en riesgo su propia vida, a poner en riesgo su trabajo y a su misma familia, de esa manera, de una manera totalmente irresponsable.
Pedro se prendió de nuevo del Jarana y yo lo volví a encontrar en el hospital. Un domingo, fui a visitarlo a su cuarto, ahí estaba todo decaído, flaco, con los ojos hinchados, con lo blanco, café cenizo con cirrosis hepática, decaído, deprimido, le dio gusto al verme y cuando nos abrazamos, lloramos, pidiéndole a Dios otra oportunidad. Después de la santa guarapeta que duro meses, el hígado ya no quiso regenerarse, ya no quiso responderle.
Pedro, murió dejando un profundo dolor a su esposa, madre, hermanos e hijos.
Como siempre a tus órdenes.-
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