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Edición 215
Escrito por Guillermo Fabela Quiñones   
Martes, 04 de Agosto de 2009 17:16

“Escenarios de la descomposición”                

 
EL PODER ES PARA EJERCERLO, faltaba más. Me importan una chingada las críticas de mis enemigos. No voy a desaprovechar la oportunidad que sólo se presenta una vez en la vida. Tanto que batallé por llegar a ser gobernador y dejar de serlo así nomás, sin haber aprovechado todas las oportunidades que se me presentan. No soy su pendejo para andarme con ideales en los que nadie cree.

   Los cambios sólo existen en la cabeza de los jodidos, de los envidiosos, de quienes no tienen los güevos suficientes para brincarse las trancas. Así ha sido siempre y así seguirán siendo las cosas en este mundo. No tenemos otro y tratar de cambiarlo es la mayor estupidez que se puede hacer.
   Si mis antecesores no aprovecharon como se debe la oportunidad, haya ellos. No me interesa quedar bien con nadie ni ser recordado como un gobernante honesto y servicial. Eso se los dejo a los pendejos que creen en la eternidad de la Historia con mayúscula. Nunca he soñado en ser un héroe, con estatua y toda la cosa, eso se los dejo a quienes no tienen visión ni coraje para enfrentarse con la verdadera historia, la que se hace todos los días en la calle.
   Además no me queda de otra que salir bien fortalecido del gobierno, para poderme defender de quienes desearían verme detrás de las rejas, o muerto a causa de los excesos que dicen me caracterizan. Soy humano y también joven para andarme con remilgos, me sobran energías y las gasto como se me hinchan las pelotas.
   Sería el colmo que teniendo todo lo que tengo no lo disfrutara. El dinero y el poder son para disfrutarse, faltaba más. Para eso he luchado tanto, para tener una cosa y la otra, no para hacerme pendejo queriendo cambiar el mundo en que vivo. Nadie lo va a poder cambiar, de eso estoy plenamente seguro, mucho menos en esta época donde los únicos valores son el poder y el dinero.
   Además no se da en maceta ni uno ni otro, hay que tener grandes atributos para hacerse de dinero y de poder. Yo no tengo la culpa de que me sobren cualidades que mis adversarios no tienen. Una muestra de ello es que mis antecesores no rebasaron su nivel provinciano, en cambio yo figuro en las ligas mayores de la política.
Que tuve que invertir muchos millones para lograrlo, es cierto. Pero valió la pena la inversión, como lo demuestran los beneficios que obtuve en poco tiempo. Ahora tengo un futuro asegurado, no pasaré al olvido como tanto político mediocre incapaz de pensar en grande.
   ¡Hasta una isla pude comprar!
   Decirlo es fácil, pero cuánta dificultad hubo que vencer. Eso no lo ven mis enemigos, no quieren darse cuenta que triunfar en la vida implica tener carácter, jugársela todos los días, güevos en una palabra.
   Es verdad que ahora me sobran guaruras, apenas los indispensables, digo yo, para desalentar a cualquier cabrón que quiera meterse conmigo. No voy a ser tan pendejo para andar desprotegido. Prefiero pecar de precavido antes que ser víctima de un atentado. Sería el colmo que teniendo lo que tengo actuara de manera irresponsable.
   Además, apenas estoy despegando, lo que me falta por vivir es lo mejor de mi vida, de eso estoy convencido. Para eso tengo la visión suficiente, de la que carecen mis enemigos. Estoy seguro que de aquí me voy a la grande, a una secretaría, para de ahí brincar a la Presidencia. Tengo muy claras mis metas y los caminos para alcanzarlas.
   Así ha sido siempre, por eso estoy donde estoy. Nadie me ha regalado nada, todo me ha costado un güevo y la mitad del otro. Desde la escuela trabajé para llegar lo más lejos posible, como lo demuestra el hecho de que ahora soy gobernador.
   Fui de rápido aprendizaje, razón por la que pude escalar posiciones, aparentemente sin ningún esfuerzo. ¡Y eso que aún no había leído “El Príncipe” de Maquiavelo! Estuvo bien que lo leyera cuando mi carrera estaba en pleno ascenso, así constaté mi capacidad innata para la política. ¡Parecía que Maquiavelo estaba pensando en mí cuando escribió su obra maestra!
   Eso explica por qué mis paisanos me temen y a la vez me odian. Quisieran verme derrotado, aun cuando al mismo tiempo sienten una admiración oculta por mis logros como individuo. Les he demostrado que se pueden escalar grandes alturas incluso viniendo de la nada. Esa es la verdad, no puedo ocultarla: soy de familia humilde, me formé en escuelas públicas, nunca fui a universidades del extranjero, pero ni falta que me hizo, como es fácil comprobarlo.
   Más que odiarme, deberían estar orgullosos de contar conmigo. ¿Acaso no he modernizado el estado? ¿No he traído fuertes inversiones extranjeras? Que he sacado jugo de mis gestiones no lo niego. Pero díganme que político, del partido que sea, no recibe sus comisiones por su trabajo a favor de la verdadera modernización.
   Para eso se cambió el modelito de la Revolución mexicana, absolutamente caduco. No daba para más desde los tiempos de don Gustavo Díaz Ordaz. Lo entendió perfectamente, pero no estaban los tiempos para dar los pasos que se necesitaban. Hubo que esperar la llegada de los políticos con sangre nueva, con Miguel de la Madrid a la cabeza, para que las cosas comenzaran a cambiar para bien de la nación.
   Que no lo quieran ver así los envidiosos, los faltos de visión, los carentes de güevos, es cosa que ni vale la pena discutir. El hecho es que se nos abrieron las puertas del mundo a partir de entonces, que previamente habían cerrado Luis Echeverría y José López Portillo. La riqueza comenzó a fluir al país, y no es culpa de nadie que se haya quedado en las manos de los más listos.
   Desde que salí de la secundaria, lo recuerdo muy bien, siempre quise pertenecer a este grupo. Me avergonzaba, con justa razón, de mi pobre padre, siempre viviendo al día, de su trabajo de burócrata mal pagado y peor tratado por todo mundo. Juré que yo no me vería en similar situación, prefería morir a verme igual que mi padre. Tal convicción me sirvió de catapulta para crecer como individuo.
   Ahora tengo la satisfacción de ver a mis padres viviendo con las comodidades que nunca tuvieron. ¡Hasta me doy la satisfacción de correr del estado a quienes nos conocieron viviendo en la pobreza! Con sólo verlos se me retuerce el estómago, por eso un día me dije que bien valía la pena mandarlos a la chingada. Que soy un malagradecido, según me dicen que se dice de mí, me vale madre. No voy a estarme amargando la vida teniendo contemplaciones con quienes se ufanan de haberme conocido como un pobre diablo.
Luis Echeverría y Gustavo Díaz Ordaz.   ¡Pobres diablos ellos! Lo demuestran viviendo en la mediocridad de siempre, como si el tiempo no pasara, sin ambiciones de ninguna clase, apenas ganando lo suficiente para llevar una vida gris, monótona a más no poder, con vacacioncitas una vez al año en alguna playa igual de aburrida.
   En cambio yo, le he dado la vuelta al mundo cuando menos dos veces, con gastos pagados como debe de ser. Desde que fui presidente municipal comprendí la importancia de viajar para tener mejores juicios de valor. Luego, como diputado y senador, pude aprovechar, con conocimiento de causa, la necesidad de abrirse paso al mundo.
   Ahora tengo inversiones en Estados Unidos, Argentina, España, gracias a mi capacidad de trabajo y a mi visión empresarial. Si ahora viviera Maquiavelo, diría que otra cualidad del príncipe es saber hacer negocios. Yo los estoy haciendo, no porque piense retirarme de la política, sino porque considero que la política debe servir para ampliar las posibilidades de crecimiento del político. El mundo contemporáneo se presta para esta apertura de oportunidades, como lo vemos en Washington, en París, en Roma, en Londres y hasta en la misma Rusia.
   Están jodidos quienes consideran a Hugo Chávez como el prototipo del estadista latinoamericano por excelencia. Ya tuvimos uno similar en el presidente Lázaro Cárdenas.  ¿Y qué ganamos con sus desplantes demagógicos? Absolutamente nada, a pesar de lo que digan sus trasnochados admiradores.
   Nosotros formamos parte, geopolíticamente, de Norteamérica, así que debemos portarnos bien con la Casa Blanca para que nos vaya bien. Lo entiendo perfectamente, y nada podemos hacer para cambiar esta realidad incontrovertible. Nos necesitamos mutuamente, ellos y nosotros, en todo tipo de asuntos públicos y privados, como nos lo marca la realidad.
   Yo no tengo la culpa de aprovecharme de las necesidades que tienen los gringos de cosas hasta prohibidas por la ley. ¿Acaso no vivimos en un mundo regido por el libre mercado? Lo único que hago es seguir los lineamientos que nos marca el mercado, así que los reproches que me hacen, siempre a mis espaldas, de que soy corrupto, me valen igualmente madre. No hago más que actuar como todo buen político con poder y dos dedos de frente. Así que vayan a la chingada mis críticos y todos aquellos que quisieran ver cortada mi carrera.    
        


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