VOCES DEL DIRECTOR
Sálvense los principios,
aunque se hunda el mundo
Mouris Salloum George
UNO DE LOS FUNDADORES del mutualismo, Pierre-Joseph Proudhon, dijo hace dos siglos, que: “Toda preeminencia social, concedida o, mejor dicho, usurpada bajo pretexto de superioridad de talento y de servicio, es iniquidad y bellaquería” … mienten como un bellaco quienes asesinan por la espalda y rematan a las madres en presencia de los hijos.
En efecto, ningún principio moral puede asistir a quienes medran, masacran o avasallan desde el poder, como no se admite desde la familia o la pareja. Pero la bellaquería y la insolencia se han instalado en los sistemas políticos que han devenido corruptos porque rinden tributo a los descastados. No tienen un solo argumento para las desgracias.
En el mundo actual, donde tres cuartas partes de la población vive en la pobreza, mientras el resto detenta el poder y la riqueza, el problema entre política y moral adquiere una resonancia más que preocupante; no sólo por la corrupción política reinante, sino también por las exigencias de la misma política cuando ésta se pretende vincular con un proyecto de emancipación social.
La batalla sigue siendo: lograr que las normas recobren la jerarquía perdida; que si durante largos períodos se han convertido en mediatizadoras sociales, en protectoras del inmovilismo, reasuman su investidura de punta de lanza contra las aspiraciones comunitarias.
Que transiten de simples reguladoras de la realidad estática a cimientos de nuevas formas de convivencia. La dinámica de la ley debe marcar rumbos progresistas, no retrógradas. No quedarse como el viejo búho de Minerva, en aquella alegoría de George W. Hegel, que proyectaba su vuelo al atardecer sobre realidades establecidas.
La bellaquería ramplona que tanto asistió los crímenes de los indeseables, debe ser desterrada de un país como México, donde más de 100 millones de habitantes luchan a diario por la sobrevivencia, mientras el 1 por ciento de los privilegiados se solaza en las enormes riquezas frutos del patrimonio colectivo.
Se busca que la añeja relación entre política y moral, cuestionada desde la polis griega, trascienda a la arena civil, admitiendo el juicio cualitativo sobre ambas para que no exista moral sin política y el fin no justifique los medios, atribuida a Maquiavelo.
La consigna fascista “sálvense los principios, aunque se hunda el mundo”, es el caldo de cultivo del sectarismo, el fanatismo político y la derecha ramplona; tal y como la política sin moral ha degenerado en la dictadura de unos cuantos, de modo que secuestró a los emblemas de la democracia y los enterró bajo dogmas de una supremacía peor que infame.
Se trata de encontrar una moral política o una política moral, que no se encierre en sí misma y no se amuralle en el santuario de la conciencia individual, sino que asista a la plaza pública, socialice sus auténticos valores y se haga presente en el actuar colectivo.
Sin caer en una práctica que, en nombre de la eficiencia, destruya los límites morales, sino que ofrezca una alternativa válida al injusto capitalismo de libre mercado, privatizador o las engañifas globalizantes de nuestro entorno.
Todas son pamplinas, revoltillos de la realidad alejadas de los principios aducidos supra.
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